miércoles, 16 de mayo de 2012

María VI: Al pie de la cruz


6. María junto a la Cruz
(Jn 19, 25-27)

Contemplamos la escena
* María junto a la cruz, junto a su hijo. Acompañando su sufrimiento, las últimas horas de sus  vida. María unida al sufrimiento de Jesús, unida al misterio de la  redención, de la salvación llevada a cabo por Cristo con su muerte y sacrificio en  la cruz.

* Nos encontramos de lleno en la escena de la crucifixión, en el momento más dramático de la vida de Jesús. En ella deberíamos encontrar sufrimiento, dolor y agonía. Pero en este icono nos encontramos con serenidad, comprensión, aceptación de la voluntad de Dios y, sobre todo, irradia mucha paz y sosiego, que invita a la oración y contemplación de misterio de la cruz.


*  María al lado de Jesús. Fíjate en sus rostros. Transmiten una profunda paz. En sus rostros no hay sufrimiento alguno, ni rasgos de dolor. Sus ojos fijos permanecen en actitud contemplativa. Nos invitan a la oración.

* Jesús mira a su madre, María y la ofrece la hombre. La dona como Madre de toda la humanidad. El tiene el costado traspasado, del cual mana agua y sangre (símbolos de su sacrificio y entrega por todos los hombres).

* Fíjate en la cruz, donde reposa Cristo. Es un árbol. Simboliza el árbol de la vida. Por la cruz (por la muerte de Jesús) nos vino la VIDA y la SALVACIÓN.

* María nos mira y con esa mirada llena de paz y serenidad, nos invita a ser  partícipes de ese gran misterio: de la muerte de Jesús.

* Contemplemos esta escena desde el interior, experimentando esa pasión que vivieron tanto Jesús como María.


Escuchamos la escena: Jn 19, 25-27
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dice al discípulo: Ahí tienes a tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.


Reflexión
“Aquel pequeño grupo al pie de la cruz, aquella Iglesia naciente, estaba, pues, allí por algo más que por simples razones sentimentales. Estaba unida a Jesús, pero no sólo a sus dolores, sino también a su misión. Y, en esta Iglesia, tiene María un puesto único. Hasta entonces ese puesto y esa misión habían permanecido como en la penumbra. Ahora en la cruz se aclararán para la eternidad. Por eso la alejada será traída a primer plano. Esta hora es la hora, este el momento en que María ocupa su papel con pleno derecho en la obra redentora de Jesús. Y entre en la misión de su hijo con el mismo oficio que tuviera en su origen: el de madre. […] Es a esta Iglesia y a esta humanidad a quienes se les da una madre espiritual. Es esta Virgen, envejecida por los años y  los dolores, la que, repentinamente, vuelve a sentir su seno estallante de fecundidad. Ese es el gran legado que Cristo concede desde la cruz a la humanidad. Esa es la gran tarea que, a la hora de la gran verdad, se encomienda a María. Es como una segunda anunciación. Hace treinta años –ella lo recuerda bien- un ángel la invitó a entrar por la terrible puerta de la hoguera de Dios. Ahora, no ya un ángel, sino su propio hijo, le anuncia una tarea más empinada si cabe: recibir como hijos de su alma a quienes son los asesinos de su primogénito.
Y ella acepta. Aceptó, hace treinta años, cuando dijo aquel “fiat”, que era una total entrega en las manos de la voluntad de Dios. De ahí que el olor a sangre del Calvario comience extrañamente a tener un sabor de recién nacido; de ahí que sea difícil saber si ahora es más lo que muere o lo que nace; de ahí que no sepamos si estamos asistiendo a una agonía o a un parto. ¡Hay tanto olor a madre y a engendramiento en esta dramática tarde…!”
(J. L. Martín Descalzo, Vida y misterio de Jesús de Nazaret, 1139-1140)


Oramos la escena:
Ave, María, Madre de Jesús,
bendita entre las mujeres,
bendito tu Hijo, Jesús.
Santa María,
ruega por todos los jóvenes
que quieren y luchan por mantener
un corazón y un espíritu limpio.
Ave, María,
mujer a disposición de Dios,
llena de gracia, bendita entre las mujeres.
Santa María,
virgen Madre de los hombres,
ruega por nosotros
para que nuestra vida
esté siempre a disposición del amor.
Santa María,
ruega por todos
los que han ofrecido su vida
y su amor a tu Hijo,
para que sean testigos de ese amor.
Amén

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