Por todo esto se atraía con facilidad el amor de todos; apenas
le veían, se introducía sin dificultad en su corazón. Dondequiera que se
encontrara, de viaje con los compañeros, en alguna casa con el hospedero y
demás familia, entre la gente noble, príncipes y prelados, le venían en
abundancia palabras edificantes y multiplicaba los ejemplos con los que
orientaba el ánimo de los oyentes al amor de Cristo y al desprecio del mundo.
En su hablar y actuar se mostraba siempre como un hombre
evangélico. Durante el día nadie más afable con los frailes o compañeros de
viaje; nadie más alegre. Durante la noche, nadie más perseverante en velar en
oración. Por la noche se detenía en el llanto, y por la mañana le inundaba la
alegría. Consagraba el día a su prójimo, y la noche al Señor, convencido como
estaba de que el Señor ha enviado durante el día su misericordia, y de noche su
cántico.
Daba cabida a todos los hombres en su abismo de caridad;
como amaba a todos, de todos era amado. Hacía suyo el lema de alegrarse con los
que se alegran y llorar con los que lloran.
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