La primera condición para la oración es que se
haga con espíritu y atención.
Espíritu de oración es una entrañable afección y deseo de alcanzar lo que
pedimos cuando es cosa que pertenece al servicio de Dios. La oración que
careciese de todo género de atención, más se podría llamar distracción que
oración. Lo cual dice Casiano por estas palabras: “Poco ora el que no ora más que cuando está de rodillas; ninguna cosa
ora el que, aunque esté de rodillas orando, está voluntariamente distraído”.
La segunda condición para la oración es la humildad. A esta virtud pertenece que
el que ora conozca la extremada desnudez y pobreza, o por mejor decir, el
abismo profundísimo de las miserias en que el hombre quedó por el pecado, junto
con las que él después acá, por su propia ruindad y malicia, ha añadido. Así,
cuanto un hombre es más humilde y más claro conoce la grandeza de su necesidad
y pobreza, tanto más continuamente hace oración a Dios y le pide humildemente
limosna y misericordia.
La tercera condición de la oración es la fe y la confianza, porque la humildad nos declara que no debemos confiar en
nosotros, mas la fe nos dice que debemos confiar en Dios. Esta condición nos
pide el apóstol Santiago cuando dice que pidamos con fe y sin dudar, porque de
otra manera no alcanzaremos lo que pidamos.
“Del
fin del hombre y de las virtudes necesarias para alcanzarle”
Fray Luis de Granada