Tenemos cosas que hacer, cosas maravillosas.
Nos han encomendado la casa de este mundo.
Todo lo que el creador hacía en él
es ahora tarea nuestra.
¡Qué tarea tenemos encomendada!
Encender el sol cada mañana para todos
y sacar brillo a la luna
para que relumbre por los caminos de las sombras.
Contar de una en una las estrellas,
investigar los planetas, ponerles nombres:
a uno amor,
a otro solidaridad,
al más lejano: lugar de encuentro.
Tenemos que limpiar cada mañana la atmósfera,
para que respiren los niños
y se pierdan en su azul
el vuelo de los pájaros y nuestras miradas.
Hay que poner manos a la obra.
De lo contrario... llegará un día...
en que la tierra parecerá una caldera abrasada
y los árboles serán huesos calcinados
y los ríos llorarán sin agua.
Nos han dejado en la casa
para organizar entre todos una convivencia digna.
¡Hay que poner sumo cuidado en la tarea!
Mientras nosotros dormimos,
otros trabajan:
trabajan para sus propios intereses,
para someter a las personas,
aplastar a los pueblos,
llenar a tope sus arcas.
¿No veis como trabajan cerrando la boca a quien grita,
segando la vida a quienes piden libertad,
apaleando a quien trabaja por la paz,
encarcelando al que clama por la dignidad
de todas las gentes y de los pueblos?
Si hoy viniera el Dueño de la casa y nos pidiera cuentas,
¿cuál sería el resultado de la auditoría?
El Dueño de la casa avisa. Os lo digo a todos:
“trabajad con ahínco
en la tarea que os tengo encomendada.
(Adaptación de un texto de Teilhard de Chardin)
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