Madre admirable
Madre Admirable,
que muestras a tus hijos el camino del progreso interior,
al mirarte, un deseo santo nos invade:
entrar en ese mundo de amor y de gracia en donde vives.
¿Quién como tú, puede enseñarnos esa vida interior?
¿Quién, como tú, puede abrirnos a la vida de Jesús
y formar en nosotros sus rasgos divinos?
¡Oh Madre! deja que te miremos.
Tú, Virgen silenciosa,
ayúdanos a vivir ese silencio capaz de recibir
y mantener adentro nuestro,
en medio del barullo de todos los días, la presencia de Cristo.
Custodia, Madre, esa silenciosa serenidad
y llévanos a preservar nuestro corazón, cada minuto,
como morada de Jesús.
Tú, Virgen humilde,
enséñanos, en este ambiente donde todos
quieren ser más que el otro,
esa pequeñez que excluye toda pretensión,
que sabe ser dócil y que quiere servir y desaparecer.
Tu humildad subió hasta Dios y conquistó su Corazón;
que la nuestra lo incline hacia nosotros.
Tú, Virgen fiel,
respondiste siempre al menor deseo de Dios,
sin que hubiera una sombra de vacilación,
entre el llamado de la gracia y tu respuesta.
Danos el imitarte en esa prontitud del amor
y ese entusiasmo lleno de fe
que tuviste para cumplir con Su palabra.
Que jamás nos detengan las dificultades;
sino que, con esa alegría que centuplica el don,
respondamos a cualquier cosa que nos reclame Dios,
con tu misma frase: "Yo soy la servidora del Señor".
Madre Admirable, ruega por nosotros
y, después de este destierro,
muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. Amén.
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