" Pues,
como se llegase ya el tiempo en que el Salvador tenía determinado ofrecerse en
sacrificio por la salud del mundo, así como él por su propia voluntad se quiso
sacrificar, así por ella misma se vino al lugar del sacrificio, que era la
ciudad de Jerusalén, para que en la ciudad y en el día que el cordero místico
era santificado, en ese lo fuese también el verdadero; y donde habían sido
tantas veces muertos los profetas, allí también lo fuese el Señor de los
profetas; y donde poco antes había sido tan honrado y celebrado, allí fuese
condenado y crucificado, para que así fuese su pasión tanto más ignominiosa,
cuanto el lugar era más público y el día más solemne. Y por esto, habiendo
escogido la aldea de Belén para su nacimiento, escogió la ciudad de Jerusalén
para este sacrificio, porque la gloria de su nacimiento se escondiese en el
rinconcillo de Belén, y la ignominia de su pasión se publicase más en la ciudad
de Jerusalén.
Entrando,
pues, en esta ciudad (cf. Mt 21,1ss), fue recibido con grande solemnidad y
fiesta, con ramos de olivas y palmas, y con tender muchos sus vestiduras por
tierra, y clamar todos a una voz: Bendito
sea el que viene en el nombre del Señor: sálvanos en las alturas.
Aquí
primeramente se nos ofrece luego que considerar la grandeza de la caridad de
nuestro Salvador y la alegría y prontitud de voluntad con que iba a ofrecerse a
la muerte por nosotros, pues en este día quiso ser recibido con tan grande
fiesta, en señal de la alegría y fiesta que en su corazón había
por ver que se llegaba ya la hora de nuestra redención. Porque, si de santa
Águeda se dice que, siendo presa por cristiana, iba a la cárcel con tan grande
alegría, como si fuera llevada a un convite por la honra de Dios, ¿con qué
prontitud y devoción iría el que tanto mayor caridad y gracia tenía, cuando
fuese a obrar la obra de nuestra redención por la obediencia y honra del mismo
Dios? Donde claramente aprenderás con qué manera de prontitud y voluntad debes
entender en las obras de su servicio, pues con tanta alegría entendió él en las
de tu remedio, acordándote que, por una parte, dice el Apóstol que huelga mucho
Dios con el alegre servicio (cf. 2 Cor 9,7), y que, por otra, se dice: Maldito sea el hombre que hace las obras de
Dios pesada y negligentemente (Jer 48,10). "
(Fr. Luis de Granada)