Se nos ha invitado, con motivo de
la Jornada Pro
Orantibus, a compartir nuestra experiencia de monjas dominicas, contemplativas
de la luz de Dios. En cuanto conocimos el lema de la Jornada “Contempladlo y quedaréis radiantes (Sal 34, 6): La contemplación, luz de la
nueva evangelización”, emergió en la memoria el lema de nuestra Orden: “Contemplar y dar de lo contemplado”.
Comprobar así, una vez más, la actualidad de un carisma en la Iglesia , es causa de
alegría y de esperanza.
Contemplar a Cristo, Lux mundi, es connatural para una vocación
como la nuestra. Las dominicas nacimos de una inspiración del Espíritu Santo en
el alma del santo castellano Domingo de Guzmán. Santo Domingo conoció
providencialmente en el sur de Francia cómo se extendían las tinieblas de la
herejía extraviándose las almas en aquellas tierras. Él, que conocía a
Jesucristo, luz del mundo, se sintió movido a convertirse en su antorcha en
medio de los hombres, a través de la palabra y del ejemplo de una vida
evangélica.
Con la genial intuición de los
santos, Domingo comprendió que en las empresas de Dios es Dios mismo el
verdadero protagonista y a quien se le debe poner siempre en la vanguardia de
toda evangelización; por ello fundó primero a las monjas “predicadoras”,
dedicadas exclusivamente a la oración y la penitencia como apoyo imprescindible
de la “santa predicación”. Una vez que aseguró el “ministerio de la oración”
fundó a los hermanos como ministros de la Palabra. Contempladlo
y quedaréis radiantes es precisamente la esencia de nuestra vocación: mientras
las monjas contemplamos a Cristo, el mismo Cristo es irradiado por nuestros
hermanos predicadores mediante el anuncio constante del santo Evangelio.
Nuestra misión en la Orden , en la Iglesia y en el mundo es
recordar a todos la primacía de Dios, buscándole en el silencio, pensando en Él
e invocándole, de tal modo que la
Palabra que sale de su boca no vuelva vacía, sino que
prospere en el corazón de aquellos a quienes es enviada. Prolongar en el tiempo
el sacrificio de alabanza como incienso en su presencia es igualmente misión,
junto con el dar testimonio de la reconciliación universal en Cristo por la
comunión fraterna.
La dominica habla a Dios de los
hombres por la oración de intercesión y la expiación de la ofrenda generosa; y
habla a los hombres de Dios con el testimonio de una vida abnegada y escondida
por amor. El Espíritu Santo urge al contemplativo a vivir vuelto hacia el
rostro de Dios como pecador que implora perdón y misericordia en nombre propio
y en el de una humanidad caída que necesita redención. Este fue el gemido del
alma de santo Domingo que muchos le oyeron gritar ante Cristo Crucificado:
«¡Señor, qué será de los pobres pecadores!» Todos los hombres tenían un lugar
en el sagrario íntimo de su compasión.
Ante el gran reto de la nueva
evangelización, como miembros de un Cuerpo vivo, nos sentimos responsables de
la suerte de tantos cristianos que han perdido la fe, y de tantos hombres y
mujeres que no creen. Poderoso es Dios para hacer resplandecer la gloria de
Cristo resucitado en el rostro de la
Iglesia orante, y convertirla en un signo elocuente de su
presencia en el mundo, así como de su amor personal por cada ser humano.
Nos sentimos afortunadas de haber
recibido gratuitamente esta preciosa vocación, y de pertenecer al admirable cuerpo
de familias religiosas que han sido llamadas a encarnar y prolongar en la Iglesia a Jesucristo
orante en el monte de la
Transfiguración , y quedar así iluminados con la luz que emana
de su Persona en la unión con el Padre.
Esta contemplación es alegría de
amor, y deseamos que esta alegría de nuestro corazón, nacida de la
contemplación del amor que Dios nos ha manifestado en su Hijo Jesucristo,
llegue y alcance a todos, hasta lograr que en nuestro mundo se haga realidad la
confesión del salmista: «el amor de Dios llena la tierra » cf. Sal 33, 5.
Agradecemos a la Iglesia la oración por
esta porción de sus hijos. La necesitamos como Moisés necesitó el apoyo de sus
hermanos para permanecer en intercesión orante con los brazos extendidos entre
el cielo y la tierra. Llevamos el tesoro de nuestra vocación en frágiles
vasijas de barro, pero «el gozo en el Señor es nuestra fortaleza» cf. Neh 8, 10.
Desde este lugar de luminoso
ocultamiento proclamamos nuestro humilde testimonio: «Contemplad a Cristo y su
santo Evangelio; quedaréis radiantes con su luz, que disipará todas las
tinieblas del corazón».
Monasterio “Madre de Dios”
Dominicas contemplativas
Olmedo, Valladolid
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