Guárdeme Dios de corregir la historia y de reescribirla a mi capricho, porque en ella vemos, a veces, solo lo que nos interesa ver. Mantengo el personal e institucional orgullo al respecto de que la biografía del mejor de los Guzmanes, hiciera quien hiciese el relato histórico correspondiente, detenta siempre un plus de sencillez y claridad que nos evita incurrir, a propósito de Domingo de Guzmán, en devociones, advocaciones y formas extrañas de culto.
Y celebro que no sea un santo popular porque este rótulo conlleva casi siempre el añadido de ser abogado de una puntual necesidad, o el que reserva su generosidad a algún día fijo de la semana. Agradezco al Dios de la historia que el que quiera conocer a Domingo de Guzmán se encontrará, más pronto que tarde, el regalo o la gracia de ser una persona que dijo a los suyos que no perdieran el tiempo en predicar catástrofes ni montajes apocalípticos, sino la gracia, la benévola mirada de Dios Padre que está siempre a nuestro favor; que fueran siempre voceros de ánimos misericordiosos, de esperanza y ganas de levantar la cabeza. Domingo de Guzmán, bueno es recordarlo, hablaba a Dios de su mejor argumento, nosotros, los peregrinos por este mundo con nuestra mochila llena de miserias e ilusiones, para aprender a conjugar con nuestro equipaje y la gracia los verbos amar, perdonar y esperar en aquel que lo dio todo por nosotros. Sí, predicador de la gracia. Ojalá hoy la familia de Domingo de Guzmán sirva y cultive su legado para evangelizar, pues no para otra cosa nos instituyó.
Fr. Jesús Duque OP.