Palabras para celebrar juntos la Pascua de Resurrección
-PAZ-
La paz que nos dona Jesús es «una paz real» porque está enraizada en la cruz, capaz de pasar a través de las muchas tribulaciones cotidianas de la vida, entre sufrimientos y enfermedades. Tal y como decía san Agustín: «La vida del cristiano es un camino entre las persecuciones del mundo y las consolaciones de Dios» (De Civitate Dei XVIII, 51).
Jesús regala la paz. El Señor comienza a despedirse de los suyos precisamente con este regalo, con el don de la paz. En el pasaje de los Hechos de los Apóstoles (14, 19-28), se cuenta el viaje que Pablo y Bernabé hicieron desde Antioquía y escuchamos las cosas que sufrieron. Pablo y Bernabé, de hecho, predicaban en Listra; pero –nos dicen los Hechos– «vinieron de Iconio algunos que persuadieron a la multitud que lo que predicada Pablo no era verdad». Y la multitud enseguida fue «por otro lado: lapidaron a Pablo y lo arrastraron fuera de la ciudad, dándole por muerto».
Pero, ¿esta es la paz que da Jesús? ¿O Pablo no había recibido la paz?. Los Hechos cuentan después que Pablo “se levantó y, rodeado de los discípulos entró en la ciudad, porque no estaba muerto, y continuó anunciando el Evangelio”. Había hecho un número considerable de discípulos y antes de irse ordenó sacerdotes, presbíteros, para que cuidara de esa gente». Así Pablo seguía trabajando. Y frente a todo esto repetía: «Es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios»
Por tanto, es una paz en medio de las tribulaciones. Y por esta razón «cuando Jesús da este regalo y dice a sus discípulos: “os dejo la paz, mi paz os doy”, añade: “no os la doy como la da el mundo, yo os la doy a vosotros”». La paz que nos ofrece el mundo es una paz sin tribulaciones: nos ofrece una paz artificial, una paz que más que paz es tranquilidad. Sería como decir: «por favor, no molestar: yo quiero estar tranquilo».
Se podría decir que el mundo nos ofrece una paz que mira solamente a las propias cosas, a las propias seguridades, que no falte nada. El mundo nos enseña el camino de la paz con anestesia. Y el mundo nos anestesia para no ver otra realidad de la vida: la cruz. Por este motivo Pablo dice que se debe entrar en el reino del cielo en el camino, con muchas tribulaciones. Pero, ¿se puede tener paz en la tribulación?. Por nuestra parte, no; porque nosotros no somos capaces de hacer una paz que sea tranquilidad, una paz psicológica, una paz hecha por nosotros, porque las tribulaciones existen: hay quien tiene un dolor, una enfermedad, una muerte.
En cambio, la paz que da Jesús es un regalo: es un don del Espíritu Santo. Y esta paz va en medio de las tribulaciones y va hacia adelante: no es una especie de estoicismo, como el que hace el faquir. Es, exactamente, otra cosa, es un don que nos hace seguir adelante. Tanto que Jesús, después de haber dicho esto, se fue al Monte de los Olivos porque les dijo: “ya no hablaré muchas cosas con vosotros, porque llega el Príncipe de este mundo». Y diciendo estas palabras, se fue a sufrir la tentación: él ofrece todo a la voluntad del Padre y sufre, pero no falta la consolación de Dios. Se lee efectivamente en el Evangelio: «Se le apareció del cielo un ángel para consolarle».
He aquí, entonces, que la paz de Dios es una paz real, que va en la realidad de la vida, que no niega la vida. Porque la vida es así: hay sufrimiento, hay enfermos, hay muchas cosas feas, hay guerras, pero esa paz de dentro, que es un regalo, no se pierde, sino que se sigue adelante llevando la cruz y el sufrimiento. Con la conciencia de que una paz sin cruz no es la paz de Jesús: es una paz que se puede comprar. Quizás podemos fabricarla nosotros, pero no es duradera: termina.
Cuando yo me enfado y pierdo la paz, cuando mi corazón se preocupa, es porque no estoy abierto a la paz de Jesús; porque no soy capaz de llevar la vida tal como viene, con las cruces y los dolores que llegan: porque no soy capaz de pedir: “Señor, dame tu paz”». Y esta, es una bonita gracia para pedir hoy, escuchando este pasaje de Jesús y esa palabra de Pablo: “debemos entrar en el reino de Dios a través de muchas tribulaciones”». Os invito a pedir la gracia de la paz, de no perder esa paz interior. Que el Señor nos haga entender bien cómo es esta paz que Él nos regala con el Espíritu Santo.
Francisco.
Homilía 16 Mayo 2017
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