Oh, Dios,
siempre atento a quien te suplica y
misericordioso con quien espera en ti;
concédenos que, con la protección de
la beata Magdalena,
sepamos vivir en amor y alabanza a tu nombre
y dedicarnos al servicio de los
hermanos.
Por nuestro Señor Jesucristo.
Es una idea extendida considerar el hábito
dominicano como símbolo de la caridad y entrega al servicio del prójimo. A lo
largo de la historia de la Orden hay ejemplos
de laicos que tomaban el hábito de la tercera orden de Santo Domingo y vivían
en sus casas el espíritu de caridad característico del fundador.
Santa Catalina de Siena es un ejemplo clásico; la
Beata Magdalena Panattieri constituye otro.
Magdalena nació y vivió toda su vida
en el pueblecito de Trino-Vercellese. Antes de cumplir los veinte años,
Magdalena hizo voto de castidad perpetua e ingresó como terciaria de Santo
Domingo, en una cofradía de jóvenes que se consagraban a las obras de piedad y
beneficencia. Aunque parezca extraño, la vida de la Beata Magdalena no tiene
nada de pintoresco. Magdalena no parece haber sido víctima de ninguna
persecución y pronto llegó a ser un personaje de importancia en su pueblo. La
caridad con que se consagraba al cuidado de los niños pobres, en cuyo favor
realizó varios milagros, le facilitaba la tarea de convertir a los pecadores.
Por estos últimos oraba y se imponía continuamente nuevas penitencias; pero no
vacilaba en reprenderlos severamente, sobre todo a los usureros. La beata tenía
gran facilidad de palabra y empezó a dar una serie de conferencias a las
mujeres y a los niños en un salón llamado "la capilla del marqués",
contiguo a la iglesia de los dominicos; pronto empezaron a acudir, a las
conferencias también los hombres y aun los sacerdotes y religiosos, y el
superior de los dominicos solía enviar a los novicios a escuchar las fervorosas
exhortaciones de Magdalena.
“La señal de haber encontrado el amor
será que os unáis a vuestro prójimo
con el lazo de la caridad,
amándolo y sirviéndole caritativamente.
Porque el bien y provecho que no podemos hacer
a Dios
debemos hacerlo a nuestro prójimo,
sufriendo con paciencia cualquier
trabajo que de él recibamos.”
(Santa Catalina de Siena)