La eficacia del rezo del Rosario
Históricamente, a medida que el rezo del Rosario fue desarrollándose y difundiéndose, el pueblo fiel fue dándose cuenta de su gran eficacia como oración de petición. No es simplemente que María intercede por nosotros cuando lo rezamos, que, de por sí, es lo más importante, sin que, además, entran en juego otros factores fundamentales de la oración de petición.
Se considera que hay principalmente tres motivos por los cuales Dios no atiende a nuestras peticiones. El primero porque, a veces, pedimos de un modo incorrecto, lo que suele estar relacionado con nuestra disposición ante Dios (por ejemplo, falta de humildad al pedir). En otras ocasiones, el error radica en el contenido de nuestra petición: pedimos cosas que nos gustan pero que no redundan en lo importante, es decir, en el bien de la gente y en nuestra salud física y espiritual. El tercer motivo es más misterioso. Todos tenemos experiencia de haber pedido con humildad a Dios algo que es evangélicamente correcto, pero, aparentemente, Dios no ha atendido nuestra petición. Quizás, misteriosamente, Dios sí lo ha atendido, pero no lo ha hecho a nuestra manera, sino a la suya, haciendo lo que Él considera más correcto, y ello supera nuestra capacidad comprensiva.
Cuando rezamos correctamente el Rosario y con devoción, éste nos ayuda a superar los tres problemas anteriores.
Por una parte, sentimos cómo María nos acompaña en la oración, y nos ayuda a tener un corazón humilde y arrepentido. También la Virgen nos guía para que no pidamos “caprichos” o cosas inoportunas. No sólo que María nos ayuda a pedir desde los valores del Evangelio, es que, sobre todo, allá donde ella está, se hace presente el Espíritu de Dios. Por ello, al orar junto a María, ella nos pone en contacto con el Espíritu Santo. Se trata de una oración que asciende derecha y certeramente al Padre.
También María conoce muy bien lo que se sufre cuando las cosas no salen como nos gustaría. Ella vio morir a su inocente Hijo en la Cruz. Por eso, ella, por experiencia, sabe ayudarnos muy bien cuando nos hallamos ante una situación difícil y ante la que Dios, aparentemente, guarda silencia. María nos anima a orar, a poner con el rezo del Rosario nuestra vida en las sabias y misteriosas manos de Dios.
Fr. Julián de Cos, O.P.
Oración
Oh María, Madre de Dios y madre Nuestra:
Concédenos el coraje de unirnos a Jesús
en su agonía y decir en nuestro Getsemaní:
“Padre, hágase tu voluntad”.
Otórganos que por las “heridas” de Jesús,
podamos ser curados y salvados.
Enséñanos la humildad de nuestro Rey,
coronado de espinas.
Danos fuerza y amor para llevar
nuestra cruz diaria,
y poder asociar nuestros dolores
a los sufrimientos que, en clave de amor,
vivió Jesús, para redimirnos
por su crucifixión y muerte en el monte Calvario.
Amén.
Misterios Dolorosos
1º. La oración en el huerto de Getsemaní:
“Jesús se apartó de los discípulos como un tiro de piedra, y, puesto de rodillas, oraba diciendo Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. En medio de su angustia oraba con mayor insistencia” (Lc 22, 39-42).
2º. La flagelación de Jesús:
“Todos lo declararon reo de muerte. Algunos se pusieron a escupirle, y tapándole la cara, lo abofeteaban y le decía: Haz de profeta. Y los ciados le daban bofetadas”. “Pilato tomó a Jesús y mandó que lo azotaran” (Mc 14, 65; Jn 19, 1).
3º. La coronación de espinas:
“Los soldados trenzaron una corona de espinas y se la pusieron en la cabeza y le vistieron un manto de color púrpura. Salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto de color púrpura. Pilato les dijo: Aquí lo tenéis” (Jn 19, 2-3).
4º. Jesús carga con la cruz:
“Tomaron a Jesús, y él, cargando con la Cruz, salió al sitio llamado de la Calavera”. “Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se daban golpes y lanzaban lamentos por él” (Jn 19, 16-17; Lc 23, 27).
5º. Crucifixión y muerte de Jesús:
“Lo crucificaron a él y, con él, a otros dos, uno a cada lado y Jesús en medio. Junto a la cruz de Jesús estaba su Madre. Jesús, al ver a su Madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su Madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn. 19, 18-30).
No olvidemos:
* En cada misterio rezar un Padrenuestro, diez Avemarías y un Gloria.
* Cada misterio es un momento para reflexionar sobre la vida de Jesús y María, fomentando la fe, la esperanza y el amor.
* Al meditar sobre cada misterio, pidamos a Dios que nos conceda un fruto espiritual específico, como enfrentar el sufrimiento con esperanza, practicar la humildad, ser solidarios con los que sufren, perdonar a nuestros enemigos, encontrar consuelo en la oración, …
* Quizás, en esta ocasión, podríamos llevar una intención especial de oración por los que, aún conociéndolo, se resisten a seguir a Jesús.

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