Basta
con abrir un periódico o conectar la televisión o la radio para que un torrente
de noticias trágicas nos invada: guerras, marginación, injusticia, pobreza, xenofobia y racismo, intolerancia y fanatismos, paro, droga …
Y
nuestra reacción, a veces, es la de no querer ver o le echamos la culpa a
instancias superiores o nos sentimos impotentes.
Ante
todo esto nos preguntamos: ¿es posible la alegría?. Más aún, ¿es honesto
alegrarse al lado de tanto dolor?, ¿no se convierte entonces en una burla y en
un modo de arriar la conciencia por parte de los satisfechos? ¿no hay
alternativa entre la amargura y la
frivolidad?
Y,
sin embargo, no se puede vivir sin alegría. La alegría es fuerza para vivir.
Sin pensamientos positivos no hay esperanza ni energía para el cambio. Sin
alegría el dolor tiene la última palabra y nos destroza sin remedio. La alegría
nos da solidez interior para no volver la cara ante el sufrimiento de los
demás. Por eso la alegría hace posible la solidaridad. La alegría es el mejor
regalo que podemos transmitir al que no la tiene, pues le aportamos fuerza para
vivir, esperar y amar.
¿De
dónde surge la alegría?¿cuál es su fuente? Frecuentemente pensamos que la
alegría nos viene de fuera de nosotros mismos, de no tener preocupaciones o
limitaciones y enfermedades, de montárselo divertido, de no tomarse nada en
serio y pasar de todo, de tener una vida de película; pero curiosamente la
alegría no depende de lo que nos suceda, sino de cómo vivimos lo que nos
sucede. Un mismo acontecimiento puede llenar de alegría a una persona y dejar
triste o indiferente a otra. Una situación conflictiva puede ayudarnos a
madurar, mientras que una vida donde no haya conflictos puede retrasar nuestra
madurez.
La
alegría brota de nuestro interior. Para que nazca es preciso tener una
confianza básica en que lo positivo es más grande y más fuerte que lo negativo;
que merece la pena luchar por lo bueno y lo verdadero; que cada vida humana
tiene sentido y merece dignidad y respeto.
Los
cristianos fundamentamos esa confianza básica en Dios que es Padre. Él ha
optado por nosotros, es nuestro origen, nuestra meta y nuestro compañero de
camino. Él es la mano que nos sostiene y el techo que nos cobija.
Esta
confianza básica permite acercarse al dolor y al sufrimiento sin desesperación.
Nos empuja a la solidaridad activa y a la lucha por el bien de los demás, porque
sabemos que merece la pena y es eficaz nuestro esfuerzo en favor de los otros,
y que –gracias a muchos hombre y mujeres que han esperado contra toda
esperanza- nuestra historia ha ido avanzando en cota de humanidad.
Hemos
de atrevernos a estar alegres. Supone una decisión valiente y decidida contra
la apatía y el desánimo. Atreverse a mirar lo positivo, lo bello, lo verdadero,
lo bueno que hay en nosotros y en lo que nos rodea, aunque esté mezclado con
aspectos negativos. Atreverse a trabajar por lo que hace humana nuestra vida.
Atreverse a compartir la alegría y el gozo. Atreverse a confiar en el Padre.
El
apóstol Pablo nos anima a atrevernos a la alegría: “estad siempre alegres en el
Señor, os lo repito estad alegres; que todo el mundo note lo comprensivos que
sois. El Señor está cerca, no os agobiéis por nada, en lo que sea presentad
ante Dios vuestras peticiones con esa oración y esa súplica que concluye en
acción de gracias: así la paz de Dios que supera todo razonar custodiará
vuestros pensamientos y vuestra mente mediante Cristo Jesús”.
P. Francisco-José Rodríguez Fassio
P. Francisco-José Rodríguez Fassio
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