4. La Presentación de Jesús
en el templo
(Lc 2, 21-39)
Contemplamos la escena
* Contemplamos la escena. Nos fijamos
en los personajes: en el sacerdote, en María, en Jesús, en San José. Prestamos
atención a los colores. Situamos nuestra mirada en la mesa donde están los
dones del pan y del vino, representados en un cáliz y una patena.
* Nos situamos en la Presentación de Jesús
en el templo. Se da a conocer a los judíos. Se presenta ante Dios, su Padre. Es
el comienzo de su vida como judío.
* María ofrece a Jesús para ser circuncidado.
Simeón lo toma en sus manos, lo acepta. Aquí, Jesús, va a derramar su primera
sangre, su primer sacrificio por los hombres.
* Observa con la veneración que Simeón,
el sacerdote, toma a Jesús, con ese paño de pureza. Inclinado recoge al mismo Jesús,
que va a ser sacrificado por los hombres y va a derramar su sangre por su salvación.
María ofrece a su hijo, Jesús. Ella acepta la voluntad de Dios: acepta
su sacrificio. José asume, también, esa voluntad que viene de Dios. Él ofrece
los dones establecidos por la ley: dos tórtolas o dos pichones.
* En esta escena lo esencial es
el sacrificio, la entrega, la donación que Jesús realiza y que prefigura su
destino en la cruz: el sacrifico y la sangre derramada. Por ese motivo están
los dones de su sacrificio encima de la mesa: patena- pan-cuerpo y cáliz-vino-sangre.
Escuchamos la escena: Lc 2,
21-39
Cuando se cumplieron los ocho días
para circuncidarle, se le dio el nombre de Jesús, el que le dio el Ángel antes
de ser concebido en el seno. Cuando se cumplieron los días de la purificación
de ellos, según la Ley
de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está
escrito en la Ley
del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor y para ofrecer en
sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor. Y he aquí que había
en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y
esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había
sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto
al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los
padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él, le tomó
en brazos y bendijo a Dios diciendo:
Ahora, Señor, puedes, según tu
palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz;
porque han visto mis ojos tu salvación,
la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los
gentiles y gloria de tu pueblo Israel.
Su padre y su madre estaban
admirados de lo que se decía de él. Simeón les bendijo y dijo a María, su
madre: Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal
de contradicción ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! a fin de que
queden al descubierto las intenciones de muchos corazones.
Había también una profetisa, Ana,
hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había
vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años;
no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones.
Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del niño a
todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Así que cumplieron todas las
cosas según la Ley
del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.
Reflexión
“Sólo cinco líneas dedica san
Lucas a la escena que sigue al nacimiento. Y los demás evangelistas ni la
citan, probablemente dándola por supuesta. Y, sin embargo, ocurren en ella dos
hechos importantes: la circuncisión y la imposición del nombre de Jesús. Y se
añade un dato simbólico emotivo: el Pequeño derrama su primera sangre. […] Tuvo
lugar la circuncisión a los ocho días justos del nacimiento y aquella fecha
fue, sin duda, importante para María y José Aquel día entraba oficialmente su
hijo en alianza con Dios: con aquella sangre derramada se constituía en
heredero de las promesas hechas a Abrahán. […] José tomaría el niño bien fajado
en sus lienzos. “Vuelvo en seguida” diría a María. Pediría permiso al rabí
encargado de la sinagoga para utilizar los instrumentos de circuncidar. El rabino
distinguiría en él –con una sonrisa- al padre novato y se dispondría a ayudarle.
Jamás podría imaginarse que aquellas gotas de sangre que resbalaron sobre la
mesa – y aquellas lagrimas del niño- eran el primer paso para el sacrificio del
Cordero”.
(J. L. Martín Descalzo, Vida y
Misterio de Jesús de Nazaret, 141. 144)
Oramos la escena:
Bendita sea tu pureza
Bendita sea tu pureza
y eternamente lo sea,
pues todo un Dios se recrea,
en tan graciosa belleza.
A Ti celestial princesa,
Virgen Sagrada María,
te ofrezco en este día,
alma, vida y corazón.
Mírame con compasión,
no me dejes, Madre mía.
Amen.
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