martes, 18 de mayo de 2021

Tiempo de Pascua desde Scala Coeli (44)

 

Dibujo para Cirio Pascual, obra de Fr. Félix Hernández, OP

 

 LA VIDA ETERNA

 

Hemos sido creados desde el amor, en el amor y para el amor. Cuando ese amor es verdadero siempre tiene vocación de infinitud, me imagino que por esa razón el ser humano vive en esta tierra con esa sed de eternidad.

El “SÍ” rotundo de Jesucristo a la humanidad, el que llevó hasta las últimas consecuencias, nos devuelve al proyecto original, a lo que se nos cuenta en los primeros versículos del Génesis que Dios sueña para el ser humano.

No podemos decir mucho ni describir cómo es la vida eterna, pero desde la experiencia de la resurrección de Jesús, sí podemos afirmar sin ninguna duda que, ante todo, es un regalo: no se trata de un premio que nosotros ganamos por nuestros pobres méritos (¡estaríamos apañados!) sino de pura gracia de un Dios, loco de amor por nosotros, que no descansa hasta que ese amor triunfa para siempre.

Un don que, además, afecta a todo lo que somos, a nuestra dimensión espiritual pero también a la corporal, a la afectiva… incluso a toda la creación: un cielo y una tierra nueva donde podamos ser quienes auténticamente somos para siempre.

Sin embargo, como nos recuerda el papa Francisco en una de sus catequesis, no estamos hablando de un lugar físico, sino de un estado, más allá de conceptos humanos y finitos como el tiempo o el espacio, en el que se colmarán todos nuestros anhelos “en una nueva creación, con plenitud de ser, verdad y belleza, libre de todo mal y de la misma muerte”. Un modo de ser resucitados que a mí me gusta imaginar como ¡cuando nos abrazamos a nuestros padres, hijos o parejas y en ese momento sentimos que no nos hace falta nada más! Pues así: un abrazo infinito y muy apretado entre nosotros y de todos con Dios.

Hacia esa meta avanzamos como humanidad y como Iglesia, pero, es evidente que un determinado destino determina también el camino: no nos preparamos igual para hacer un viaje de negocios que para unas vacaciones, ni hacemos la misma maleta cuando nos dirigimos a la playa que si vamos a la montaña. La esperanza de la resurrección futura, por tanto, no está separada de nuestro presente, de alguna forma ya la empezamos a vivir aquí y ahora. Nuestro paso por esta tierra es la ocasión de abrir los brazos y el corazón, para ir reuniendo en ellos los rostros, vidas, necesidades, sueños… de más y más personas cada día.

Gracias a Cristo, la vida eterna ¡ya puede ser hoy!

 

                                                        Fr. Félix Hernández Mariano, OP

 

 

 

 

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