S. Alberto
contempló, desde joven, la naturaleza. Abrazó con gusto la verdad de las cosas
creadas, como obras en las que Dios ha
dejado su huella. Pero a medida que maduró en su vida, el Maestro se vio
empujado irresistiblemente a contemplar la Verdad de Dios en si misma. Por eso,
en la plenitud de su vida, contempla casi todos los libros de la sagrada
Escritura, especialmente los Evangelios y las figuras bíblicas, especialmente
la Virgen María. Es célebre el escrito “Mariale”, en el que trata de la Espiritualidad
de la Virgen, que pone de manifiesto su gran devoción para la Madre de Dios:
¡SALVE, humanidad
del Redentor, que en el seno
virginal te uniste con la eterna Divinidad!.
¡SALVE, suma y
eterna Deidad, que
viniste a nosotros bajo el velo de nuestra carne!
¡Mil veces Salve a
ti, que por virtud del
Espíritu santo, te uniste a la carne
Virginal!
¡SALVE TAMBIÉN A
TI, MARÍA, en la que , la
plenitud de la Divinidad, ha puesto corporalmente su mansión!.
¡Salve a ti, en quien habita sin medida la
plenitud del Espíritu Santo.
¡Salve también a la
purísima Humanidad del Hijo, que
ha sido bendecida por el Padre y venida a ti!.
¡Salve, Inmaculada
Virginidad, que has sido
exaltada sobre los coros de los Angeles!.
¡Gózate, Señora del
mundo, que fuiste digna de
ser templo de la purísima Humanidad de Cristo!.
¡Gózate y alégrate
VIRGEN DE LAS VIRGENES, en
cuya carne la Bienaventurada Deidad quiso unirse a esta purísima Humanidad!
¡Gózate, REINA DEL
CIELO, en cuyo santísimo
seno, esta Humanidad encontró digna morada!.
Gózate y exulta,
NOBLE ESPOSA DE LOS PATRIARCAS, que
fuiste digna de nutrir en tu seno Virginal y amamantar a esta santa Humanidad.
¡Salud y bendición
a ti por los siglos, oh FECUNDÍSIMA VIRGINIDAD, por la que nosotros fuimos
dignos de recoger el fruto de la salvación eterna. Amen
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