¿Es posible, Señor, que la azucena
naciera de tu soplo solamente
y que el temblor de un aire indiferente
pueda crear la maravilla plena?
Dios te salve, Azucena; salve, llena
eres de gracia, barro omnipotente,
último blanco, castidad fulgente,
ave sin carne, carne sin cadena.
¿Qué sintieron los pájaros el día
que, asombrados, rozaron tu blancura?
¿Qué sintió el sol, que te besó primero?
¿Qué siento ahora yo, Ave María?
¿De qué playas arribas esta ternura
que no existe quizá, pero que espero?
(J.L. Martín Descalzo)
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