Palabras para celebrar juntos la Pascua de Resurrección
-CONOCER-
En el corazón de todo hombre y mujer, resuena continuamente la invitación del Señor: «Busquen mi rostro» (Sal 27,8). Al mismo tiempo, tenemos que confrontarnos siempre con nuestra pobre condición de pecadores. Es lo que leemos, por ejemplo, en el Libro de los Salmos: «¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro? El hombre de manos inocentes y puro corazón» (Sal 24,3-4). Pero no tengamos miedo ni nos desanimemos: en la Biblia y en la historia de cada uno de nosotros vemos que Dios siempre da el primer paso. Él es quien nos purifica para que seamos dignos de estar en su presencia.
El profeta Isaías, cuando recibió la llamada del Señor para que hablase en su nombre, se asustó: «¡Ay de mí, estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros!» (Is 6,5). Pero el Señor lo purificó por medio de un ángel que le tocó la boca y le dijo: «Ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado» (v. 7). En el Nuevo Testamento, cuando Jesús llamó a sus primeros discípulos en el lago de Genesaret y realizó el prodigio de la pesca milagrosa, Simón Pedro se echó a sus pies diciendo: «Apártate de mí, Señor, que soy un pecador» (Lc 5,8). La respuesta no se hizo esperar: «No temas; desde ahora serás pescador de hombres» (v. 10). Y cuando uno de los discípulos de Jesús le preguntó: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta», el Maestro respondió: «Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Jn 14,8-9).
La invitación del Señor a encontrarse con Él se dirige a cada uno de ustedes, en cualquier lugar o situación en que se encuentre. Basta «tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él » (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 3). Todos somos pecadores, necesitados de ser purificados por el Señor. Pero basta dar un pequeño paso hacia Jesús para descubrir que Él nos espera siempre con los brazos abiertos, sobre todo en el Sacramento de la Reconciliación, ocasión privilegiada para encontrar la misericordia divina que purifica y recrea nuestros corazones.
Sí, queridos jóvenes, el Señor quiere encontrarse con nosotros, quiere dejarnos “ver” su rostro. Me preguntarán: “Pero, ¿cómo?”. También Santa Teresa de Ávila, que nació hace ahora precisamente 500 años en España, desde pequeña decía a sus padres: «Quiero ver a Dios». Después descubrió el camino de la oración, que describió como «tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (Libro de la vida, 8, 5). Por eso, les pregunto: ¿rezan? ¿saben que pueden hablar con Jesús, con el Padre, con el Espíritu Santo, como se habla con un amigo? Y no un amigo cualquiera, sino el mejor amigo, el amigo de más confianza. Prueben a hacerlo, con sencillez. Descubrirán lo que un campesino de Ars decía a su santo Cura: Cuando estoy rezando ante el Sagrario, «yo le miro y Él me mira» (Catecismo de la Iglesia Católica, 2715).
También les invito a encontrarse con el Señor leyendo frecuentemente la Sagrada Escritura. Si no están acostumbrados todavía, comiencen por los Evangelios. Lean cada día un pasaje. Dejen que la Palabra de Dios hable a sus corazones, que sea luz para sus pasos (cf. Sal 119,105). Descubran que se puede “ver” a Dios también en el rostro de los hermanos, especialmente de los más olvidados: los pobres, los hambrientos, los sedientos, los extranjeros, los encarcelados (cf. Mt 25,31-46). ¿Han tenido alguna experiencia? Queridos jóvenes, para entrar en la lógica del Reino de Dios es necesario reconocerse pobre con los pobres. Un corazón puro es necesariamente también un corazón despojado, que sabe abajarse y compartir la vida con los más necesitados.
El encuentro con Dios en la oración, mediante la lectura de la Biblia y en la vida fraterna les ayudará a conocer mejor al Señor y a ustedes mismos. Como les sucedió a los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-35), la voz de Jesús hará arder su corazón y les abrirá los ojos para reconocer su presencia en la historia personal de cada uno de ustedes, descubriendo así el proyecto de amor que tiene para sus vidas.
Francisco.
XXX Jornada Mundial de la Juventud, 31 Enero 2015.
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