1. La Anunciación
(Lc 1,
26-38)
Contemplamos la escena
* Contempla la imagen: aparece un ángel
y María. Mira los colores: blanco, rojo, dorado, azul. Fíjate que es un mosaico con
teselas de diferentes tamaños. Estamos ante un icono.
* Ahora pon tu mirada en los
rostros de María y del ángel. Fíjate hacia donde miran. Los dos de perfil: María
hacia abajo y el ángel a María. Los dos tienen una expresión de serenidad, paz,
tranquilidad.
* Estamos ante el acontecimiento más
grande que podamos presenciar: Dios, por medio del ángel, anuncia a María que
va a ser Madre de Dios y le pide su consentimiento. Nos encontramos con la
escena de la Anunciación.
* El ángel anuncia la Palabra de Dios,
representada por ese pliego de papel dorado que va desde su mano a María. Se aprecia
la escucha y la aceptación de parte de María. El ángel toma su ala con una mano
para entrar sin hacer ruido.
* Contempla la actitud de María: no
se sobresalta, en su rostro hay paz y serenidad.
Continúa en sus quehaceres y acepta lo que viene de Dios. Acoge la Palabra recibida de la Alto , pero no se queda con
ella. Su mano tiende abierta hacia los demás. Fíjate en el ovillo. Es el germen
de la Palabra. Ya
Dios y su Palabra habitan en ella. Es Jesús a quien comienza a tejer, María, en
su interior.
Escuchamos la escena: Lc 1,
26-38.
Al sexto mes fue enviado por Dios
el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen
desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la
virgen era María. Y entrando, le dijo: Alégrate,
llena de gracia, el Señor está contigo. Ella se conturbó por estas palabras,
y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia
delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás
por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor
Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por
los siglos y su reino no tendrá fin. María
respondió al ángel: ¿Cómo será esto,
puesto que no conozco varón? El ángel
le respondió: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá
con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de
Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y
este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es
imposible para Dios. Dijo María: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.
Y el ángel dejándola se fue.
Reflexión
“De eso, sí, se trataba: del destino
del mundo, pendiente, como de un hilo, de unos labios de mujer. Y en el mundo no sonaron
campanas cuando ella abrió los labios.
Pero, sin que nadie se enterara, el
“juguete muerto” comenzó a latir.
Porque la muchacha-mujer dijo: “He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según
tu palabra”. Dijo “esclava” porque sabía que desde aquel momento dejaba de
pertenecerse. Dijo “hágase” porque “aquello” que ocurrió en su seno sólo podía entenderse
como una nueva creación. No sabemos cómo se fue el ángel. No sabemos cómo quedó la muchacha. Sólo sabemos
que el mundo había cambiado. Fuera, no se abrieron las flores. Fuera, quienes
labraban la tierra siguieron trabajando sin que siquiera un olor les anunciase
que algo había ocurrido. Si en Roma el emperador hubiera consultado a su
espejito mágico sobre si seguía siendo el hombre más importante del mundo, nada
le habría hecho sospechar que en la otra punta del mundo la historia había
girado. Sólo Dios, la muchacha y un ángel lo sabían. Dios había empezado la
prodigiosa aventura de ser hombre en el seno de una mujer”.
(J. L. Martín Descalzo, vida y
misterio de Jesús de Nazaret, 91)
Oramos la escena
María: Tú has sido escogida por
Dios.
Él te ha regalado sus dones.
Reconociste lo poco que eras,
según tu mirar,
y Él te hizo la llena de gracia,
la bendita entre todas las
mujeres.
Dios te hizo su Madre
y tú has vivido tu vida con
sencillez.
Te pedimos, Madre,
que vayamos por la vida
reconociendo la mano de Dios
dándole las gracias por todo lo
que nos regala;
saltando de gozo por lo mucho que
nos ama.
Madre, danos ojos para descubrir
las maravillas
que Dios va realizando en
nuestras vidas.
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