“El
Señor me abrió el oído y me ha hablado, y me sostiene en el camino de la vida”,
nos acaba de decir la primera Lectura.
Bien seguro que a lo largo de esta Semana
Santa que hoy iniciamos, el Señor nos hablará de mil formas a cada uno de
nosotros, pero especialmente a vosotros
que componéis el grupo que vais a estar aquí durante esta Semana Santa. Pero es
preciso estar muy atentos para poderle escuchar en medio de tantas cosas que
nos distraen.
Ya, hoy, desde este inicio de la Semana
Santa, nos acaba de hablar a través del simbolismo de los ramos. Estos ramos
que hemos llevado en nuestras manos, han de ser símbolo de nuestra adhesión, de
sintonía y de lealtad a Jesús. Nos
quieren recordar que creer en Jesús y servir a Jesús en nuestros hermanos, son
los mejores ramos que podemos enarbolar hoy y siempre. No como los que le
recibieron a las puertas de Jerusalén, que hoy le aclamaron y a los cinco días
lo crucificaron.
Ojalá que todos estemos dispuestos a escucharle
con todas las consecuencia, como nos decía la primera Lectura. Porque eso nos
hará fuertes y esperanzados, porque sabemos que así no quedaremos avergonzados.
Y como nos acaba de decir la segunda Lectura,
que es el telón de fondo de toda la Semana Santa, La contemplación de Cristo
fundamenta la exhortación de la vida fraterna, que siempre exige humildad,
olvidarse de uno mismo y vivir la compasión: el que nos salva, ha sido
humillado como un esclavo, hasta dar la vida.
¡Y quien no se estremece al escuchar el relato de la Pasión!
En todo el relato hay una constante, una
esperanza que no será defraudada: LA RESURRECCIÓN. Y en medio toda una serie de
situaciones sorprendentes: la acusación urdida contra Jesús en medio de las
fiestas, la traición de uno de los suyos, la cena pascual, el discurso de
despedida, el mandamiento del amor, la eucaristía, la angustia y la soledad de
Jesús, el abandono de los apóstoles, el escarnio, las burlas, los tormentos, la
muerte.
Pero también
la llamada a seguirle de cerca y, sobre todo, la invitación a semejarse
a él en las actitudes que configuran su persona y que afloran de manera
especial en las últimas horas de su vida: la entrega total; la renuncia a
cualquier clase de violencia, aunque sea para defenderse; el amor incondicional
a los suyos, a pesar de las debilidades o negaciones; la fidelidad y total
confianza en el Padre, incluso ante su “silencio”; la aceptación de la
condición humana con todas sus consecuencias, aunque vivida con una dignidad única.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comparte con nosotros...