En nuestra Basílica de
Santa Sabina en Roma, hay un hermoso ícono pintado por una monja Dominica
italiana. El ícono muestra a Santo Domingo, en la visión que tuvo en Roma,
antes de que la Orden
fuera confirmada por el Papa. En esta visión, Pedro y Pablo se aparecieron a
Domingo. Pedro le entregó un bastón y Pablo, las Sagradas Escrituras. Y ambos
le dijeron: “Ve y predica”. Eso es todo. Pienso que toda nuestra Orden puede
ser descrita con esos tres símbolos: un bastón, las Sagradas Escrituras y las
palabras “ve y predica”. Esto constituye la esencia de lo que implica ser
Dominico.
En el Evangelio de
hoy, tomado de san Juan, Jesús dice: “Permaneced en mí…Si permanecéis en Mí y
mis palabras permanecen en vosotros, daréis mucho fruto y seréis mis
discípulos”. Este verbo “permanecer” significa “vivir en, morar en”. Jesús vive
en nosotros y nos invita a habitar en Él, a poner nuestra morada en Él. Incluso
cuando nosotros Dominicos emprendemos un viaje, con el bastón en la mano,
debemos aprender a permanecer en Jesús y en Su Palabra a lo largo del camino.
Cuando yo viajo, casi siempre llevo conmigo un pequeño Nuevo
Testamento y cuando estoy en un aeropuerto o en el avión, o caminando a lo
largo de una calle, lo tomo en mis manos y leo una o dos frases. Luego trato de
caminar con esa frase en mi corazón. Saboreo el versículo bíblico en mi boca,
trato de escucharlo con mis oídos y verlo con mis ojos. Lo dejo sumergirse en
mi corazón y lo siento en todo mi cuerpo. Trato de dejar que la Palabra permanezca en mí,
penetre profundamente en mi interior y repose allí.
Ese es el
modo en el que reflexiono en el
texto evangélico sobre el cual predico ahora. Simplemente repito el texto
una y otra vez hasta que empieza a penetrar en mi mente y a sumergirse en mi
corazón, como una semilla que cae en la tierra y empieza a echar raíces.
Procuro dejar que la Palabra
se encarne en mí, tal como lo hizo en María. Y luego espero hasta que la
predicación comienza a crecer, como una pequeña planta. Espero que, después de
muchos años siendo Dominico, llegará el día en que me asemejaré a esa Palabra
que habita en mi interior. En el año 2008, en el Sínodo sobre la Palabra de Dios, el Papa
Benedicto y los Obispos dijeron:
“ Permanezcamos ahora
en silencio, para escuchar la
Palabra de Dios…Después de escuchar, mantengamos este
silencio, de modo que la
Palabra continúe morando en nosotros, viviendo en nosotros y
hablándonos a nosotros. Dejémosla resonar al comienzo de nuestro día de manera
que Dios tenga la primera palabra y dejémosla repercutir en nosotros al llegar
la noche para que Dios tenga también la última palabra”.
Tanto si somos monjas
contemplativas que pasamos toda nuestra vida en un monasterio, como si somos
frailes o religiosas o laicos que anunciamos la Buena Nueva en el mundo,
estamos todos llamados a permanecer en
Jesús y a dejar que su Palabra permanezca en nosotros. Incluso cuando vosotras
camináis de una parte a otra del monasterio, deberíais llevar con vosotras el bastón y la Palabra de Dios, a ejemplo
de Santo Domingo.
Algunos años atrás
visité la India. Allí
conocí a un anciano que es un Budista Tibetano. Vive en una montaña y pasa toda
su vida cincelando en piedra, con un martillo y un cincel, las sagradas
escrituras y los dichos de Buda. Hace esto día tras día. Toda su vida está
dedicada a ello. Trabaja en silencio, como un predicador contemplativo Budista.
Nosotros, Dominicos,
somos miembros de la Orden
de Predicadores que Santo Domingo fundó hace 800 años. Domingo llamó “Santa
Predicación” a la primera comunidad de monjas, en Prulla porque quería que el
monasterio fuera como una palabra que hablara de Dios a la gente. En la
actualidad ese monasterio está aún allí, en el mismo lugar donde Santo Domingo
lo fundó, junto a la iglesia dedicada a Santa María de Prulla. Es un sitio en
el que se cruzan dos carreteras y cada día, muchos vehículos y personas pasan
por ese monasterio. Pienso que Domingo quiso que la gente viera nuestros
monasterios y comunidades y viera la
Palabra de Dios cincelada no solamente en las piedras sino en
nuestros rostros, en nuestra liturgia y en las vidas de las hermanas y hermanos. Esto es lo que
significa ser una “santa predicación”. Implica ser piedras vivas, con la Palabra de Dios visible en
nuestros rostros.
Mis queridas hermanas,
sor Mary Paul Nhien and sor Jeanne
Eucharist Hao, hoy vosotras decís a Dios, a vuestra comunidad y a todo el mundo
que deseáis ser monjas de la
Orden de Predicadores hasta vuestra muerte! Estáis diciendo
que queréis permanecer en Jesús y que queréis que su Palabra permanezca en
vosotras hasta la muerte. ¿No es esto lo que los mártires de Vietnam
hicieron muchos años atrás? Ellos
permanecieron en Jesús y dejaron que su Palabra permaneciera en ellos hasta la
muerte. Al igual que el viejo Budista Tibetano que pasa su vida entera
cincelando las Escrituras en piedra, hoy
vosotras estáis diciendo que queréis ser durante toda vuestra vida una Santa
Predicación, así como sor Mary Rose lo ha sido en su larga vida como Dominica.
Por eso, hoy os
entrego el bastón de Domingo y las Sagradas Escrituras que él llevaba consigo
en sus viajes. Pero, sobre todo, os entrego las palabras que Pedro y Pablo le
dijeron: “Ve y predica”. Hermanas, abrid vuestros corazones para que las
palabras de Jesús y su Cuerpo y su Sangre permanezcan en vosotras y luego,
continuad caminando de tal manera que cada paso, cada latido, cada momento de
vuestra vida sea una Santa Predicación.
Septiembre de 2010.
Profesión Solemne de Sor Mary Paul Nhien y Sor M. Jeanne
Eucharist Hao.
Bodas de Oro de Vida Religiosa de Sor Maria Rose.
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