…. En el Domingo primero del Triduo (tercero de Cuaresma) nos
decía el Señor, a través del P. José Antonio Segovia O.P., en aquel diálogo con
la samaritana, que si tengo sed que sepa acudir a la fuente verdadera, que es
Él, donde saciaremos esa sed, y que no bebamos de otras fuentes que no nos la
quitan.
En el segundo Domingo del Triduo (cuarto de Cuaresma) a
través del P. Carlos Romero O.P., nos decía el Señor, nos decía Jesús, en aquel
encuentro con el ciego de nacimiento, que si sufro ceguera, que me deje
iluminar por Él, que es la luz y, a la vez, poder yo ser luz para todos
aquellos que me rodean.
Y en el Evangelio de hoy, ante la tumba de su amigo Lázaro,
nos dice que si me encuentro muerto, hablando en cristiano, cuando no tengo la
vida de Dios por el pecado, escuchemos su fuerte voz que dice: “Sal fuera”.
Sal fuera de todo lo que te ata y te separa de Él; de tu vida
de rutina; de tu mediocridad; de tu tibieza; de tu comodidad; de tu crispación.
Sal fuera de tu manera de ser cristiano, si es que tu vida no es acorde con tu
fe.
Dentro de muy poco, dentro de unos días, muchísimos
cordobeses y, quizás, alguno de nosotros, desfilaran en las procesiones o serán
como espectadores del desfile procesional. Sin ir más lejos, el próximo Viernes
de Dolores, nosotros mismos y cuantos aquí acudan, saldremos con este Cristo
haciendo el Via Crucis de San Álvaro, con el mismo recorrido que él hiciera
hace ya 589 años.
Pero no creamos que nos conocerán los demás y, sobre todo,
los que no creen que somos cristianos por las procesiones de Semana Santa ni
por las bellas imágenes, ni por nuestro Via Crucis –único en el mundo-, ni
siquiera por los cultos estipulados en los Estatutos, sino por nuestra
coherencia, por nuestra solidaridad y
por el amor que nos tengamos unos a otros.
No olvidemos que Dios no sale a la calle una vez al año, sino
cada día, cada vez que tus ojos se cruzan con los de tu hermano; cada vez que
tiendes tu mano amiga la que sufre, al que pasa hambre, al que pasa sed, al que
está triste, al que se encuentra solo, al enfermo, al que no tiene hogar ni
vestido, al emigrante; cada vez que estas demostrando con tu vida que Dios está
dentro de ti.
Esto es lo que hizo San Álvaro: ser un espejo donde se
reflejó nítidamente la imagen de Jesús y, por tanto, no tenía por qué
ruborizarse al mirar a Jesús, y se sentía cómodo al sentirse mirado por Él,
porque Cristo en él veía a un auténtico testigo, a un auténtico creyente, a un
seguidor suyo totalmente coherente que, dejándolo todo, lo siguió y no regateó
esfuerzo ninguno para darlo a conocer a los demás.
Si queremos imitar a S. Álvaro, que es el alma, juntamente
con el Cristo, de este lugar, ¿qué hacemos?¿vivimos?¿damos a los demás?
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comparte con nosotros...