Me parece imposible pensar en una vida evangélica sin querer que sea una vida de silencio y sin saber que ha de serlo.
Si señalamos de un extremo al otro del Evangelio todo lo que Jesús dijo sobre la «Palabra» de Dios, todo lo que dijo para que sea «recibida» y «escuchada», para que sea «guardada», para que «se cumpla» y para que sea «anunciada», enseguida tendremos la certeza de que la «buena nueva», para que sea conocida, vivida y comunicada, ha de ser acogida, recogida, llevada a lo más profundo de nosotros.
Y si es toda nuestra vida la que debe someterse al Evangelio de Jesucristo, si son todas sus palabras las que queremos tomar como guías en función de las circunstancias de la vida, será imposible si toda nuestra vida no hace silencio.
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