jueves, 8 de abril de 2010

Para que tengáis vida en su nombre (11 de abril)

Siempre que leemos el evangelio nos sentimos interpelados al cambio, a la conversión, a esforzarnos para asemejarnos más al Maestro. En este tiempo de Pascua no se nos pide nada, simplemente se nos regala lo que más necesitamos. ¿Y qué puede necesitar el ser humano con más fuerza y pasión que salud, remedio y consuelo para las heridas de la vida? No sabemos cómo, pero acumulamos demasiadas en el alma. A veces simples rasguños; otras, heridas que marcan y duelen. Nos hiere la mediocridad, la hipocresía. Nos golpea no ser lo que debemos, no creer ni amar como estamos llamados a hacerlo. Nos agrieta la imperfección, la impotencia o la tristeza. Nos marca el fracaso, las puertas cerradas en tantas calles de nuestra vida…

Quienes se acercaban a los primeros discípulos quedaban curados. Todos, parece decir Lucas, los que se unían a la comunidad cristiana y se injertaban en el tronco resucitado de Cristo. Juan no escribe su evangelio sino para que “tengamos vida en su nombre”, salud, salvación, redención. No se trata de hacer nada, ni méritos, ni esfuerzos. Sólo de ponerse en la pista del Resucitado. Sólo de reconocer nuestras muertes, parálisis, incredulidades y desazones de amor. Sólo ponerse frente al Señor Herido, y poner nuestras manos fracasadas, en su costado trasfigurado, en los agujeros de su alma. Sólo de encontrarse con Él y dejarle, Herido, hablar a nuestras heridas.

Cuando el Resucitado se cuela en la comunidad, en nuestros espacios cerrados y temerosos, sólo trae regalos. La paz, primero: “no tengáis miedo”, “paz a vosotros”, la serenidad indispensable para andar por al vida creciendo, viviendo con hondura y seriedad. Y el Espíritu después, el que genera reconciliación, personal y comunitaria; el que abre al futuro con optimismo y esperanza, el que cimenta cada historia personal y alienta cada comunidad cristiana. Así que sólo se nos pide dejarle pasar, permitirle actuar.

Segundo domingo de Pascua (C)
Hechos de los apóstoles 5, 12-16
Sal 117
Apocalipsis 1, 9-1 la. 12-13. 17-19
Juan 20, 19-31


1 comentario:

  1. A veces lo que pido no es tocar a Dios, sino que Él me toque a mí, que ponga sus manos en mis heridas, en mi costado. Sentir su herida en la mía es para mí ya un motivo para creer en Él.

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