Juzgamos demasiado. Y no precisamente a nosotros mismos, la mayoría de las veces. En ocasiones lo hacemos en silencio, sin decir palabra. Se nos va mucho de la vida en repasar a los otros, siempre desde nuestros criterios, que suelen ser los mejores, los más justos. Desde los famosos de las portadas, los políticos de la crisis, hasta aquellos con quienes convivimos. Por nuestros juicios pasan los más desgraciados, que -¡cómo no!- han cometido alguna irregularidad o pecado. Y del juicio fácil, inmisericorde y desinformado, viene después una actitud de desprecio. Todos sabemos de todo. Parece que nadie está mejor informado ni tiene mejores criterios morales que nosotros mismos. Nadie.
Pecamos de esto. Y también la Iglesia, o al menos aquellos que nos decimos cristianos. Utilizamos más la ley (¿qué ley, por cierto?) que la misericordia; las etiquetas, que la bondad; la descalificación que la comprensión.
Pero Dios no es así. Ni su justicia es la nuestra (“dar a cada uno lo mejor”, incluso a los que creemos no lo merecen). Dios no juzga, sino que actúa. El nombre de Dios es un verbo, porque Él se mueve. “he visto la aflicción del pueblo, he oído sus quejas, he percibido sus angustias, bajo a liberar”. No se pregunta por qué sucede eso, de quién es la culpa, cómo de malvados son unos u otros, no da consejos, no encarga a otros. Libera. Actúa.
Jesús desmonta los prejuicios de los judíos. Las condenas morales más fáciles son aquellas que meten a Dios por medio. El Dios que castiga maldades y pecados, que se venga de los malos, que culpabiliza. Dios no es así. Los hombres sí: echan balones fuera juzgando, inventando culpables. Es más fácil que actuar. Dios confía en cada uno de sus hijos, también –y sobre todo- en los perversos. Como el Israel que no daba frutos, sólo juzgaba los frutos pobres de los demás. Como en tantos de nosotros que vemos motas en ojos ajenos. Dios confía, da oportunidades, no cierra caminos. Y nos invita a hacer lo mismo. ¿Por qué no cambiar nosotros antes que criticar a otros? Que esta cuaresma sea tiempo de conversión y misericordia, de benevolencia y caridad. Que sólo nos juzguemos sólo a nosotros mismos con el amor con que Dios nos juzga.
Tercer Domingo de Cuaresma (C)
Éxodo 3, 1-15
Sal 102
1 Corintios 10, 1-12
Lucas 13, 1-9
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