El cardenal Newman señala que “el cristiano es
aquel que permanece a la espera de Cristo”. La totalidad del año litúrgico nos
enseña a ser un pueblo que tiene la valentía de aguardar el advenimiento del
Señor. El Adviento nos intruye en la paciencia, en no empezar a hacer fiestas
prematuramente, resistiendo la tentación de celebrar el nacimiento de Cristo
antes de que venga, a pesar de que las tiendas están llenas de signos que rezan
“Feliz Navidad”, controlando el impulso de abrir los regalos antes del día de
Navidad. Cristo es un regalo y la forma de respetar el regalo es aguardando la
llegada del momento en que nos será dado. Esta espera no consiste en una mera
pasividad. La palabra en latín correspondiente a “esperar es “attendere”, que significa extenderse,
abrirse hacia adelante. Permanecemos atentos, abiertos a lo que está por venir,
como la madre que se prepara para dar a luz. (…)
Han pasado más de 2000 años después
de la resurrección y todavía seguimos esperando el Reino ¿Por qué? Una de las
razones por las que nuestro Dios se toma tanto tiempo es porque él no es un
dios. Nuestro Dios no es un “superman” celestial y poderoso que pudiera
irrumpir inesperadamente desde el exterior. El advenimiento de Dios no es como
la caballería acudiendo a rescatarnos. Dios viene desde dentro, de nuestra más
profunda interioridad. Dios está, como dice San Agustín, más cerca de nosotros
que nosotros mismos (…). Dios viene a nosotros como un niño viene a una madre,
de las profundidades de su ser, a través de una lenta transformación del ser de
la madre. La sanación y el crecimiento precisan su tiempo. Tenemos que ser
pacientes, porque Dios viene a nosotros no como un agente externo, sino de la
intimidad misma de nuestro ser corporal, que vive en el tiempo.
Timothy Radcliffe, O.P.
“¿Qué sentido tiene ser cristiano?”
Ed.
Desclée De Brouwer