Tal como lo escuché lo cuento: en
Haití, hace treinta años, en plena dictadura, con ocasión de la celebración del
Corpus, un joven compuso un canto para la procesión. El canto decía: “Señor
Jesús, a Ti que te han encerrado en el sagrario, déjame tomarte y conducirte
por las calles y los pueblos para enseñarte la vida de la gente que quisieran
ocultarte”. Los milicianos presentes en la procesión amenazaron con detener a
todos si no cesaba el canto. El joven haitiano había comprendido muy bien que
aquel que adoramos en el Santísimo Sacramento ha venido a visitar a su pueblo.
Y que si nosotros le seguimos procesionalmente, debemos cambiar nuestra mirada
y nuestra mentalidad, para ver con los ojos de Cristo y tener la mente de
Cristo.
¿Ayudan hoy las procesiones del
Corpus a este cambio? Me parecen muy respetables y creo que hay que apoyar
estas manifestaciones que se han convertido en parte de nuestra cultura
popular. Pero sería bueno, a mi entender, adecuar algunas cosas a la verdad de
Jesucristo. En Valencia, por ejemplo, se pasea una famosa custodia, llamada
“custodia de los pobres”. La venta de la joyería que adorna la custodia no va a
solucionar el problema de los más de cinco millones de parados. Pero es bueno
recordar esos datos para no perder de vista algo esencial: el cuerpo de Cristo,
el sacramento de Cristo son los pobres. Con la misma verdad que lo es la Eucaristía. Y muchas
veces los pobres son los mejores custodios de Cristo.
Cristo es indisociable de su
cuerpo. De su cuerpo sacramental en la Eucaristía , de su cuerpo celestial de Resucitado,
de su cuerpo que es la Iglesia ,
como sacramento de unidad de todos los seres humanos, y de su cuerpo herido y
necesitado que tantas personas enfermas, mal queridas y mal tratadas nos hacen
presente. Es normal que, a veces, pongamos el acento en uno de estos “cuerpos”,
pero sin dejar nunca los otros. La fiesta del Corpus pone el acento en el
cuerpo sacramental, pero no olvidemos que este sacramento está hecho de pan
“fruto de la tierra y del trabajo de los hombres”. Del trabajo de los hombres,
de su sudor y sus lágrimas, y también de sus alegrías y esperanzas. Fruto del
trabajo, no fruto del dinero. El pan que está ahí, como resultado de nuestro trabajo,
y como alimento para partir, repartir y compartir.