sábado, 30 de enero de 2010

Sin venganza (31 de enero)

Sucede en los últimos tiempos. En las relaciones sociales, pero también en las más personales. Antes era cosa de los violentos; ahora nos la traen a diario los medios de comunicación. Nuestros niños y adolescentes se están educando con montones de escenas de agresividad, a diario. No nos extrañe que a nosotros se nos escapen, de vez en cuando, sentimientos de ira o reacciones de violencia. O incluso, deseos escondidos de venganza.

Pero Dios no es así. En Él se respira el amor auténtico. Y en nosotros, sus discípulos, se debería reflejar que sólo el amor salva al hombre. El amor que "disculpa, cree, espera, aguanta... sin límites". El amor, para el que toda conversión es siempre insuficiente. Ese que es nuestra meta, a la vez que la fuente de nuestras mayores alegrías. El odio destroza; el amor cura todas las heridas, libera, engrandece, diviniza los límites humanos.

Como a Jeremías, también a nosotros se nos llama a ser profetas. No aduladores de palabras agradables, sino mensajeros de un amor especial que escuece a las heridas abiertas del odio y la sospecha. Que cuestiona a quienes hieren y odian. Jesús era profeta. Cuando puso en tela de juicio "la ira de Dios", su amor reducido sólo a los buenos, fue perseguido. Quizás porque el amor, a lo grande, hace daño a los de corazón pequeño. ¿Será así el nuestro?

Sólo amar se nos pide. Hacerlo en verdad. No hay mayor símbolo que ese. Ni mejor sacramento. Ni bandera tan clara que defina lo que es de Dios y de sus discípulos. Y llevar este bálsamo a tantas personas y tantos lugares, todo un reto para nosotros hoy. ¿Habrá quien levante esta voz más fuerte aún que los medios de comunicación, los violentos y agresivos de todos los tiempos? Así, sin hacer mucho ruido, en tantos gestos anónimos, invisibles, Dios sigue llegando a nuestra tierra. ¿Lo estamos reconociendo? ¿Lo estamos adelantando?
Domingo IV del Tiempo Ordinario (C)
Jeremías 1, 4-5. 17-19
Sal 70
1 Corintios 12, 31-13, 13
Lucas 4, 21-30

miércoles, 27 de enero de 2010

Peregrinación a los lugares dominicanos de España


Dentro de las actividades organizadas por la Comunidad de la Orden de Predicadores (Dominicos) del Convento de Santo Domingo de Scala Coeli, de Córdoba, para el curso 2009-2010, se tiene previsto realizar entre los días 19 a 23 (ambos inclusive) del próximo mes de Mayo, una visita-peregrinación a los principales lugares dominicanos de España.

Concretamente el día 19 se saldrá por la tarde de Córdoba, con destino a Almagro, donde se realizará una visita al convento de los dominicos allí existente así como a la bella población, en la que se pernoctará.

El día 20, después del desayuno, se partirá en dirección a Caleruega, lugar de nacimiento de Santo Domingo y punto central de la peregrinación, desde donde los días 21 y 22 se realizarán diversas visitas a las poblaciones aledañas con raíz dominicana, tales como Burgo de Osma, Calatañazor, Soria, Gumiel de Hizán, Haza, Guzmán y Santo Domingo de Silos.

Finalmente, el regreso tendrá lugar el día 23, parando para realizar una visita y almorzar en Segovia. El regreso a Córdoba se producirá en la tarde-noche del domingo 23 de mayo.

Aquellas personas que estén interesadas en participar en esta peregrinación pueden ponerse en contacto con la Comunidad de dominicos de Santo Domingo de Scala Coeli. Las plazas son limitadas.


domingo, 24 de enero de 2010

Compañeros de oración

Compañeros de oración: el "amigo invisible" mejorado


El principio de algo o de todo –de la creación de una cosa, de una actividad- tiene siempre una forma concreta, que por el paso del tiempo y la acción de otros se suele ir transformando y, normalmente, mejorando.

Viene esto al caso de lo que en los últimos tiempos se está poniendo de moda y ha llegado –en algunos momentos concretos- a convertirse en una costumbre entre grupos de amigos, de familiares e, incluso, de compañeros de estudios o trabajo. Es el llamado “amigo invisible”. Sí, esa modalidad de regalar a alguien que sabe que va a recibir un detalle o regalo, pero no sabe el qué ni de quién concretamente. Y a todos nos hace ilusión, porque a pocas personas podemos encontrar que no les ilusione recibir regalos, y más si es de alguien –aunque no lo sepamos hasta el momento de recibirlos- que es cercano a nosotros.

Pero esta acción –verdaderamente agradable por lo que supone de participar en un acto que siempre es de alegría y diversión- también puede mejorarse.

Y, ¿cómo? Pues pasando de ser una botella de sifón o gaseosa, es decir un acto corto en el tiempo con un punto álgido de duración aún más corta (reunión, descubrimiento del amigo invisible, entrega del regalo, manifestación de alegría y fin del acto) para convertirlo en una bota o tonel de vino, que con el paso del tiempo hace que el fruto de la uva se vaya convirtiendo en un buen o excelente vino. Y, en la práctica, ¿cómo es ello? Para los cristianos más activos y para todos los creyentes me permito presentarla como una propuesta llena de vida espiritual.


En la Fraternidad seglar de Santo Domingo y P. Posadas, con sede en el convento de Scala Coeli, de Córdoba, se viene realizando desde hace años, el denominado “compañero de oración”. Un “amigo invisible” mejorado. Lo explico. A cada miembro participante se le asigna por sorteo “un compañero” al que debe hacer “un regalo muy especial”. Y el regalo especial es nuestra oración por ese amigo –¡qué mejor regalo!- durante todo el año. El regalo material se convierte –y mejora- en regalo espiritual. El instante de recibir el regalo material se convierte en una sucesión de momentos al menos por un año. Y, aún más, también se asigna por sorteo un santo dominicano –con el fin de conocerlo mejor a lo largo de ese año- y un fallecido allegado a los miembros de la fraternidad para pedir por él. ¿Qué os parece?

Oramos y pedimos al Señor por alguien (por su persona, por sus intenciones, por sus circunstancias,….), teniendo la certeza de que alguien también está pidiendo por uno mismo.

Si lo habéis encontrado interesante sólo falta ponerlo en práctica. Os aseguro que os sorprenderá la alegría externa e interior que vais a tener a lo largo de todo el año.

Antonio-Jesús Rodríguez

Oración inútil



¿Por qué debo pasar una hora en oración, cuando no hago durante ese tiempo más que pensar en la gente con la que estoy enojado, en la gente que está enojada conmigo, en los libros que tendría que leer, en los libros que tendría que escribir, y miles de cosas tontas que se apoderan de mi mente instantáneamente? La respuesta es que Dios es más grande que mi mente y mi corazón, y lo que realmente está pasando en la casa de oración no se puede medir en términos de éxito o fracaso humanos.

Lo que debo hacer primero es ser fiel. Creo que el primer mandamiento es amar a Dios con todo mi corazón, mente y alma; entonces, debería, por lo menos, pasar una hora al día sólo con Dios. La pregunta sobre si es útil, si ayuda, si es práctico o fructífero, es completamente irrelevante, ya que la sola razón para amar es el amor mismo. Todo lo demás es secundario.


Lo extraordinario es, sin embargo, que sentándome en la presencia de Dios durante una hora a la mañana- día tras día, semana tras semana, mes tras mes -, en total confusión y con una miríada de distracciones, cambia radicalmente mi vida. Dios, que me ama tanto que mandó a su único Hijo no a condenarme sino a salvarme, no me deja esperando en la oscuridad por mucho tiempo. Podría pensar que cada hora es inútil pero, después de treinta o sesenta o noventa de esas inútiles horas, gradualmente me doy cuenta de que no estaba tan solo como pensaba: una voz muy pequeña y suave ha estado hablando conmigo, mucho más allá de mi lugar ruidoso.

Por lo tanto, ten confianza, confía en el Señor.

Henry Nouwen, "Camino a casa"
(Gracias, Inmaculada)

miércoles, 20 de enero de 2010

Sobre mí (24 de enero)


Si hay algo que nos defina como personas son nuestras palabras y nuestros actos. Así convencemos a los demás, y cuidando ésto crece nuestra personalidad. Cuando no hay unión entre acciones y palabras entonces estamos ante gente hipócrita. Cuando sólo nos define el hacer, o solamente el hablar, estamos ante gente incompleta. Nadie convence por un bonito discurso; tampoco por unas acciones que no se sostengan sobre unos principios. Las lecturas de este domingo nos hablan de personas “ajustadas”: maduras y coherentes en sus dichos y en sus hechos.

El pueblo de Israel acoge la palabra inspirada por Dios (la Toráh) y la convierte -en el silencio respetuoso de la escucha- en motor de vida. Pablo invita a que no exista contradicción entre lo que una comunidad dice profesar (importancia de todos, inspiración del Espíritu) y lo que visualiza en sus actos más cotidianos. Y Jesús, la Palabra hecha Vida, abre a la posibilidad de que las acciones cristianas sean comunicación de Dios.


Porque Dios no se queda en palabras; ni siquiera en palabras que animan o estimulan. Tampoco en el lenguaje hermoso de la oración y el silencio. Ni siquiera en palabras de ánimo o de consuelo, tan necesarias a veces. Dios actúa y así se comunica. “Hoy se cumple esta palabra”. Porque Dios es de los que siempre cumplen su Palabra.



Es posible que en estos tiempos hablemos mucho. Que nuestras palabras se confundan con tantas como a lo largo del día circulan. Quizás gritamos demasiado para ser mejor oídos, e incluso llegamos a juzgar para imponernos. Los cristianos, la Iglesia. Pero nos falta actuar. Actuar proféticamente para hacer cierta la palabra que decimos. La Palabra que es Dios. “Hoy se cumple”, sin hacer ruido, cuando ponemos nuestra vida al servicio de los otros; como hermanos, no como jueces; como compañeros, no como maestros; como pequeños, no como importantes.


Porque el “Espíritu del Señor” sigue estando sobre mí, sobre ti. Y nos sigue mandando. Porque sigue habiendo montones de cautivos que exigen libertad, hundidos bajo tantos escombros. Y ciegos que necesitan visión y color. Y explotados, y hambrientos, y tristes, y desesperanzados… Y sigue siendo necesario anunciar el tiempo de gracia del Señor.

Domingo III del Tiempo Ordinario (C)
Nehemías 8, 2-4a. 5-6. 8-10
Sal 18
1 Corintios 12, 12-30
Lucas 1, 1-4; 4, 14-21

 

Jornada de las migraciones, 17 de enero

sábado, 16 de enero de 2010

Acaríciame



Vengo a Ti para que me acaricies
antes de comenzar el día.
Que tus ojos se posen

un momento sobre mis ojos.
Que acuda a mi trabajo sabiendo
que me acompañas, Amigo mío.
¡Pon tu música en mí
mientras atravieso el desierto del ruido!
Que el destello de tu Amor
bese las cumbres de mis pensamientos
y se detenga en el valle de la vida,
donde madura la cosecha.
R. Tagore


jueves, 14 de enero de 2010

El signo de la alegría (17 de enero)

Pasadas las fiestas navideñas, la liturgia pone ante nosotros a Jesús, rodeado de sus discípulos, y acompañado también de su madre en el contexto de una fiesta de bodas. Todo en el texto de san Juan parece tener un doble significado. La alegría de novios y comensales se ve frustrada al quedarse sin vino. Tanto que ni el agua almacenada para el culto religioso puede volver a traerla. Pero Jesús estaba allí. Y estaba su madre, tal vez en otro plano incapaz de comprender el lenguaje profundo de su Hijo. “No tienen vino”, “haced lo que Él os diga”. Y continuó la fiesta, pero de otra manera, mucho mejor: la fiesta profunda de las bodas que Dios hace con Israel para siempre, que quiere realizar con cada uno de nosotros.


Dios nos ha invitado a una fiesta. Vivir con Él es encontrar sentido a las cosas que nos pasan, es derrochar alegría y entusiasmo, es contagiar “la chispa”, el gozo que de él recibimos. Muchas veces damos por supuesto que en las fiestas hay alegría, pero tantas veces esa alegría es falsa, quizás un papel que hay que hacer, no un sentimiento que desborda. Y por dentro no hay vino que anime, ni que cure las heridas y tristezas del alma. Y sí mucho dolor, demasiada ley, tanto rigorismo…

Con Jesús hay una alegría que no se acaba. Y ser discípulo suyo es convertirse a su fiesta. Una fe de amargura, condena, división, cumplimiento o superficialidad no es más que una tinaja de agua que ni sacia ni alegra a nadie. Hoy no vale ser cristiano de agua (inoloros, incoloros, inocuos, insípidos…); hay que hacerse cristiano “de vino”, para trasmitir alegría, comprometerse en serio, practicar desde el corazón, disfrutar de la fe, formarse, profetizar…

Con este pasaje, san Juan comienza el libro “de los signos”. Porque para él, Jesús no hace “milagros”, meras curaciones espectaculares y puntuales. Realiza signos, acciones de mucho calado, que trasmiten más de lo que aparentan, y que apuntan a la llegada real y cercana del Reino. Dios ya está entre nosotros, su fiesta ha empezado, y debemos decidir si vamos a participar en ella. El cristiano de este tiempo ha de ser una persona de “signos”, reales, visibles, de los que acercan el Reino. El cristiano de este tiempo sólo puede ser una persona de alegría.

Domingo II del Tiempo Ordinario (C)
Isaías 62, 1-5
Sal 95
1 Corintios 12, 4-11
Juan 2, 1-11

 

lunes, 11 de enero de 2010

Para que no se apague la fe

Las madres dominicas celebran sus 500 años

El alcalde agradece la labor espiritual y cultural que desarrollan.


11/01/2010 MARILUZ ARIZA
El convento de dominicas Madre de Dios inició ayer los actos del quinto centenario de su fundación con una eucaristía, en la que participaron los párrocos de Baena. Fue oficiada por el padre dominico José Antonio Segovia, quien recordó que el convento se fundó "para que no se apagara la fe en este pueblo y para que Dios fuese una fuente de progreso". El alcalde, Luis Moreno, mostró el agradecimiento porque "durante siglos han hecho una importante labor espiritual y han mantenido un monumento emblemático" como es el convento y la iglesia. Las monjas celebrarán hasta septiembre sus 500 años en Baena.

domingo, 10 de enero de 2010

Tú que andas sobre la nieve


Ahora que la noche es tan pura,

y que no hay nadie más que tú,
dime quién eres.


Dime quién eres y por qué me visitas,

por qué bajas a mí que estoy tan necesitado
y por qué te separas sin decirme tu nombre.
Dime quién eres tú que andas sobre la nieve;
tú que, al tocar las estrellas,
las haces palidecer de hermosura;
tú que mueves el mundo tan suavemente,
que parece que se me va a derramar el corazón.

Dime quién eres; ilumina quién eres;
dime quién soy también, y por qué la tristeza
de ser hombre;
dímelo ahora que alzo hacia ti mi corazón,
tú que andas sobre la nieve.


Dímelo ahora que tiembla todo mi ser en libertad,
ahora que brota mi vida y te llamo como nunca.
Sostenme entre tus manos; sostenme en mi tristeza,
tú que andas sobre la nieve.


(Leopoldo Panero, Lunes II, Vísperas)



viernes, 8 de enero de 2010

Seguid invocándolo



Tanto si os responde como si no lo hace,
seguid invocándolo,
invocándolo sin cesar
bajo las bóvedas de la asidua oración.

Tanto si viene como si no, confiad:
se acerca cada vez más a vosotros
en cuanto percibe un gesto amoroso del corazón.

Tanto si os habla como si no,
no os canséis de implorarlo.
Aunque no os dé la respuesta que esperáis,
no dudéis de que, de un modo u otro,
veladamente, se dirigirá a vosotros.


En la oscuridad
de vuestras oraciones más profundas,
sabed que juega al escondite con vosotros.

Y en medio de la danza de la vida,
de la enfermedad y de la muerte,
si seguís invocándolo,
sin caer en la desconfianza
por su aparente silencio,
obtendréis su respuesta.

jueves, 7 de enero de 2010

Carta del Bautista (10 de enero, Bautismo de Jesús)

Queridos amigos:

Me decido a escribiros en estos días finales de la Navidad. Parece que ya os habéis acostumbrado a ese acontecimiento de la Encarnación y os cansa hasta recordarlo... Permitidme que os hable de mí. ¡A mi sí me gusta revivir ese misterio del Dios hecho hombre! ¡Me costó tanto comprenderlo! Quizás como a vosotros, auque creáis a veces que no es tan difícil...
De entrada, me niego a definirme (según el criterio de algunos) como el último profeta. Cada día veo con más alegría a los hombres y mujeres que en vuestra tierra, diariamente, levantan su voz denunciando la injusticia, anunciando la salvación como palabra definitiva de parte de Dios. Sé que no les resulta fácil y cómodo, y muchos de ellos son callados violentamente e incluso aniquilados. ¡Dichosos ellos, porque están compartiendo la suerte de Cristo, el Gran Profeta! ¡Dichosos porque en verdad han comprendido el misterio del Dios hecho hombre, y se han identificado con su causa!


Como buen judío, conocí y estudié muy bien a los profetas de mi pueblo. Sus hazañas, sus gritos, su valentía me cautivaron. Sabía perfectamente la Historia de Israel. Una Historia abocada a engendrar a un mesías rey, todopoderoso, que nos libraría de la opresión política y de la secularización progresiva que andábamos viviendo, que nos haría luz sin igual entre todas las naciones. ¡Esa era la esperanza de todos! Las necesidades de las gentes, sus lamentos esperanzados, el testimonio constante de los profetas, la certeza de que Dios quería salvar a su pueblo y de que esa salvación estaba al llegar, me animaron a salir de mi casa y a entregarme, como hicieron tantos, a anunciar la victoria de Yahvé sobre todos los poderes.


La llegada del mesías era inminente. Lo sentía; ¡me lo anunciaba la tierra! Y como un buen judío, celoso por la causa de Dios, me puse a proclamarlo. Lo esperaba con ansia. Así como siempre nos lo habíamos imaginado, como nuestros padres nos enseñaron: guerrero, poderoso, fuerte, juez sabio capaz de destruir a los malos y de iniciar un nuevo mundo con todos los que lo estábamos esperando.

Pero aquel día en que me puse, como siempre, a bautizar en el Jordán, invitando a mis hermanos a unirse a esta causa, Dios me cambió la vida. Y hasta el propio Dios me cambió por completo. Aún no entiendo por qué se acercó Jesús y se puso en aquella fila, como uno más. ¡El corazón me decía que era distinto! Era tan decidido como yo, o más. Pero era valiente, y no tenía miedo. Se atrevió a poner en duda nuestra religión y nuestro templo. Pero lo que más me fascinó era que se dirigiera a Dios como a su padre. Que se sintiera como un niño pequeño necesitado del amor paterno. Se paseaba rodeado de pobres y de gente impura. Los llamaba dichosos, preferidos de Dios. Sí, aquel tipo me desconcertó. Intuía que no podía bautizarlo, que su lucha no era la nuestra, que tal vez la suya era más pura, más auténtica. Por un momento me sentí un idiota a su lado. Pero él me insistía en que lo hiciera.

Me cambió todo, sí. En un momento. Se me cayeron todos mis esquemas mesiánicos. ¿Y si fuera él? No, no podía ser. Yahvé nos salvaría con poder, con “dignidad real” como anunciaron nuestros profetas. Pero, ¿y si todos ellos estuvieran equivocados? ¿Y si nosotros estuviéramos equivocados? No creáis que lo vi todo claro. Siempre lo dudé, casi hasta el momento de mi muerte. Hube de mandar a mis discípulos a preguntarle a él mismo para asegurarme. Y era en sus obras, en su actitud, donde estaba la respuesta. ¡Cuánto me costó comprenderlo!

Cuando aquel hombre se metió en el agua me pareció que hasta los cielos estallaban, que el mundo entero desbordaba de luz. Hasta sentí a Dios, aquel a quien él llamaba “padre”, que hablaba en su favor. Sí, él era su hijo, su querido, en quien había puesto su vista amorosa, a quien había destinado a salvar, pero de modo distinto a como esperábamos todos.

Me sentí ridículo. ¡Yo, anunciando la conversión, y era precisamente el que más la necesitaba! Dios me sorprendió salvando por caminos distintos a los establecidos, por cauces diferentes a los que nosotros habíamos preparado. No, hermanos, Dios se nos escapa, no lo podemos manipular. Nos desborda, nos sorprende llegando por los lugares más insospechados. Y fue antes, pero es también ahora. ¿No lo sentís? ¿No lo veis encarnado de mil formas nuevas?

Me costó mucho hacerme a la idea, comprender su mensaje, desprenderme de aquello que yo tenía tan aprendido y asimilado. Más de lo que os podéis imaginar. ¡Cuántas noches de tienebla, cuantos momentos de angustia, cuánta ambigüedad que no supe distinguir! Que Dios se hace humano, que asume nuestra impureza e indignidad, que la santifica. Que salva como pobre y entre los pobres... ¡Siempre me pareció un escándalo! Que no es un dios lejano y diferente, sino que es uno de los nuestros, con nuestras propias aspiraciones...


Me gusta recordar con frecuencia aquel momento. Aún me sigue sorprendiendo un Dios humano, de los nuestros... No creáis que es fácil. Asumirlo, sentirlo, creerlo de verdad... es muy duro. Exige una buena dosis de humildad, de prescindir de los propios proyectos y aspiraciones, de lo aprendido y sabido. Exige una conversión constante, pues nunca lo asumimos del todo. Exige una disponibilidad total.

Os he compartido, hermanos, el momento más importante de mi vida: el paso de Jesús por mi existencia, transformando y renovando por completo. Me gustaría escuchar vuestra historia. Seguro que es parecida. ¿Os atreveríais a recordarla y a contármela?

Con cariño, Juan Bautista.

Javier Garzón                                                              Bautismo del Señor
Isaías 42, 1-4. 6-7
Sal 28
Hechos de los apóstoles 10,34-38
Lucas 3,15-16.21-22

miércoles, 6 de enero de 2010

La hermosura infinita de tu gloria


Señor, tú que en este día
revelaste a tu Hijo unigénito a los pueblos gentiles,
por medio de una estrella,
concédenos a los que ya te conocemos por la fe
poder contemplar un día,
cara  a cara,
la hermosura infinita de tu gloria.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios,
por los siglos de los siglos.

martes, 5 de enero de 2010

Carta de los Reyes Magos (6 de enero, Epifanía)


Queridos amigos:

No es muy normal que sean los Reyes Magos quienes escriban cartas a los hombres, más bien soléis hacerlo al revés. Pero estamos ya un poco cansados de que se nos trate como a autoridades que legitiman el lujo y el derroche de unos pocos en esta tierra. Queremos que nos conozcáis como hombres de fe, como creyentes. Queremos compartir con vosotros la experiencia que tuvimos en una noche de nuestra vida, cómo se cruzó por nuestros caminos y descubrimos la luz verdadera, la oscuridad sin fin.


No somos unos seres extraños y misteriosos como la tradición nos ha presentado. Ni reyes (sino unos hombres sencillos), ni magos, ni brujos, ni nada por el estilo. Éramos paganos, eso sí, pero inquietos, buscadores. Nadie nos había hablado de Dios ni de sus planes, y la religiosidad que se nos vendía no nos gustaba: era poco humana, fría y lejana, llena de preceptos y sacrificios vacíos, que seguía dividiendo la realidad entre buenos y malos, y casualmente siempre a los hombres nos tocaba el peor papel.... Seguíamos buscando. Oteábamos el horizonte cada día. Y soñábamos. Y vigilábamos en la noche. Lo investigábamos todo hasta encontrar el modo de saciar nuestro interior.


Fue una noche cuando Dios nos salió al encuentro. Entonces no sabíamos que era Él. Una estrella, una señal de luz en medio de tantas tinieblas, imperceptible casi, nos puso sobre la pista. Ahora a esa estrella la llaman signos de los tiempos: Los signos de los hombres y mujeres que esperan y luchan, que no se conforman. La Historia que, al avanzar, inquieta e invita a tomar partido. Los signos de la vida frente a los de la muerte que, desgraciadamente, suelen brillar con más fuerza. Sí, fue un signo luminoso de vida los que nos puso en camino.

Y lo dejamos todo allí mismo, y nos embarcamos en la trepidante aventura de buscar, sin parar, el origen de aquella luz, de rastrear la vida que se nos estaba dando. A nuestro alrededor los hombres seguían inventando sagas de dioses, que no servían más que para justificar a los poderosos, y continuar con la injusticia y el vacío de siempre. Aquella luz era especial, nos sedujo, nos fascinó. ¡Probablemente siempre había estado allí y nunca la habíamos visto! Es hermoso mirar hacia el cielo para descubrirle lo que tiene de nuevo. ¡El cielo está cuajado de estrellas, de luces de vida! También vuestro mundo, aunque no lo creáis o no le prestéis atención, está plagado de signos de vida que emergen en la noche. ¡Y todos ellos son signos de Dios, mensajeros de su gloria, chispas de su buena noticia!

No fue fácil el camino. A veces creíamos que éramos unos locos utópicos, y que no íbamos a llegar a ninguna parte. Caminábamos sin rumbo fijo, por lugares desconocidos y desérticos; no teníamos más hogar que la intemperie, y más techo que aquel cielo repleto de estrellas que se iban multiplicando y que nos iban conduciendo a un lugar fascinante. Fue una remota aldea en un remoto país nuestro destino. En las afueras, para ser exactos, en una casa de pobres. Un niño frágil y pequeño que luchaba por soportar aquel frío nocturno e invernal. Jamás hemos visto tanta luz como en su rostro. En el suyo, en el de sus padres, ¡toda la estancia brillaba ante nuestros ojos!

Y allí lo comprendimos todo. Dejamos de mirar al cielo, porque el cielo estaba ya a nuestros pies. El Dios al que buscábamos arriba, el Dios humano, amigo de los hombres, dador de sentido y de vida a la pobre realidad terrena. Estaba con nosotros, aquí abajo. El era la luz. Era el amor más grande, capaz de romper todos los esquemas humanos. ¡La vida entera estaba prendida en aquella criatura! ¡Había merecido la pena nuestro camino!

Nos quedamos allí, ¡cómo no! Y nos empapamos de aquella luz, y nos dejamos transparentar por ella. Y descubrimos la luminosidad del mundo entero. Y nos hicimos sencillos y nos desprendimos de todo cuanto llevábamos, lo presente y lo futuro. Nada era tan valioso como aquel hallazgo. ¿Qué más podíamos pedir, si ya lo habíamos encontrado todo? (aunque la tradición diga que fuimos nosotros los que le obsequiamos con extrañas e inútiles ofrendas...): él nos llenó la vida, nos la cambió, nos hizo los seres más ricos en todo el universo.

Pero pronto abandonamos aquel lugar: sentimos la necesidad vital de contar a todos nuestra experiencia, de volver a nuestra tierra, con nuestra gente, que andaba metida en mil problemas, dilucidando aún las odiseas de mil dioses, que no podían hacer nada por ellos. Habíamos visto al Señor, habíamos descubierto el sentido de la vida y de las cosas, nos llenamos de fuerzas y esperanzas, de ilusión y de ganas por hacer una realidad nueva. Perdiéndolo todo lo alcanzamos todo. Todo un cielo repleto de estrellas se nos abrió, de noche y de día, en nuestro mundo. Un cielo que brillaba con fuerza entre los más pobres, los más marginados, los más solos. En los rostros de los niños esperanzados, de las madres que se desviven, de los hombres y mujeres que viven con ilusión a pesar de todo, de los jóvenes que sueñan y esperan...


Los cristianos de hoy habéis perdido la luz: ¡No sois luminosos ni brilláis! ¡Os habéis vuelto opacos y oscuros! La Luz es Cristo, el mismo que a diario os visita de modos insospechados, que os transmite su brillo y calor, que os enciende el alma. ¡Volved a él continuamente para llenaros de su fuerza! Permitidle que cure vuestras cegueras y os haga ver. Y después, cuando os inunde su claridad, convertíos vosotros en estrella para los demás. Sed puntos de luz en vuestras familias, en vuestros pueblos. Reflejad esa luz que habéis recibido y que os ha llenado.

Ya lo veis: mirar a las estrellas no es cosa de niños. Es cosa de sabios. Soñar, sorprenderse, buscar, esperar, imaginar con ingenuidad y expectación. Es principio para ponerse en camino y encontrarse con el Dios que nos sale al encuentro constantemente, en lo más pequeño y escondido. No somos tan raros como nos pintan: encontramos la luz y quisimos regalarla a raudales. Porque la luz que no se saca, se pierde y se apaga. Esa es nuestra razón de ser, y esa debe de ser la vuestra, siempre: regalar la luz a los otros.

Es de noche. Mientras todos duermen y descansan, ¿te animas a salir y mirar las estrellas?

Con cariño: Melchor, Gaspar y Baltasar.
Fr. Javier Garzón                                                                                                                                                Epifanía del Señor
Isaías 60, 1-6
Sal 71
Efesios 3, 2-3a. 5-6
Mateo 2, 1-12

lunes, 4 de enero de 2010

Tu Palabra vino desde el trono real


Cuando un silencio sereno lo envolvía todo,
al mediar la noche su carrera,
tu Palabra todopoderosa,
como implacable guerrero,
saltó del cielo,
desde el trono real,
a un país condenado.
(Sab 18, 14-15)

domingo, 3 de enero de 2010

"Como sello sobre tu corazón"


De una Carta sobre la veneración del nombre divino de Jesús
del beato Enrique Seuze, dominico (año 1615)


El omnipotente y eterno Dios pide al alma pura que lo ponga como un sello sobre su corazón. Del mismo modo el que ama sinceramente a Dios debe conservar siempre en los labios de su alma ciertas imágenes o sentencias que muevan e inflamen su corazón en el amor a Dios.

Efectivamente, la perfección suma en esta vida consiste en que con la mayor frecuencia nos acordemos de Dios, que nuestro corazón suspire frecuentemente por él, hablemos continuamente de él, fijemos sus palabras en nuestra mente; todo lo hagamos por él y todo lo omitamos por él y, finalmente, en nadie esperemos, ni tras de nadie andemos, sino tras de él. Nuestros ojos lo deben mirar con todo amor, nuestros oídos deben acoger sus consejos, el corazón, los sentidos y el alma toda lo abrazarán con amor. Cuando lo hayamos ofendido nos reconciliaremos con él por la oración. Cuando nos someta a prueba, lo soportaremos con placidez; cuando se nos oculte, lo buscaremos sin cesar hasta que lo encontremos: y una vez hallado, lo retendremos dignamente.

Ya caminemos, ya estemos parados, ya bebamos, ya comamos, esta joya preciosísima del nombre de Jesús debe estar siempre impresa en nuestro pecho. Cuando no nos sea posible hacer otra cosa, que, al menos con la mirada, lo fijemos en nuestra alma.

Tengamos su nombre dulcísimo siempre en boca y de día debemos acordarnos tan intensamente de él que, cuando durmamos, lo soñemos y podamos decir con el Profeta: « Oh Dios eterno, oh dulcísima Sabiduría, qué buena eres para los que te buscan y sólo a ti desean. » (Lm 3, 25)

Este es, por tanto, el mejor ejercicio de todos porque, efectivamente, la oración continua es como la corona de todos los demás ejercicios y hacia ella como a su propio fin tienden todos ellos. ¿Qué otra cosa se hace en el cielo sino contemplar, amar y alabar?

Por tanto, cuanto más amablemente grabemos en nuestros corazones a Dios nuestro Señor, eterna Sabiduría, y cuanto más frecuentemente la contemplemos y la abracemos en nuestro corazón, con tanta mayor suavidad ella nos abrazará en esta vida y en la futura.

3 de enero, el Santísimo Nombre de Jesús



El amor que sintieron ya los cristianos de los primeros siglos hacia el nombre del Señor Jesús, Salvador, según nos consta por los escritores apostólicos y por la tradición, y, que no sólo informó sus vidas sino que los llevó hasta confesar públicamente su fe y padecer el martirio por esta causa, fue adquiriendo un mayor desarrollo con el correr de lo, tiempos. En la tradición de la Iglesia oriental se desarrolle en íntima relación con la espiritualidad monástica llamada «hesicástica» (contemplación imperturbable). En occidente en cambio, la devoción al nombre de Jesús se presenta bajo determinadas formas de devoción popular y en conexión siempre con el ciclo de las celebraciones de la Navidad. A partir del siglo XII adquirió gran auge por el influjo sobre todo de los monasterios en donde esta devoción tuvo una característica especial en su fervor.


En nuestra Orden ya desde sus orígenes se enumeran muchos hermanos que profesaron amor muy particular al « dulcísimo nombre del Salvador ». Esto se comprueba en que el papa Gregorio X, poco después de la celebración de! segundo concilio de Lyon (1274), encomendó a los frailes Predicadores la promoción de la alabanza y veneración del santísimo nombre de Jesús, siendo el beato Juan de Vercelli (+1283), Maestro entonces de la Orden, uno de los que con más ardor se dedicó a esa promoción.

Esta dedicación apostólica se vio reforzada a la vez cor nuevas formas de espiritualidad de los franciscanos y se incrementó en el s. XIV con preclaras formas de predicación y escritos espirituales, entre los que se cuentan especialmente los del beato Enrique Seuze (+ 1366), con la predicación de san Bernardino de Siena (+ 1444) y al mismo tiempo con la difusión de las Hermandades del Santísimo Nombre: precisamente en la fundación de ellas nuestra Orden trabajó incansablemente a lo largo de los siglos por encargo de los Sumos Pontífices, especialmente a partir de Pío IV (1559-1565 juntamente con las cofradías del Santo Rosario.

A partir del siglo XIV se dan ya formularios litúrgico propios, si bien solamente en siglos sucesivos pasan a la liturgia, y así, concretamente, los franciscanos lo harán en e año 1530; a finales del siglo XVII los dominicos; en el calendario romano para toda la Iglesia en 1721 ya existía en la liturgia la celebración de la Circuncisión del Señor (día 1 de enero), en la cual se aludía principalmente a la imposición del nombre de Jesús. Últimamente en el nuevo misal romano esta festividad cedió el puesto a la solemnidad de Santa María, Madre de Dios, en la cual se conmemora también de modo principalísimo la imposición del nombre de Jesús.

sábado, 2 de enero de 2010

Recuperar a Jesús (3 de enero)


Los creyentes tenemos múltiples y muy diversas imágenes de Dios. Desde niños nos vamos haciendo nuestra propia idea de él, condicionados, sobre todo, por lo que vamos escuchando a catequistas y predicadores, lo que se nos transmite en casa y en el colegio o lo que vivimos en las celebraciones y actos religiosos.


Todas estas imágenes que nos hacemos de Dios son imperfectas y deficientes, y hemos de purificarlas una y otra vez a lo largo de la vida. No lo hemos de olvidar nunca. El evangelio de Juan nos recuerda de manera rotunda una convicción que atraviesa toda la tradición bíblica: «A Dios no lo ha visto nadie jamás».

Los teólogos hablamos mucho de Dios, casi siempre demasiado; parece que lo sabemos todo de él: en realidad, ningún teólogo ha visto a Dios. Lo mismo sucede con los predicadores y dirigentes religiosos; hablan con seguridad casi absoluta; parece que en su interior no hay dudas de ningún género: en realidad, ninguno de ellos ha visto a Dios.

Entonces, ¿cómo purificar nuestras imágenes para no desfigurar de manera grave su misterio santo? El mismo evangelio de Juan nos recuerda la convicción que sustenta toda la fe cristiana en Dios. Solo Jesús, el Hijo único de Dios, es «quien lo ha dado a conocer». En ninguna parte nos descubre Dios su corazón y nos muestra su rostro como en Jesús.


Dios nos ha dicho cómo es encarnándose en Jesús. No se ha revelado en doctrinas y fórmulas teológicas sublimes sino en la vida entrañable de Jesús, en su comportamiento y su mensaje, en su entrega hasta la muerte y en su resurrección. Para aproximarnos a Dios hemos de acercarnos al hombre en el que él sale a nuestro encuentro.

Siempre que el cristianismo ignora a Jesús o lo olvida, corre el riesgo de alejarse del Dios verdadero y de sustituirlo por imágenes distorsionadas que desfiguran su rostro y nos impiden colaborar en su proyecto de construir un mundo nuevo más liberado, justo y fraterno. Por eso es tan urgente recuperar la humanidad de Jesús.

No basta con confesar a Jesucristo de manera teórica o doctrinal. Todos necesitamos conocer a Jesús desde un acercamiento más concreto y vital a los evangelios, sintonizar con su proyecto, dejarnos animar por su espíritu, entrar en su relación con el Padre, seguirlo de cerca día a día. Ésta es la tarea apasionante de una comunidad que vive hoy purificando su fe. Quien conoce y sigue a Jesús va disfrutando cada vez más de la bondad insondable de Dios.

Domingo II después de Navidad
Eclesiástico 24, 1-2. 8-12
Sal 147
Efesios 1, 3-6. 15-18
Juan 1, 1-18
José A. Pagola

Dominicas en Baena

Programan diversas actividades para celebrar los 500 años de presencia dominica en Baena



Este año se celebra el quinto centenario de la fundación del convento de dominicas de Madre de Dios. La priora, sor María Pilar, presentó las actividades programadas que comienzan con la misa de apertura el próximo día 10. En abril habrá una serie de conferencias de padres dominicos; en mayo, el santo rosario, y en agosto, una procesión de Santo Domingo a las diversas iglesias de Baena. En septiembre se expondrán en el claustro fotografías que muestran la historia del convento, y en octubre, el cardenal Herranz Casado acudirá a la clausura. El concejal de Cultura, José Tarifa, mostró el apoyo municipal.

Diario Córdoba, 2 enero 2010

Nuestros deseos para el Año Nuevo


Que seas feliz contigo mismo, que te aceptes y seas aceptado,
que estés en paz contigo y la transmitas,
paz en tu mente y en tu corazón.

Que seas feliz en tu familia, cada vez os sintáis más unidos y creativos.

Que seas feliz en tu trabajo, que den fruto tus tareas y proyectos.

Que seas feliz en la justicia,
respetando y defendiendo los derechos de los demás,
respetando y valorando a los demás.

Que seas feliz en la generosidad,
dando y compartiendo,
ayudando y sirviendo, viviendo la solidaridad.

Que seas feliz en el perdón, una vez y otra,
superando resentimientos y deseos de venganza.

Que seas feliz en la paciencia,
afirmándote y creciendo en las dificultades, aceptando los fracasos.

Que seas feliz en la humildad,
reconociendo tus valores como don,
renunciando al comparativo y alegrándote con los méritos de los otros,
sin permitirte sentimientos de envidia.

Que seas feliz en la fe, metiendo a Dios en tu vida
o poniendo tu vida en sus manos, confiando en Él más que en ti.

Que seas feliz en la esperanza,
esperando en Dios contra toda esperanza,
superando desengaños e impaciencias.

Que seas feliz en Dios, fuente de todo amor.
Que Dios te sonría siempre y te tenga en las palmas de sus manos,
y que tú te dejes hacer, te dejes querer. Amén.

viernes, 1 de enero de 2010

Un nuevo año (1 de enero)


Nos hemos deseado feliz año. ¿Se quedará sólo en deseo? Muchos lo han empezado con supersticiones de diferente tipo. Los no supersticiosos con incertidumbre, ¿será mejor que el pasado? ¿Será un buen año? Los más inteligentes ya lo saben: será lo que uno quiera que sea. Somos sembradores, cultivadores de nuestro propio año, independientemente de cómo nos venga el tiempo. Por eso hoy es el día de la paz: ¿hay algo mejor que nos podamos desear? No la paz que es ausencia de guerras, sino ese estado natural del alma y de la vida entera… Que Dios te conceda la paz, la suya…


Y mientras nos deseamos feliz año, y vinculamos la paz como el mejor tesoro que sólo puede venir de Dios, hoy nos fijamos en las lecturas, regalos de comienzo de año que Dios nos hace. Moisés y Aarón buscan, y encuentran paz; Pablo expresa que Dios buscó tiempo y encontró el nuestro, el mejor, la plenitud; los pastores buscan y encuentran a un Niño. Dios nos regala para este año la capacidad, la oportunidad de buscarlo, y la seguridad de que vamos a encontrarlo. Quizás ya hemos recorrido ese camino, y hemos tenido buenas experiencias. Él nos da la oportunidad de seguir buscándolo, de volver a hacerlo como si fuera la primera vez… sencillamente porque está deseando ser encontrado. Buscar y encontrar, pero no cualquier cosa: a Dios, la plenitud de lo humano que se nos regala en este tiempo y en signos humanos.

El Dios que pide ser encontrado mientras Israel va por el desierto es el Señor de la paz, el que hace brillar su rostro sobre quienes le buscan, el que “se fija en ti” y “te concede su favor…” El Dios misericordioso, nuestra paz definitiva, el que bendice y protege… ¿Quién en este mundo lo puede hacer igual? ¿Qué anuncio hay en TV que nos de todo esto?

El Dios de Pablo es del ahora. “Cuando llegó la plenitud de los tiempos”, ¿cuándo es? Hoy mismo. Hoy, en este tiempo crítico para muchos. En el hoy de mi vida (no en el mañana que quién sabe...). Hoy Dios está tocando a tu puerta, deseoso de ser encontrado. Y lo hace por signos humanos, frágiles, pequeños… nacido de mujer, por su ternura, humanidad, compasión, delicadeza, capacidad de alegría… hoy.

El Dios de los pastores, ese que se les había prometido, se deja encontrar en la debilidad de lo humano, envuelto en pañales, frágil, débil, necesitado… Dios suele salirnos al encuentro por esos caminos, los más destartalados y frágiles… pero los pastores, los más brutos, supieron reconocerlo, no cambiaron la mirada. Mientras María, la mujer que supo buscar y encontrar, iba guardando en el arca del alma, para darle vueltas a la obra de Dios en lo humano.

Un año nuevo. ¡Qué bien que vamos con él! ¡Qué bien que nos da la oportunidad de seguir buscándolo para encontrarlo nuevo, mejor, más real, más humano! ¡Qué bien que él es nuestra paz, y que no hay mejor paz que la suya, su palabra, su reino! ¡Qué bien que nos regala tiempo para invertirlo en su búsqueda! ¡Qué bien que volvemos a empezar!
Solemnidad de Santa María, Madre de Dios
Números 6, 22-27
Sal 66
Gálatas 4, 4-7
Lucas 2, 16-21

El Señor te bendiga



"El Señor te bendiga y te guarde;
te muestre su faz y tenga misericordia de ti.
Vuelva a ti su rostro y te conceda la paz.
El Señor te bendiga, hermano;
el Señor te bendiga, hermana".

(Bendición del Hermano Francisco)