Caminamos juntos
en la Semana de Pasión
Reflexión
de Fr. Fernando García Fernández, OP
(Convento de Santa Sabina - Roma)
- Domingo de Resurrección -
DEL
POZO AL GOZO
(Reflexión
en torno al Ev. de Jn 20,1-9)
“En verdad, en verdad les digo:
si el grano de trigo no cae en tierra
y muere, queda
él solo;
pero si muere, da mucho fruto”
(Jn 12,24)
La
sabiduría popular ha elaborado una frase que resume la experiencia de una buena
noticia que de improviso se vuelve triste: “Del gozo al pozo”. En el caso de
nuestra fiesta solemne de la Resurrección del Señor, podríamos invertir la
frase: de la tristeza a la alegría. Los discípulos amaban al Señor Jesús, y su
pasión y muerte les causó una profunda tristeza, semejante a un pozo hondo,
oscuro y sin agua. Pero esa pena se transforma en alegría, cuando comprenden el
sentido final de la muerte de Jesús a través de su resurrección.
El Evangelio del día de Pascua nos dice
que cuando la aurora nacía, justo antes de que saliera el sol, en el silencio
de una madrugada, María Magdalena con un profundo dolor, fue al sepulcro donde
habían depositado al Señor, para realizar un último servicio al Maestro. Una
maravillosa iniciativa inspirada de lo alto. Pero, comienza el misterio de
Cristo resucitado. María ve la piedra quitada del sepulcro. Entonces, corre a
buscar a otros que también están tristes, pero están encerrados porque tienen
miedo. Ahora María, Pedro y Juan, los tres juntos, corren al sepulcro a ver lo
que ha pasado.
¿Qué ha pasado? Ha ocurrido algo que
escapa a los sentidos y al control de los seres humanos. ¡Cristo ha resucitado!
Cristo resucitado ha inaugurado verdaderamente un mundo nuevo, una vida nueva.
La resurrección de Jesús es un misterio de luz, es un hecho histórico de
significado universal, trascendente, cósmico. Es la transformación global del
mundo, del sentido de la historia. El cielo y la tierra se juntan, se abrazan,
se reconcilian. Todo abismo de mal que hay en el mundo ha sido engullido por un
abismo de bien. ¡Qué abismo de amor y bondad de parte de Dios! La Pascua es una
re-creación, es una nueva creación de la humanidad. El resucitado ha inaugurado
verdaderamente un mundo nuevo. Es un evento que manifiesta una ley universal:
responde a las intuiciones y esperanzas de un destino humano abierto al futuro.
Sin embargo, tenemos que actualizar ese
acontecimiento y la experiencia de estos tres personajes. ¿Dónde está el cambio
que supuestamente ha llevado a cabo el resucitado? La Pascua de Jesús no nos
traslada automáticamente a un mundo de ensueño. Más bien nos tiene que llegar
al corazón para hacernos recorrer con alegría y esperanza un camino de
purificación y autenticidad, de revisión de nuestro comportamiento, de cómo
vivimos nuestras relaciones humanas, con los seres queridos, con los pobres,
con los enfermos, con todos aquellos que son nuestros hermanas y hermanos. Renegamos
de la resurrección si nos conducimos mal, con egoísmo e indiferencia, con desánimo
y desesperación. La Pascua no nos devuelve a un mundo irreal, sino a una
experiencia auténtica de fe, esperanza y amor: fe que es fuente de gozo y paz
interior; esperanza que es más fuerte que las decepciones de la vida; amor que
es más fuerte que todo egoísmo. El resucitado está con nosotros y junto a Él,
estaremos en condiciones de vencer el mal con el bien, de sacar del mal el bien
más grande. Son frutos del grano de trigo caído en tierra. Esta
es la fuerza y la novedad de la Pascua.
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