Seguimos en los comienzos de este tiempo de descanso veraniego. Como los campos terminan de recoger sus cosechas, así nosotros examinamos lo vivido en el curso que ha acabado. ¡Cuánta vida extendida a lo largo de estos nueve meses! ¡Cuántas experiencias, cuántos nombres, cuánta vida a borbotones brotando sin parar de nuestro adentro!
Tal vez no reparamos demasiado. ¡Estamos vivos! Por encima de la terrible crisis, los problemas cotidianos o nuestra pobreza original. Estamos vivos, y por tanto, siempre creciendo, siempre haciéndonos… Quizás sea ese el mensaje de las lecturas de este domingo. No se trata de examinar detenidamente qué clase de tierra somos –o hemos sido según etapas y circunstancias- o cuál es la sequía y el agua que nos llena.
La tierra de Israel, como la nuestra, como la vida de cada uno, tiene un dinamismo que le supera. La tierra sigue sus ciclos, a veces misteriosos. Se supera a cada momento, completa lo que le es propio. La lluvia, el agua regalada del cielo, está a su servicio. ¡Todo está pendiente de la tierra y de su fecundidad! Lo mismo que el sembrador judío sale, cual cómplice del misterio y colaborador suyo, a hacer lo que debe: echar semillas sin importar a dónde. Su deber es aportar lo que tiene para el desarrollo del mundo. La creación, dice Pablo, avanza, no está concluida. ¡Está a punto de germinar algo mejor y siempre más grande!
Estamos vivos, que no es poco. Por más cansados físicamente que nos veamos, o débiles interiormente que nos sintamos. Hemos sido tomados por el Dios de la Vida y formamos parte de su misterio, que se llama Reino, vida abundante y plena para todos. Sólo se nos pide dejarnos hacer, cumplir lo que nos toca, no poner frenos a todo lo que se despierta en nuestro adentro...
Domingo XV Tiempo Ordinario (A)
Isaías 55, 10-11
Salmo 64
Romanos 8, 18-23
Mateo 13, 1-23
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