viernes, 26 de febrero de 2010

Via Crucis II: Tus pasos por todos los caminos

«Vía Crucis», camino de la cruz. La cruz que es camino, el camino que es cruz. Jesús lo anduvo hasta el final. Nosotros estamos a medio camino y vamos a intentar arrimar humildemente nuestros senderos al suyo, para ver. Porque el hombre sigue hoy desgranando su Vía Crucis. La historia humana es como un larguísimo camino de la cruz, que va trillando los campos del mundo. Y ahí está el grano: dolor y consuelo, tristeza y esperanza, muerte y resurrección.
Los pasos de Jesús de Nazaret se cruzan con los nuestros a cada momento, porque los pasos de todos los hombres son los suyos desde la Encarnación.
Vamos a seguir, pues, esos pies de Jesús que se hieren, que tropiezan, que caen, que triunfan. Y nos vamos a encontrar con los pies de los hombres, con nuestros propios pies.


PRIMERA ESTACIÓN: Jesús condenado a muerte
-Este, ¿qué ha hecho?, se preguntaba el buen ladrón.
Algo ha hecho: llamar benditos a los pobres, proclamar que todos somos hermanos, desenmascarar la mentira, despreciar los honores y mantenerse puro. No es poco.
Además, ha dicho que es Hijo de Dios. Más aún, que todos somos hijos de Dios. Por eso morirá.
Pero, ¿no seguimos, Señor, condenando a los justos? ¡Cuántos mueren antes de nacer, sin una oportunidad para la vida! ¡A cuántos se manda callar porque su verdad molesta! Otros, pobres hombres, pagan los errores de todos. Muchos viven presos para buscar la libertad. Inocentes son quitados de en medio por cualquier interés bastardo. Señor, ¿hasta cuándo nuestra justicia será diferente de la tuya?




SEGUNDA ESTACIÓN: Jesús carga con la cruz
No, no es la cruz al mérito, ni la gran cruz de oro y brillantes. Es la cruz, la de siempre, la de morir, la de salvar. Una cruz que sigue pesando hoy sobre los hombres: el trabajo que agota y deshumaniza; la enfermedad que humilla; la incultura que margina; la vejez que nos trae el sentimiento de inutilidad total; la responsabilidad de sacar una familia adelante; el compromiso de luchar por un mundo más justo. También hay, a veces, quienes toman la cruz para aporrear a los otros.
Cruces y más cruces sobre las espaldas de los hombres: unos las asumen con amor que salva. Otros las aguantan con desesperación.


TERCERA ESTACIÓN: Jesús cae por primera vez
Una caída, un accidente. Es una de las cruces del hombre, que se siente impotente para controlar las leyes de las cosas. Un incendio fortuito, veintitrés muertos. Una inundación: dos mil personas sin hogar. Un huracán: un pueblo arrancado del paisaje. Accidentes caseros, accidentes de trabajo, accidentes de carretera. Y cuántas veces los hombres nos hacemos culpables por nuestra falta de solidaridad. El que ha caído habrá de levantarse solo. Los demás llevan tanta prisa...
Jesús, que estuviste solo en tu caída, haznos próximos a la soledad ajena.



CUARTA ESTACIÓN: Jesús y su madre
Algo tienen que ver las madres en este «Vía Crucis» del mundo. María vivió más de cerca que nadie tu dolor, Señor. Era tu madre. María, como cualquiera de nuestras madres, vivió preocupada por su embarazo, por la salud de su hijo pequeño, por su educación, por su porvenir.
¡Qué bien se puede vivir desde la calidad de madre esta cuarta estación! Tú que lo has pasado mal para traerlos al mundo, que has velado cuando tus hijos han pasado el sarampión o la hepatitis, que has sufrido con sus suspensos, que los has despedido para ir lejos, que te has quedado al fin sola como el astillero que ha confiado a la mar su último barco, ponte al lado de María que ve impotente a su Hijo caminar hacia la muerte.


QUINTA FSTACIÓN: El Cirineo ayuda a Jesús
Por fortuna, Señor, la gente no es tan mala y en la vida hay quienes ayudan. A veces, sin muchas ganas. Esa es la verdad, pero ayudan, como el bueno de Simón el Cirineo. Nunca faltan ocasiones: una anciana cargada, un minusválido, una avería en carretera, una persona triste. Lo importante es dejar que los problemas ajenos se nos metan dentro. Y resultará siempre que, al fin, a quienes hemos ayudado no es al pobre viejo o al borracho o al marginado, sino a Ti, Señor, al mismísimo hijo de Dios, vestido de cualquier cosa.
Señor, danos la gracia de ese pequeño empujón definitivo que nos obligue a arrimar el hombro.


SEXTA ESTACIÓN: La Verónica limpia a Jesús
Lo hizo por su propia iniciativa. Era mujer y estaba en inferioridad. Tuvo valor para llevar su poco de consuelo a un ajusticiado e hizo lo que podía: limpiar. ¡Hermosa tarea!
La suciedad nos come. Lo están diciendo todos: el agua contaminada, el aire envenenado, la tierra llena de porquerías. Y la contaminación moral: el materialismo que asfixia, la comodidad que paraliza, el egoísmo que envenena. Y sin embargo, para ironía, se venden más detergentes que nunca.
Atacamos los fallos de las estructuras, el arribismo de los importantes, la inmadurez de los líderes, el papanatismo de las masas. Pero, siempre desde fuera. Sin vernos como una parte sucia de esa sucia imagen.
¿No sería mejor, Señor, empezar limpiando nuestra parcela? Algo mejoraría tu imagen en el mundo, si los creyentes mejoráramos nuestra presencia.



SÉPTIMA ESTACIÓN: Jesús cae por segunda vez
Hablemos de las caídas morales, de los pecados. Somos tan poca cosa, tan débiles. Y basta leer la prensa o salir a la calle para ver hasta qué punto los hombres caemos: atracos a mano armada, asesinatos, odios, robos de guante blanco, mentiras por todas partes, palabras insolentes, blasfemias, sexualidad incontrolada y avasalladora, venganzas, insolidaridad, injusticias insultantes.
Y los niños, nuestros niños, con esos ojos grandes abiertos mirando cómo los mayores ponemos a su paso tropiezos y piedras de escándalo. Y queremos luego que sean buenos, que no mientan, que perdonen, que sean generosos, diligentes.
¿Qué camino les enseña nuestra propia vida? Señor, si supiéramos que los ojos de un niño nos miran cada vez que estamos a punto de caer...



OCTAVA ESTACIÓN: Unas buenas mujeres lloran por Jesús
Dicen que es el arma de las mujeres, llorar. Las feministas protestarían, seguro. Pero, ¿qué podían un puñado de mujeres con sus llantos ante la intransigencia de los fariseos y el poder de Roma? Donde de verdad podéis hacer algo eficaz, parece decirles Jesús, es en vuestro hogar, con vuestros hijos, con vuestro marido, en el trabajo, en vuestro ambiente. Por ahí se empieza. No intentéis otras cosas más solemnes si no sois capaces de valorar vuestro hogar, vuestra familia, vuestro trabajo, vuestra condición de mujer. No bastan las buenas intenciones o los buenos sentimientos. Hay que ser eficaces. Hay que hacer algo positivo y concreto.
Ayuda, Jesús, a nuestras mujeres a encontrar su identidad, a construir su propia persona.


NOVENA ESTACIÓN: Jesús cae por tercera vez
En esta tercera caída, Señor, nos invitas a pensar en los que han caído muchas veces. En los que cuentan los años de su vida por decepciones. En los que ya no se quieren levantar más. En los desesperados. Unos vegetan sin ilusión esperando la muerte. Otros creen que ya no sirven para nada. Algunos se evaden por el alcohol o la droga. Todos, en realidad, están en una actitud suicida. Porque han matado en sí mismos la esperanza, el coraje para vivir plenamente.
Son quizás los personajes más tristes de este «Vía Crucis» del mundo, porque no creen ni en sí mismos. Han llegado a olvidar, o no lo han sabido nunca, que Tú mismo sigues esperando en ellos. Que Tú moriste porque tenías fe en el hombre, en todos y en cada uno de los hombres.


DÉCIMA ESTACIÓN: Jesús desnudo
Tú eres la salvación de los pobres, de los desnudos, de los descalzos. Jesús desnudo, tú eres la vergüenza de los que se desnudan por placer, por esnobismo, por dinero. ¡Cuántos por los caminos del mundo van sin nada! Ni un trabajo seguro, ni un techo donde cobijarse, ni la esperanza de un bocado de pan, ni la alegría de una familia, ni la honra efímera de un apellido.
Y nosotros echándonos cada vez más cosas encima. Porque, ¿dónde acaba de verdad la necesidad y empieza el despilfarro? ¿Dónde dejamos de ser pobres y empezamos a ser ladrones? Es cuestión de corazón, de voluntad, de conciencia.




UNDÉCIMA ESTACIÓN: Jesús clavado en la cruz
La de Jesús sí es una cruz de verdad. De las que dejan a uno inmóvil, clavado, sin posibilidad de escapar. Eso es una cruz. La que nos ata al trabajo monótono y arriesgado de todos los días, la que nos ata a la soledad, la que nos exige una labor tensa y peligrosa por la justicia, la que nos clava al lecho del dolor, la que nos hace dejar mansamente la sangre poco a poco en la entrega generosa de todos los días. Cruces justas unas, injustas otras, que ponen al hombre en la posición difícil de decir sí o no a Dios.
Y dicen los santos, Señor, los que se tomaron en serio tu cruz y su cruz, que en esa sujeción comenzaron a ser libres.


DUODÉCIMA ESTACIÓN: Jesús muere
Parece increíble, pero es histórico. El Hijo de Dios muerto... La muerte, ¿es el último trago amargo que espera al hombre? Jesús era un hombre. Jesús murió una vez y sigue muriendo en las vidas que no llegan a nacer, en los hombres que caen bajo las armas, en los enfermos que no curarán, en las víctimas de cualquier desastre, en los que revientan de hambre y sed. ¿Es esto el fin? ¿Qué sentido tiene, pues, la vida o la muerte? ¿Es el mundo sólo un inmenso cementerio, o podemos esperar otra cosa?
Podemos, quizás, Señor, esperar como Tú la aurora de la Pascua. Porque Tú has muerto, creemos en la vida y la anunciamos a todos los que van a morir.



DECIMOTERCERA ESTACIÓN: Jesús en brazos de su Madre
La presencia de la Madre otra vez, para recoger los despojos, lo que nadie quiere. ¿Qué se le puede decir a una madre con el hijo muerto entre los brazos? Sí, María, tu Hijo está enterrado. Pero no lo has perdido. Él dijo: «Si el grano de trigo no muere, queda él solo; pero si se pudre en la tierra, da el ciento por uno». Lo recuerdas, ¿verdad?
Ahora, se puede esperar la cosecha. Se puede esperar que hasta las piedras den flores, que el duro corazón de los hombres empiece a florecer. Y se te llenará, ya lo verás, el regazo de hijos nuevos. Porque, a través de la oscuridad de la muerte, se abre paso una luz que ilumina, resucita y salva.


DECIMOCUARTA ESTACIÓN: Jesús enterrado para resucitar
En lo profundo de la cueva ha brotado la luz, la luz que esperábamos. Es el tercer día y la vida se abre paso a través de la muerte. En esa luz blanca y radiante se encenderán otras muchas: la tuya, la mía, la de muchos que podrían iluminar el mundo con la esperanza.
El camino sigue y sigue siendo difícil. Pero, sabemos a dónde lleva. Y podemos ir juntos. Él, el resucitado, el Hijo de María, Jesús de Nazaret, ha triunfado y está con nosotros para siempre. Vamos con Él, vamos todos con Él. También vosotros los pobres, los tristes, los sin voz, los sufridos. Vosotros, los primeros. No olvidéis que un ladrón fue el primer invitado al Reino.
¿Irás tú, Señor, por delante en nuestro camino duro de cada día? ¿Irás tú, enseñándonos con tus pies heridos, pero relucientes, hacia donde debemos caminar? ¿Estarás como prometiste junto a todos los que se esfuerzan en el tajo de esta vida para ganarse tu Vida?

«Cuaresma 1981», Secretariados Diocesanos de Liturgia de Pamplona, Bilbao, San Sebastián y Vitoria.

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