Jesús, vamos a recorrer contigo las estaciones de tu agonía y tu muerte. Vamos a pasar un poco de tiempo contigo, renovando el sacrificio que nos dio la vida. Por ese sacrificio tuyo en la Cruz somos cristianos, y hemos recibido las gracias de Dios. Por ese sacrificio tuyo hemos sido salvados. Ayúdanos a comprender un poco mejor, a amar un poco más, para que después de meditar sobre estas quince estaciones de tu Vocación salvadora, nosotros mismos nos decidamos a dar algo más de nosotros. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
PRIMERA ESTACIÓN: Jesús, condenado a muerte
Estás totalmente solo. Ningún amigo te ayuda. Nadie va a defenderte. Has gastado toda tu vida ayudando a los demás, haciendo milagros, curando y haciendo favores a todos. Y ahora te van a matar. Cuando yo soy acusado por algo que no he hecho, ayúdame a recordar lo que Tú hiciste por mí, cómo aceptaste las acusaciones y no te quejaste.
Oh Dios, muchas veces la gente no parece entenderme. Saltan a conclusiones y me gritan por algo que no he hecho, o no tenía intención de hacer. Ayúdame a aceptar los errores de los demás como Tú aceptas los errores que yo cometo en mi vida. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.
SEGUNDA ESTACIÓN: Jesús acepta su Cruz
En el momento en que cargas con la Cruz sobre tus hombros, ya sabes con seguridad que no te la quitarán hasta que te encuentres clavado en ella en el monte Calvario. Pero la aceptas igual. La cruz son todos los problemas, y los problemas nadie los quiere. La cruz no es nada dulce, pero es algo que forma parte de nuestra vida humana. No creo que te pueda prometer que buscaré la cruz a lo largo de mi vida, pero lo que sí te prometo es que intentaré llevarla cuando me la envíes Tú.
Oh Dios, mis problemas les suelen parecer pequeños a muchas personas, pero Tú sabes que no son pequeños para mí. Estas cruces no son fáciles de llevar, pero cuando esté a punto de quejarme de ellas, ayúdame a recordar a Cristo y su Cruz.
TERCERA ESTACIÓN: Jesús cae
Has perdido mucha sangre, Cristo, por el brutal trato que has recibido. Estás débil y a punto de desmayarte de dolor. Y ahora caes al suelo. Nadie parece dispuesto a ayudarte, tampoco. Los soldados te dan empujones y patadas y te gritan que te levantes y sigas marchando. Caes de debilidad, pero de alguna manera logras encontrar fuerzas para levantarte y seguir tu camino. Sigues con lo que has empezado.
Oh Dios, sé que muchas veces empiezo cosas y luego me canso de ellas. O que no las hago bien e intento olvidarme de ellas. A veces no pongo atención en lo que estoy haciendo. Ayúdame a ser como tu Hijo. Ayúdame a ser constante en las cosas buenas que he empezado y a llevarlas hasta el final lo mejor que pueda.
CUARTA ESTACIÓN: Jesús encuentra a su Madre
En medio de los gritos y los insultos que te dirigen tantas personas, finalmente encuentras a alguien que te quiere bien y que siente dolor por ti. Es tu Madre. Ella no puede hacer mucho para detener su sufrimiento, pero te dirige una mirada que te muestra que está sufriendo contigo, y eso te ayuda en tu camino. Alguien te entiende.
Oh Dios, Tú me diste a mis padres. Nadie más en todo el mundo es mi padre y mi madre. Gracias por este regalo que me has hecho. Por muy duras que me sean las cosas en la vida, yo sé que ellos están ahí y que de veras me quieren. Ayúdame a mostrarles yo también mi amor.
QUINTA ESTACIÓN: Simón ayuda a Jesús a llevar la Cruz
Los soldados tienen miedo de que no seas capaz de llegar hasta el monte, para la crucifixión. Estás cada vez más débil. Por eso agarran a un hombre en la multitud, un hombre llamado Simón de Cirene, el Cireneo, y le obligan a llevar tu cruz durante un rato. Él no quiere, pero le obligan. A él le gustaría más bien estar allí, mirando, viendo lo que pasa. Él no había venido para ayudarte: pero ahora está llevando tu Cruz.
Oh Dios, tengo que confesar que yo soy bastante como este Simón. ¡Cuántas veces podría haber ayudado a otras personas! Ayúdame a hacer algo más que estar ahí y contemplar lo que pasa a mi alrededor. Ayúdame a ayudar a los demás.
SEXTA ESTACIÓN: La Verónica seca el rostro de Jesús
De repente se detiene la marcha hacia el Calvario. Una mujer se adelanta. Su nombre es Verónica. Toma un lienzo de tela y te seca la cara, para quitarte el sudor y la sangre. Te ofrece un poco de alivio. Y para premiar su bondad, Tú haces que en la tela quede impreso tu rostro. A pesar de que estás a punto de morir, sigues haciendo el bien a todos.
Oh, Dios, enséñame a dar un poco de mí mismo a todo el que me necesita. Enséñame a salir de mi propio camino y a ayudarles aun cuando no me lo hayan pedido. Ya sé que hace falta mucha valentía para ser como la Verónica: ayudar a los que han caído en desgracia y son objeto de burlas de la gente. Ayúdame a ser como ella, a ser un buen cristiano.
Es la segunda vez que has caído en el camino de la Cruz. Esta vez te costará más levantarte. El peso de esa cruz se te hace cada vez más pesado. Pero te esfuerzas y pronto estás de nuevo en pie, para continuar tu marcha, la marcha que te llevará a tu muerte y a nuestra salvación.
Oh Dios, hay tantas cosas que intentan hundirme a mí. Yo no las entiendo todas. Todo eso que leo en los periódicos y veo en la televisión sobre muertes y crímenes. Ayúdame a levantarme de todo eso. Ayúdame a continuar mi camino, como lo hizo tu Hijo Jesús.
OCTAVA ESTACIÓN: Jesús se encuentra con las mujeres
A lo largo del camino que Tú sigues, hay un grupo de mujeres que te están contemplando. Cuando pasas junto a ellas, te das cuenta de que están llorando. Te detienes un momento para dirigirles tu palabra. Quieres darles un poco de alivio para su dolor. Es muy propio de ti: están llorando por ti, por tu dolor, y Tú te paras y quieres ayudarles para que no sufran ellas.
Oh Dios, cuántas veces me encierro en mí mismo y me olvido de los demás. Cuántas veces no pienso en nadie más que en mí mismo. Ayúdame a darme cuenta de que también los demás tienen problemas y que necesitan ayuda. Enséñame a darles toda la ayuda de que yo sea capaz.
NOVENA ESTACIÓN: Jesús cae por tercera vez
Te estás acercando al monte Calvario. Y una vez más caes bajo el peso de la cruz. La cumbre de esta colina significa el final de tu vida humana, pero es también el lugar en que vas a salvar a la humanidad, cumpliendo la voluntad de tu Padre. Sobreponiéndote a la debilidad que ha llenado tu cuerpo, la vista de esa montaña te da las fuerzas que necesitas para levantarte una vez más y seguir tu camino. Te levantas. Coges tu Cruz. Sigues.
Oh Dios, estas tres caídas son toda una lección para mí. Me estás diciendo que no importa cuántas veces pueda yo caer en desobediencia, en descuidos, en mentiras, en engaños: lo que yo necesito cada vez es saber levantarme y probar una vez más. Y si yo lo intento, Tú me ayudarás. Y cuando trabajamos juntos, Tú y yo, yo puedo ser el que Tú quieres que sea.
DÉCIMA ESTACIÓN: Jesús es despojado de sus vestidos
Los soldados te arrebatan el manto que te habían puesto después de haberte azotado en casa de Pilato. Las heridas se te abren de nuevo y todo tu cuerpo está lleno de sangre y heridas. Algunos entre la gente se ríen o te insultan. Te dicen que hagas un milagro y que entonces creerán en ti. Poco saben lo que estás a punto de hacer: el mayor de los milagros, la salvación de todo el mundo.
Oh Dios, ante Jesús que es despojado de sus vestidos, ayúdame a recordar siempre que mi cuerpo lo tengo que conservar puro y limpio. Ayúdame a superar las tentaciones de este mundo y ser como tu Hijo. Ayúdame a colaborar con Él, en la salvación del mundo, siendo valiente para conservar puros mis pensamientos, mis palabras y mis acciones.
UNDÉCIMA ESTACIÓN: Jesús es clavado en la cruz
Estás ahora extendido sobre la cruz y los soldados han empezado a clavarte los gruesos clavos en tus manos y en tus pies, cosiéndote al madero. Todos se ríen de ti. Los soldados se han jugado a los dados tus vestidos. Todos parecen haberse vuelto locos. Tú no les has dado más que amor y bondad, y todo lo que te ofrecen ahora son unos clavos a través de tus manos y tus pies.
Oh Dios, el hombre parece a veces más un animal que un ser humano. Nos hacemos daño los unos a los otros burlándonos del color de la piel, o de los defectos en el modo de hablar, o de los vestidos pobres; cosas que no tienen ninguna importancia. Haz que nunca sea yo quien clave un clavo en el cuerpo de otros con mis desprecios o mis rencores o mis injusticias o mi fanatismo.
DUODÉCIMA ESTACIÓN: Jesús muere en la cruz
Mueres en la Cruz. ¿Qué te diré? Voy a hacer silencio durante unos momentos para hablarte con mis palabras, desde dentro, y decirte cuáles son mis sentimientos y mi amor por ti. (Quédate un rato en silencio).
DECIMOTERCERA ESTACIÓN: Jesús es bajado de la cruz
Con qué brutalidad te clavaron en la cruz, y con qué delicadeza te bajan ahora de la misma. Te colocan en los brazos de tu Madre y te limpian de toda tu sangre y suciedad. Te tratan con todo cariño. Parece que siempre nos sentimos más amables cuando vemos la muerte y nos volvemos más favorables a una persona cuando ya ha muerto. Si aprendiéramos a decir esas cosas amables cuando las personas están vivas, y ser buenos los unos para con los otros cuando vivimos: sería mucho más fácil vivir esa vida nueva que Tú nos has enseñado.
Oh Dios, yo viviré en esta tierra puede ser que diez, veinte, sesenta o setenta años. Ayúdame a ser amable en mis palabras y en mis acciones para con ellos, mientras viven. Si les ayudo a ser felices, también yo seré más feliz.
DECIMOCUARTA ESTACIÓN: Jesús es enterrado
Eres colocado en tu sepulcro. Echan a rodar la gran piedra en la entrada y allí quedas Tú, en tu tumba. Pero yo sé que en tres días Tú vas a resucitar. Y vas a dar un nuevo sentido a la vida, y nos vas a enseñar un nuevo modo de vivirla. Resucitarás de entre los muertos y así la muerte habrá perdido su presa sobre la humanidad y nuestros miedos serán superados, porque Tú has demostrado que eres el Hijo de Dios.
Oh Dios, por difíciles que parezcan las cosas, no podrán llegar a lo dura que fue la vida de tu Hijo. Y a pesar de sus sufrimientos, todo acabó bien al final. Tú nos prometes también a nosotros la victoria final, y por eso queremos permanecer contigo. Ayúdame a seguir siempre el camino de Cristo Jesús: aceptando lo que no podemos cambiar, cambiando lo que podemos por el bien de la humanidad, siguiendo de cerca el camino que Tú has pensado para mí en los años que me toque vivir en este mundo.
DECIMOQUINTA ESTACIÓN: La resurrección
Como la oscuridad de la noche queda vencida por el resplandor de la aurora, así ha sucedido en ti el milagro de la Nueva Vida. Al acercarse el brillo del sol, otra Luz llena de alegría a todos: la tumba está vacía y el Dios-Hombre se ha alzado de la muerte y camina de nuevo en esta tierra. El sufrimiento, la dureza, las torturas de su vida han quedado engullidas en la gloria de la resurrección. Cristo ha resucitado y el mundo entero, lleno de esperanza, grita: Aleluya.
Oh Dios, ojalá se me ocurriera más veces detenerme y mirar a mi propia vida. Yo, por el Bautismo, estos y unido a Cristo. Mi vida, según tus planes, es un reflejo de su vida. También yo debo soportar el dolor, y la fatiga: son cosas de mi vida humana. Pero también yo puedo superar todo eso porque esa es mi herencia como cristiano: levantarme, renovarme, ser cada vez más perfecto, y gritar con todos los que tienen esperanza mi gozoso aleluya, aleluya, aleluya.
Vía Crucis, CPL, Barcelona 1987, p. 92
un saludo afectuoso desde El Salvador Centroamerica, desde mi blog
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