Ronald Rolheiser
Dos cosas contrarias no pueden coexistir dentro de un mismo sujeto. El filósofo Aristóteles escribió –y parece obvio lo que dice– que algo no puede ser claro y oscuro al mismo tiempo.
Sin embargo, en relación a lo que está sucediendo dentro de nuestras almas, parece que dos cosas contrarias pueden de veras coexistir dentro del mismo sujeto. En cualquier momento dado, dentro de nosotros mismos somos una mezcla de luz y de oscuridad, de sinceridad e hipocresía, de altruismo y egoísmo, de virtud y vicio, de gracia y pecado, de santo y pecador. Como solía afirmar Henri Nouwen: Queremos ser grandes santos, pero por otra parte no queremos perdernos ninguna de las sensaciones que experimentan los pecadores. Y así nuestras vidas no resultan sencillas; se nos complican.
Vivimos, a la vez, con la luz y con la oscuridad en nuestro interior y parece que, durante largos períodos, los dos contrarios coexisten en efecto dentro de nosotros. Nuestras almas son como un campo de batalla en el que el altruismo y el egoísmo, la virtud y el pecado se disputan el dominio. Pero, con el tiempo, uno u otro comenzará a dominar y a esforzarse por eliminar al otro. Por eso San Juan de la Cruz toma este dicho filosófico y lo usa para enseñarnos una lección clave sobre cómo lograr la pureza de corazón y la pureza de intención en nuestra vida. Porque los contrarios no pueden coexistir en nuestro interior, hay algo vital que debemos hacer. ¿Qué?
Necesitamos orar regularmente.
Dos contrarios no pueden coexistir en nosotros; por tanto, si sostenemos auténtica oración en nuestra vida, andando el tiempo la sinceridad eliminará la hipocresía, el altruismo eliminará el egoísmo, y la gracia eliminará el pecado.
Si mantenemos auténtica oración, no caeremos nunca durante largo tiempo en racionalización moral. Si sustentamos auténtica oración en nuestra vida, nunca nos volveremos tan ciegos con respecto a nuestro pecado que comencemos a tener en nuestra vida áreas moralmente exentas. Siendo fieles a la oración nos aseguraremos de que nunca viviremos, con largo alcance, una vida doble, porque lo que la oración nos proporciona, una genuina presencia de Dios, no coexistirá pacíficamente con el egoísmo, la racionalización, el autoengaño y la hipocresía. Dicho sencillamente, en algún momento de nuestra vida, o dejaremos de orar o bien dejaremos nuestra mala conducta. No podremos vivir con ambos contrarios en nuestro interior.
Nuestro mayor peligro es, pues, dejar de orar.
Y este consejo es eminentemente práctico: No siempre podemos controlar cómo nos sentimos ante las cosas. No siempre podemos controlar cuándo y cómo seremos tentados. Y nadie tiene la fuerza necesaria para no caer nunca en pecado. Nuestra incapacidad para realizarnos plenamente en el ámbito moral nos deja siempre lejos de la santidad plena. Hay cosas que nos sobrepasan.
Pero hay algo que podemos controlar, algo que va más allá de los caballos salvajes de la emoción y de la tentación. Estamos acaparados y asediados por muchas cosas, pero, con fuerte voluntad y deliberación, con disciplina y resolución, podemos acudir regularmente a la oración. Podemos hacer de nuestra oración personal una disciplina regular en nuestra vida. Podemos comprometernos a crear y mantener el hábito de oración personal. Y, si hacemos esto, sin considerar el hecho de que tendremos que trabajar durante largos períodos de sequedad y aburrimiento, finalmente lo que esa oración aporte a nuestra vida eliminará nuestros malos hábitos, nuestra racionalización y nuestros pecados. Repetimos: Dos cosas contrarias no pueden coexistir dentro del mismo sujeto. Finalmente,o bien dejaremos de orar o renunciaremos a nuestro pecado y a nuestra racionalización. Nadie puede estar rezando auténticamente de forma regular y al mismo tiempo ser ciego a su propia maldad.
Nuestra tarea consiste, pues, en mantener la oración personal como un hábito en nuestra vida, aun cuando no tengamos ni la actitud ni el valor para ver y para confrontar todos los dobles estándares y puntos ciegos en nuestra vida. Lo que la oración proporciona a nuestras vidas, con frecuencia más imperceptible que visible, finalmente eliminará (“cauterizará”, diría San Juan de la Cruz ) tanto nuestro pecado como nuestras racionalizaciones sobre el mismo.
Esto es semejante a lo que Ronald Knox enseñó alguna vez sobre la Eucaristía. Para él, la Eucaristía es el ritual singular, vital y permanente en la vida cristiana. ¿Por qué? Porque Knox creía que, como cristianos, nunca hemos vivido realmente según lo que Cristo pide de nosotros. Nunca hemos amado realmente a nuestros enemigos, ni ofrecido la otra mejilla, ni bendecido a los que nos calumniaron, ni vivido plenamente vidas santas o perdonado a los que nos ofendieron. Pero, según él propone, hemos sido fieles a Cristo de una manera especial: Hemos sido fieles en celebrar la Eucaristía , siguiendo aquella orden de Jesús.
Justo antes de dejarnos, Jesús nos dejó el tesoro de la eucaristía y nos pidió que siguiéramos celebrándola hasta su regreso. Durante dos mil años, a la espera de ese su regreso, hemos sido fieles cumpliendo ese mandamiento, sin considerar lo infieles que hemos sido de otras maneras. Hemos seguido celebrando la Eucaristía , y, al fin y al cabo, ésa ha sido la única cosa, más que cualquier otra, que nos ha convocado de nuevo, una y otra vez, a la fidelidad.
El hábito de la oración personal hará lo mismo en favor nuestro. Ya que dos cosas contrarias no pueden coexistir dentro del mismo sujeto, finalmente o dejamos de orar o dejamos de pecar y racionalizar. ¡El mayor peligro moral en nuestra vida consiste en que, lamentablemente, dejemos de orar!
Tomado de Ciudad Redonda
Contradicciones
ResponderEliminarNosotros, los seres humanos estamos hechos de contradicciones. Una parte de nosotros se siente atraída por la luz y por Dios, y quiere cuidar de nuestros hermanos y hermanas. Otra parte de nosotros quiere la frivolidad, las posesiones, la dominación o el éxito, quiere estar rodeado de amigos que nos aprueben, que nos alejen de la tristeza, la depresión o la agresión. Estamos tan profundamente divididos, que reflejamos igualmente un entorno que tiende hacia la luz y la preocupación por los demás, y uno que desprecia los valores y alienta a los deseos de poder y de placer. Mientras nuestra motivación más profunda no sea clara para nosotros, y mientras no elijamos la gente y el lugar para nuestro crecimiento en su esplendor, permaneceremos débiles e inconsistentes, tan variables como una veleta.
Jean Vanier