domingo, 12 de febrero de 2017

Hoy celebramos al Beato Reginaldo de Orleans, O.P.



Beato Reginaldo de Orleans, O.P.


Reginaldo de Saint Gilles, nació en Orléans (Francia) en 1180 y murió en Paris el 12 de febrero de 1220. Fue uno de los primeros seguidores de Santo Domingo de Guzmán, a quien conoció en el transcurso de una peregrinación que realizó a Roma y donde le reconoció como el guía espiritual que la Santísima Virgen le había señalado durante una grave enfermedad que había padecido cuando estaba a punto de formular sus votos como religioso de la Orden de Predicadores.

    El dominico español Pedro Ferrando compuso entre 1237 y 1242 la obra "Leyenda de Santo Domingo", donde recoge el milagro acontecido a reginaldo de Orléans en los siguientes términos: "Y mientras él perseveraba en la oración, la Santísima Virgen María, Madre de Dios y Señora del mundo, acompañada de dos hermosísimas doncellas, se apareció visiblemente al Maestro Reginaldo, que yacía vigilante y sofocado por el ardor vehemente de la fiebre; y el enfermo oyó que la Reina hablaba dulcemente y le decía: «Pídeme lo que quieras y te lo daré.» Y quedándose pensativo para deliberar, una de aquellas doncellas que acompañaban a la Reina del cielo le insinuó que se encomendase a su voluntad y que no pidiera otra casa que la que se dignara otorgarle la Reina de misericordia. Y cumpliendo, por consiguiente, el saludable consejo, omitió la respuesta y lo dejó todo a elección de la bienaventurada Madre de Dios, para que según su beneplácito le concediese lo que quisiera. Entonces ella, extendiendo su virginal mano, untó con el ungüento que traía consigo los ojos, los oídos, las narices, la boca sy las manos, los pies y los riñones del enfermo, subrayando cada unción con las propias palabras de las fórmulas. Cuyas palabras puedes conjeturar más o menos por aquellas que profirió al ungir los riñones y los pies. En la unción de los riñones dijo : «Queden ceñidos tus riñones con el cíngulo de la castidad», y en la de los pies pronunció aquella fórmula: «Unjo tus pies para habilitarte a la predicación del Evangelio de la paz», y añadió : «De aquí a tres días te enviaré la redoma para el pleno restablecimiento de tu salud.» Entonces le mostró el hábito de la Orden de Predicadores y le dijo: «Mira, éste es el hábito de tu Orden»; y así se ocultó felizmente a los ojos del enfermo aquella figura corporal de su visión. Y curado de este modo por la Reina del cielo, Reginaldo convaleció al punto, quedando confortadas principalmente aquellas partes que había ungido la Madre de aquel que sabe elaborar ungüentos de salud.

    A la mañana siguiente vino el bienaventurado Domingo, y como le preguntase confidencialmente qué tal se encontraba, contestó aquél: «Ya estoy sano.» Y entendiendo el bienaventurado Domingo que se refería a la salud espiritual, respondió: «Ya sé que estáis sano verdaderamente.» Y aquél insistía replicando que se encontraba curado. Y como el bienaventurado Domingo no cayese en la cuenta de que lo decía por la salud corporal, le contó detalladamente el Maestro Reginaldo la visión. Dieron, pues, gracias y no ciertamente con poca devoción, según pienso al Salvador, que sana a los que lastima y proporciona la saludable medicina a los que hiere. Y los médicos quedaron admirados ante tan súbita como inesperada curación, ignorando con qué aplicación de la medicina se había restablecido el que según su pronóstico había sido desahuciado de la vida. Y al tercer día, hallándose sentado el bienaventurado Domingo con el Maestro Reginaldo, acompañados por un religioso de la Orden de los Hospitalarios, vió éste claramente acercarse la Santísima Virgen y ungir con su mano todo el cuerpo del Maestro Reginaldo. Y aquella celeste untura de tal manera fortaleció la carne del santo varón Maestro Reginaldo, que no sólo extinguió la lumbre de la fiebre, sino que templó también el ardor de la concupiscencia, de tal manera que, como él mismo confesó después, en adelante no se encrespó en él ningún movimiento de sensualidad. Y después de su muerte, el bienaventurado Domingo refirió a los frailes esta visión. Pues el mismo fray Reginaldo le había conjurado a que, mientras él viviese, no relatara a nadie el suceso, sino que lo guardara como secreto de confesión. Y después de alcanzada la salud por mediación divina, se consagró enteramente a Dios y se ligó con el vínculo de la profesión al bienaventurado Domingo. Era un predicador ardoroso que en breve tiempo llevó muchas vocaciones a la Orden.


ZURBARAN. Milagrosa curación del Beato Reginaldo de Orleans.Iglesia de la Magdalena. Sevilla

       La escena del lienzo representa el milagro antes mencionado,que tuvo lugar tras la oración de Santo Domingo, situado a la cabecera del lecho del enfermo. La Santísima Virgen, acompañada por dos hermosas jóvenes que son Santa Catalina y Santa María Magdalena, se apareció a Reginaldo de Orléans, aquejado por unas fiebres que hacían temer por su vida y le ungió la cabeza quedando al punto restablecido. En el ángulo superior izquierdo se localiza una pequeña ventana que sirve para dotar de una cierta profundidad a la obra y a través de la que se observa el momento en que Santo Domingo admite al citado Reginaldo de Orléans en la Orden de Predicadores. En primer término un pequeño bodegón, en el que sobre una mesa contemplamos una taza de peltre  sobre un plato, una rosa y una fruta.

    La pintura nos ofrece las características propias del estilo zurbaranesco de esta época: tenebrismo, robustez de las figuras, volumetría escultural y un tratamiento de las telas rico y quebrado. Pese a todo, la crítica aduce una amplia intervención del taller en esta obra.

    Muy notables resulta el tratamiento de las vestiduras, en las que se percibe la sensación táctil de las que nos habla Heinrich Wölfflin. Reginaldo de Orléans se nos muestra con expresión recogida y devota, cubierto por un sayo blanco, el mismo color de almohadones y sábanas, que se quiebran en pliegues angulosos. Santo Domingo viste al hábito de la Orden; mientras que la Virgen y las Santas lucen vestidos y mantos de brillantes sedas de colores. La Virgen lleva túnica jacinto y manto azul. Santa María Magdalena túnica encarnada y manto verde, portando en la mano el pomo, su atributo parlante. Santa Catalina se cubre por túnica rojiza con mangas acuchilladas y manto ocre.

    Un foco de luz, situado fuera del cuadro, ilumina la composición. En la que contrastan la diagonal que marca el lecho del Beato con la verticalidad de las santas y el rompimiento de Gloria de halos dorados que envuelve a la Virgen.