3. El Nacimiento de Jesús
(Lc 2, 1-20)
Contemplamos la escena
* Contempla la escena: las figuras,
los colores, el paisaje. Estamos ante la imagen del Nacimiento de Jesús. La
noche, con su oscuridad cubre el cielo. Pero la luz dorada ilumina el acontecimiento.
Una estrella está presente en la venida de Dios al mundo.
* Jesús nace en una cueva, rodeado
de animales. Está en suelo, pero arropado por sus padres. María contempla este
misterio arrodillada, en signo de veneración y de postración. Toma a su hijo por la mano y lo mece
con la suya. Amor de madre. Sencillez y ternura traslucen este acontecimiento.
* ¡Dios naciendo en un pesebre! ¡Qué
locura! Pero que pasión y amor por el hombre. Dios nos descoloca de nuevo. Se
hace niño humilde y sencillo para que, desde ahora, lo pequeño y lo diminuto
cuenten en esta vida. Jesús desprotegido de toda grandeza abre los brazos al
mundo, a todos, a ti y a mí, para acogernos.
* San José, meditando este misterio
de Dios. Acoge lo que viene de la Altura.
Acepta , pero no con resentimiento sino cumpliendo la voluntad
de Dios. José contempla y asiente. ¡Que se cumpla tu voluntad! No entiendo,
pero acepto, Señor.
* La roca representa la tierra, el
mundo al que vino Jesús, la humildad de su destino. Observamos un árbol que
florece. Es el tronco de Jesé. En él se cumplen las promesas. Aquello que parecía
no tener vida, recobra su ser. El árbol sin vida, florece de nuevo. Dios hace
nuevas las cosas. Nos recuerda que la promesa dada a sus hijos a lo largo de la
historia se cumple en Jesús. Con Jesús florece la vida y cambia el destino de
los hombres.
Escuchamos la escena: Lc 2, 1-20.
Sucedió que por aquellos días salió
un edicto de César Augusto ordenando que se empadronase todo el mundo. Este
primer empadronamiento tuvo lugar siendo gobernador de Siria Cirino. Iban todos
a empadronarse, cada uno a su ciudad. Subió también José desde Galilea, de la
ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él
de la casa y familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que
estaba encinta. Y sucedió que, mientras ellos estaban allí, se le cumplieron
los días del alumbramiento, y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales
y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento.
Había en la misma comarca unos
pastores, que dormían al raso y vigilaban por turno durante la noche su rebaño.
Se les presentó el ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su
luz; y se llenaron de temor. El Ángel les dijo: No temáis, pues os anuncio una
gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad
de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis
un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Y de pronto se juntó con el Ángel una multitud
del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: Gloria a Dios en las
alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes Él se complace.
Y sucedió que cuando los ángeles se
fueron al cielo, los pastores se decían unos a otros: Vayamos, pues, hasta Belén
y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado. Y fueron a toda
prisa, y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al
verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel niño; y todos
los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían. María, por
su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón. Los
pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído
y visto, conforme a lo que se les había dicho.
Reflexión
“Allí estaba. María y José le
miraban y no entendían nada. ¿Era aquello –aquel muñeco de carne blanda- lo que
había anunciado el ángel y el que durante siglos había esperado su pueblo? […]
Pero ellos no lo entendían. Lo adoraban, pero no lo entendían. ¿Aquel bebé era
el enviado para salvar el mundo? Dios era todopoderoso, el niño todo desvalido.
El Hijo esperado era la
Palabra ; aquel bebé no sabía hablar. El Mesías sería “el
camino”, pero éste no sabía andar. Sería la verdad omnisciente, mas esta
criatura no sabía ni siquiera encontrar el seno de su madre para mamar. Iba a
ser la vida; aunque se moría si ella no lo alimentase. Era el creador del sol,
pero tiritaba de frío y precisaba del aliento de un buey y una mula. Había cubierto
de hierba los campos, pero estaba desnudo. No, no lo entendían. ¿Cómo podían
entenderlo? María le miraba y remiraba como si el secreto pudiera estar
escondido debajo de la piel o detrás de los ojos. Pero tras la piel sólo había
una carne más débil que la piel, y tras los ojos sólo había lágrimas, diminutas
lágrimas de recién nacido. Su cabeza de muchacha se llenaba de preguntas para
las que no encontraba respuestas: si Dios quería descender al mundo, ¿por qué venir por esta puerta trasera de la pobreza?
Si venía a salvar a todos, ¿por qué nacía en esta inmensa soledad? Y sobre todo
¿por qué la habían elegido a ella, la más débil, la menos importante de las
mujeres del país? No entendía nada, pero creía, sí. ¿Cómo iba a saber ella más
que Dios? ¿Quién era ella para juzgar sus misteriosos caminos? Además, el niño estaba allí, como un
torrente de alegría, infinitamente más verdadero que cualquier otra respuesta”.
(J. L. Martín Descalzo, Vida y
misterio de Jesús de Nazaret, 131-132)
Oramos la escena:
Madre, María.
Te llamamos vida y dulzura,
esperanza nuestra;
te llamamos en nuestra peregrinación
por esta vida.
Te llamamos siempre Madre,
Madre de todos los hombres,
acogedora de todos los que te invocan,
ternura de los pasos cansados.
Tú, Madre,
eres tan sencilla, tan pobre, tan
nuestra,
que queremos que sigas
constantemente
a nuestra lado.
Madre, ayúdanos en los momentos
difíciles;
enséñanos a ser como tú:
presencia y cercanía para los que
lloran,
empuje y ánimo para los que lo
pasan mal.
Amén.
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