domingo, 6 de abril de 2014

OIDO EN SCALA COELI: Notas del tercer domingo del Triduo al Santísimo Cristo de San Alvaro (y quinto de Cuaresma)


…. En el Domingo primero del Triduo (tercero de Cuaresma) nos decía el Señor, a través del P. José Antonio Segovia O.P., en aquel diálogo con la samaritana, que si tengo sed que sepa acudir a la fuente verdadera, que es Él, donde saciaremos esa sed, y que no bebamos de otras fuentes que no nos la quitan.

En el segundo Domingo del Triduo (cuarto de Cuaresma) a través del P. Carlos Romero O.P., nos decía el Señor, nos decía Jesús, en aquel encuentro con el ciego de nacimiento, que si sufro ceguera, que me deje iluminar por Él, que es la luz y, a la vez, poder yo ser luz para todos aquellos que me rodean.

Y en el Evangelio de hoy, ante la tumba de su amigo Lázaro, nos dice que si me encuentro muerto, hablando en cristiano, cuando no tengo la vida de Dios por el pecado, escuchemos su fuerte voz que dice: “Sal fuera”.

Sal fuera de todo lo que te ata y te separa de Él; de tu vida de rutina; de tu mediocridad; de tu tibieza; de tu comodidad; de tu crispación. Sal fuera de tu manera de ser cristiano, si es que tu vida no es acorde con tu fe.

Dentro de muy poco, dentro de unos días, muchísimos cordobeses y, quizás, alguno de nosotros, desfilaran en las procesiones o serán como espectadores del desfile procesional. Sin ir más lejos, el próximo Viernes de Dolores, nosotros mismos y cuantos aquí acudan, saldremos con este Cristo haciendo el Via Crucis de San Álvaro, con el mismo recorrido que él hiciera hace ya 589 años.

Pero no creamos que nos conocerán los demás y, sobre todo, los que no creen que somos cristianos por las procesiones de Semana Santa ni por las bellas imágenes, ni por nuestro Via Crucis –único en el mundo-, ni siquiera por los cultos estipulados en los Estatutos, sino por nuestra coherencia,  por nuestra solidaridad y por el amor que nos tengamos unos a otros.

No olvidemos que Dios no sale a la calle una vez al año, sino cada día, cada vez que tus ojos se cruzan con los de tu hermano; cada vez que tiendes tu mano amiga la que sufre, al que pasa hambre, al que pasa sed, al que está triste, al que se encuentra solo, al enfermo, al que no tiene hogar ni vestido, al emigrante; cada vez que estas demostrando con tu vida que Dios está dentro de ti.

Esto es lo que hizo San Álvaro: ser un espejo donde se reflejó nítidamente la imagen de Jesús y, por tanto, no tenía por qué ruborizarse al mirar a Jesús, y se sentía cómodo al sentirse mirado por Él, porque Cristo en él veía a un auténtico testigo, a un auténtico creyente, a un seguidor suyo totalmente coherente que, dejándolo todo, lo siguió y no regateó esfuerzo ninguno para darlo a conocer a los demás.


Si queremos imitar a S. Álvaro, que es el alma, juntamente con el Cristo, de este lugar, ¿qué hacemos?¿vivimos?¿damos a los demás?

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