3ª.-
“AHÍ TIENES A TU MADRE. AHÍ TIENES A TU HIJO”. Jn 19, 25-27
¡Oh Redentor y Salvador del mundo!, si los ladrones
desean que os acordéis y tengáis memoria de ello, ¿cuánto más lo deseará
vuestra benditísima Madre. Y si vos tenéis memoria de los robadores, ¿cómo no
la tendréis de los robados? Bien veo, Redentor mío, que no la tenéis olvidada,
porque el dolor con que su presencia aflige vuestro corazón no os la deja.
olvidar: antes creo que allá dentro de vuestra alma le hablaréis muchas veces y
le decíais: Oh inocente y afligida Virgen!, ¿qué consuelo te daré? Tu consuelo
sería mío; mas porque no lo hay hoy para mí, tampoco lo hay para tí.
Si consuelo es condolerme de tí, más siento los
dolores de tu corazón que los de mi cuerpo, y más siento ver y correr esas
lágrimas por tus ojos que esta sangre por mi cuerpo.
¡Oh, Madre dulcísima!, ¿dónde están ahora los gozos
que conmigo tuviste? Llegada es ya la hora en que te tengo de ser corporalmente
quitado y en que se ha de partir esta tan amada y tan antigua compañía. Pues,
¿con qué palabras me despediré de tí al tiempo de la partida? Si te llamo Madre
al tiempo que pierdes al Hijo, atormentarse han tus entrañas con esta voz. Si
del todo no te hablo ni me despido de ti en tan largo camino, añadirse ha otro
dolor a tu dolor. Llamarte he, pues, no madre, sino mujer, diciendo: Mujer, he
ahí a tu hijo.
¡Oh Virgen santísima!, si deseabais oir alguna
palabra, ésta es la más conveniente que se os podía decir, pues en ella se
provee de compañía para vuestra soledad y se os da otro hijo por el que
perdéis. Consolaos, pues, con este consuelo. Antes con él se renueva mi dolor.
Porque con la comparación de lo que me dan veo más claro lo que me quitan. Tal
es y tan nuevo mi dolor, que crece con los remedios.
Quiero contemplar,... ¡ oh benditísima Madre, hija y
ama de este Señor!. qué tal haya sido ese dolor. Ves a tu Hijo crucificado,
mudas el Maestro en el discípulo, el Señor en el criado, el que todo lo puede
en el que todo desfallece. Verdaderamente, atraviesa tu alma un cuchillo de
dolor, y penetra tu corazón la lanza y rompe tus entrañas los clavos, y
despedaza tu espíritu entristecido la vista del Hijo crucificado.
Desfallecido han tus fuerzas, enmudecido ha tu lengua,
agotado se han las fuentes de tus ojos ,y marchitado se ha la flor de tu
hermosura. Las heridas del Hijo son heridas tuyas, la cruz suya es también
tuya, y su muerte tuya es. Dime, madre, ¿dónde dejas al Hijo? Hija, ¿dónde
dejas al Padre? Ama, ¿cómo desamparas al que criaste? ¡Cuán de mejor gana
perdieras la vida que tan dulce compañía! Mártir eres y más que mártir, pues
sacrificas más que la vida. Dos martirios y dos altares hallarás, alma mía, en
este día: uno en el cuerpo de Cristo y otro en el corazón de la Virgen; en el
uno se sacrifica la carne del Hijo, y en el otro el alma de la Madre.
(Fr. Luis de Granada)
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