"Cuánto
se tarda, Señor, en llegar a comprender que sólo por piedad podemos ser
amados, y que ninguna estima, ninguna admiración, ninguna confianza puede
llegarnos de ti sin haber pasado por tu misericordia. Se tarda mucho, pero se
consigue.
Como un niño ciego y sordo, en el regazo de su madre, sumido en la
soledad y la tiniebla, así, algún día, descubrimos nosotros nuestra alma
insondablemente empobrecida por no poder mirar a las colinas eternas ni oír tus
ecos del Paraíso. Así descubrimos nuestra alma en el regazo de tu Providencia.
Y entonces tu Espíritu nos inviste: ese dedo de la diestra del Padre, como
una mano maternal, reveladora, educadora, que incorpora a su hijo a la vida. Tu
Espíritu nos guía por impulso; nos anuncia lo que es por contacto. Su muda
envoltura siembra en nuestro corazón un germen de palabras. A las palabras que
decimos en medio de la soledad y la tiniebla responde el silencio de tu
Espíritu; un silencio cuya proximidad nos envuelve y nos enseña. Para ello
basta con saber que nuestros ojos son verdaderamente incapaces de ver y
nuestros oídos están sordos a todo lo que tú eres".
Madeleine
Delbrêl
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comparte con nosotros...