Cada "Avemaría" evoca el viaje individual que cada uno de nosotros debe hacer, del nacimiento a la muerte. Está marcado por el ritmo biológico de toda vida humana. El señala los tres únicos momentos de nuestra vida de los cuales podemos estar absolutamente seguros: hemos nacido, vivimos ahora y moriremos un día. El comienzo, el principio de toda vida humana, la concepción en el seno maternal. El ahora nos sitúa en el momento en que nosotros pedimos a María sus oraciones. Tiene en cuenta la muerte, nuestra muerte. Es una oración increíblemente física. Está marcada por el inevitable drama corporal de todo ser humano que ha nacido y debe morir.
Y esto, indudablemente, es un bien dominicano pues la predicación de Domingo comienza en el Sur de Francia, no lejos de aquí, contra los herejes que despreciaban el cuerpo y que consideraban la entera creación como mala. Se enfrentaba a una serie de modas de espiritualidad dualista que afluyen regularmente en Europa. San Agustín, de quien nosotros seguimos la regla, fue cogido en otro de esos movimientos siendo joven. Fue maniqueo. Hoy todavía un gran "campo" del pensamiento popular es profundamente dualista. Los estudios han mostrado que los científicos modernos piensan generalmente en la salvación en términos de escapatoria del cuerpo.
Pero la tradición dominicana ha destacado siempre que somos seres físicos, corporales. Todo lo que somos viene de Dios. Recibimos en alimento el Sacramento del cuerpo y sangre de Jesús; esperamos la resurrección de los cuerpos. El viaje que cada uno de nosotros debe recorrer es, en primer lugar, físico, biológico, y él nos guía desde el vientre de nuestra madre hasta la tumba. Es en este espacio temporal donde encontraremos a Dios y hallaremos la salvación. Es esta sencilla oración la que nos ayuda en el recorrido de este camino.
Fr. Timothy Radcliffe, op
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