El Rosario: estar en la presencia de Dios
El Rosario es una forma vocal de oración y, al mismo tiempo, una oración interior. El que desea orar muchos y orar bien, se da cuenta enseguida de la ayuda providencial que tiene en el Rosario. La formulación del Rosario es tan atinada que el alma puede remontar el vuelo místicamente. Y, en el momento de la más alta contemplación, aun pasando maquinalmente las cuentas del rosario, el alma se eleva y la oración se hace más interior. El Rosario ha alcanzado entonces su meta.
En la mayoría de los casos, el Rosario sería un precioso auxiliar para los momentos de sequedad y desolación espiritual. El abandono filial, con espíritu de fe y amor, la intención que preside la oración, determinan también aquí el valor del Rosario: se trata de estar en la presencia de Dios.
Cuando hacemos uso del Rosario, deberíamos dejar más bien a Dios que nos moviese y penetrara todo nuestro ser. La esencia de todo acto de oración es lograr que nuestra voluntad se conforme a la voluntad de Dios. En el caso del Rosario, esto se logra por una murmuradora y casi silenciosa fusión de voluntades.
Por medio de la oración del Rosario, nos remontamos hasta el pasado, y nos ponemos en la situación de María. El Rosario nos capacita para ir siguiendo la evolución de María, el desarrollo de su vida. Con fe y esperanza podemos ir experimentando todas las fases del misterio de Cristo: tomamos como punto de partida los gozos de la madre y de su Hijo, pasamos a través de los sufrimientos soportados por el Redentor y por su madre, y finalmente llegamos al punto en el que compartimos la felicidad de María por la victoria y triunfo de su Hijo.
Cuando rezamos el Rosario estamos haciendo lo que María misma hizo: “Su madre conservaba todas estas cosas en su corazón” (Lucas 2, 51).
Uniéndonos, por medio de la oración, con el “misterio de Dios, misterio que abarca también el misterio mariano” es como llegaremos a adquirir conciencia de nuestro papel y de nuestra vocación concreta en este mundo redimido.
Fr. Edward Schillebeeckx, O.P.
Oración
María, mujer de la escucha, haz que se abran nuestros oídos; que sepamos escuchar la Palabra de tu Hijo Jesús entre las miles de palabras de este mundo; haz que sepamos escuchar la realidad en la que vivimos, a cada persona que encontramos, especialmente a quien es pobre, necesitado o tiene dificultades.
María, mujer de la decisión, ilumina nuestra mente y nuestro corazón, para que sepamos obedecer a la Palabra de tu Hijo Jesús sin vacilaciones; danos la valentía de la decisión, de no dejarnos arrastrar para que otros orienten nuestra vida.
María, mujer de la acción, haz que nuestras manos y nuestros pies se muevan «deprisa» hacia los demás, para llevar la caridad y el amor de tu Hijo Jesús, para llevar, como tú, la luz del Evangelio al mundo.
Amén.
Misterios Luminosos
1º. El Bautismo de Jesús:
“Fue Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posó sobre Él. Y vino una voz del cielo que decía: Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto” (Mt 3, 13-17).
2º. Jesús en las bodas de Caná:
“Había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Faltó el vino, y la madre de Jesús dijo a Jesús: No les queda vino. Luego dijo a los sirvientes: Haced lo que él os diga…Así Jesús comenzó sus signos y creció la fe de sus discípulos” (Jn 2, 1-12).
3º. La predicación del Reino:
“Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1, 14-15).
4º. La transfiguración del Señor:
"Subió Jesús a una montaña muy alta y se transfiguró delante de Pedro, Santiago y Juan. Su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y una voz desde la nube decía: Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo” (Mt 17, 1-9).
5º. La institución de la Eucaristía:
“Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Lo mismo hizo con la copa, diciendo: Este es el cáliz de la nueva alianza sellada con mi sangre” (1Co 11, 23-26).
No olvidemos:
* En cada misterio rezar un Padrenuestro, diez Avemarías y un Gloria.
* Cada misterio es un momento para reflexionar sobre la vida de Jesús y María, fomentando la fe, la esperanza y el amor.
* Al meditar sobre cada misterio, pidamos a Dios que nos conceda un fruto espiritual específico, como permanecer unidos al Señor, ser misericordiosos, servir desinteresadamente a los demás, encontrar en la Eucaristía el sentido de nuestra vida, …
* Quizás, en esta ocasión, podríamos llevar una intención especial de oración por los misioneros.

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