“De los
ojos hizo fuentes para lavar las mancillas de su ánima, de los cabellos hizo
lienzo para limpiarlas, de la boca hizo porta paz para recibir la de Cristo, y
del ungüento hizo bálsamo para curar las llagas de su ánima y encubrir el hedor
de su mala vida. Y es mucho para considerar que lo que ella obraba por fuera,
obraba el Señor interiormente en su ánima por otra más excelente manera. Ella
venía, y él la traía; ella le ungía los pies con ungüento, y él ungía el ánima
con su gracia; ella lavaba sus pies con lágrimas; él lavaba su ánima con su sangre;
ella le enjugaba los pies con sus cabellos; él adornaba su ánima con virtudes;
ella le besaba los pies con grande amor, y él le daba aquel beso de paz que se
dio al hijo pródigo en su conversión.
San Bernardo
llama a estas lágrimas vino de ángeles, porque en ellas hay sabor de vida,
sabor de gracia y gusto de indulgencia. Tiene por cierto él mucha razón de
llamarlas vino de ángeles; mas yo las llamo también agua de ángeles. Suelen los
hombres destilar una manera de agua olorosa, no de una sola yerba olorosa, sino
de muchas y diversas, y esta llaman agua de ángeles, que tiene muchos y suaves
olores, conforme a las yerbas de que se destila. Pues tales eran estas
lágrimas, las cuales no procedían de una sola causa o de un afecto, sino de
muchos y diversos; porque ellas eran lágrimas de fe, lágrimas de esperanza,
lágrimas de amor, lágrimas de dolor y lágrimas de devoción. Todos estos afectos
y movimientos había en aquel piadoso corazón y todos estos se resolvían en
lágrimas con el fuego de la caridad, y se destilaban por los ojos; y así salía
esta agua de ángeles más olorosa que la de acá distilan los hombres.”
(Fr. Luis de Granada)