Queridísima hermana en Jesús.Yo, Catalina, sierva de
los siervos de Jesús, te escribo en su sangre preciosa, deseosa de que te
alimentes y te nutras del amor de Dios como del seno de una dulce madre.
Quien posee el amor de Dios, encuentra en ello tanta alegría
que cualquier amargura se transforma en dulzura, y todo gran peso se vuelve
ligero. No hay de qué sorprenderse porque, viviendo en la caridad, se vive en
Dios: “Dios es amor; el que está en el amor habita en Dios y Dios habita en él”.
Viviendo en Dios, por tanto, no se puede tener amargura
alguna, porque ¡Dios es delicia, dulzura y alegría infinitas! ¡Es ésta la razón
por la que los amigos de Dios son siempre felices! Aun enfermos, indigentes, afligidos,
atribulados, perseguidos, nosotros estamos alegres.
Aun cuando todas las lenguas que hablan mal nos criticasen,
no nos importaría, ya que de todo nos alegramos y disfrutamos, porque vivimos
en Dios, nuestro reposo, y gustamos la leche de su amor. Como el niño obtiene
la leche del seno de la madre, así nosotros, enamorados de Dios, obtenemos el
amor de Jesús crucificado, siguiendo siempre sus huellas y caminando junto a él
por la vía de las humillaciones, de las penas y de las injurias.
No buscamos la alegría si no en Jesús, y huimos de toda
suerte de gloria que no sea la de la cruz. Por tanto ¡abraza a Jesús
crucificado, alzando hacia él la mirada de tu deseo! ¡Considera el ardiente
amor por tí, que ha llevado a Jesús a derramar sangre de cada poro de su
cuerpo!
Abraza a Jesús crucificado, amante y amado, y en él
encontrarás la vida verdadera, porque es Dios que se ha hecho hombre. ¡Ardan tu
corazón y tu alma por el fuego de amor obtenido de Jesús clavado en la cruz!
Debes, entonces, transformarte en amor, mirando al amor de
Dios, que tanto te ha amado, no porque tuviera ninguna obligación para contigo,
sino por pura donación, empujado sólo por su inefable amor.
¡No tendrás otro deseo que el de seguir a Jesús! Como
embriagada por el Amor, no te darás ya cuenta de si te encuentras sola o en
compañía: ¡No te preocupes por nada, sólo de encontrar a Jesús y caminar tras
él! ¡Corre, y no te duermas nunca más, porque el tiempo corre y no espera ni un
momento!
Permanece en el dulce amor de Dios.
Jesús dulce, Jesús amor."
Santa Catalina de
Siena OP (1347-1380)
(carta n. 165
a Bartolomea, esposa de Salviato da Lucca)
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