La misión de evangelizar en misión
A lo largo de estos días hemos ido viendo algunas características de cómo era Santo Domingo de Guzmán, de cómo podemos entender su carisma, el don principal que el Señor depositó en él y que el Espíritu Santo se ha encargado de mantener vivo en muchas personas que se han sentido identificados con esa forma de sentir a Dios a través de dar a conocer mejor a su Hijo.
Un predicador al estilo de Santo Domingo no es un seguidor de Santo Domingo, sino un seguidor y enamorado de Jesús, de sus palabras, de sus pensamientos, de sus actuaciones, de su vida. Y tan enamorado es de Jesús, que lo quiere dar a conocer a todo el mundo.
Rezar (hablar con Dios) y predicar (hablar de Dios); estudiar (querer conocer a Jesús) y evangelizar (darlo a conocer); amar a Dios y amar a los prójimos; saber qué hacía Jesús a favor de los más desfavorecidos de su tiempo (escuchaba, lloraba, hablaba, daba de comer, curaba) y poder hacer nosotros eso mismo en su nombre a los más necesitados de nuestra época.
Como quedó reflejado en las actas del Capítulo General de la Orden de Predicadores celebrado en Providence – Estados Unidos, “creemos en un mundo que es “creación de Dios”, en un hombre y una mujer que son “imagen de Dios”, en un Dios que entró en nuestra historia y nos habló a través de los profetas, y en su Hijo, que se hizo hombre. Eso nos impulsa y obliga en nombre del Evangelio a traducir nuestra condición y misión de predicadores en compromisos concretos orientados a la promoción de la persona y de su dignidad”.
Pero Jesús, no se quedó quieto en un solo lugar, sino que iba de una ciudad a otra para hablarles de Dios, de su bondad, de su amor; así como también satisfacer sus necesidades materiales y espirituales. Eso también debemos hacer nosotros. El predicador -sea fraile, monja, hermana apostólica o laico- asume una misión global, sin límites geográficos, “su claustro es el mundo”, haciendo suyo el deseo de Santo Domingo de ir a los cumanos, de saber decir “hágase” e ir a todos aquellos lugares donde aún hoy en día es mayor la necesidad de proclamar -de palabra y con obras- la Buena Nueva.
"Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación... Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban". (Mc. 16, 15,20)
Antonio-Jesús Rodríguez Hernández, laico dominico.
Vida de Santo Domingo: Envío a los frailes en el pentecostés dominicano
A los ocho meses de la confirmación de la Orden por el Papa Honorio III, Domingo, vistas y analizadas la cosas, tomó una extraña decisión: dispersar a sus frailes, a modo de semilla destinada a producir ubérrimos frutos en bien de la salvación de las almas.
La seguridad de Domingo se hizo patente en una expresión a la que nada pudieron objetar: “Dejadme obrar; yo sé bien lo que me hago. Amontonado el trigo se corrompe; esparcido fructifica”. El 15 de agosto de 1217 tuvo lugar la anunciada dispersión de los frailes, que ha venido en denominarse como “Pentecostés dominicano”.
Marchando, propagaron la doctrina de la salvación por todas partes, soportando, en verdad, grandes apuros por la pobreza, pero el poder de Dios los asistía para multiplicarlos.
Domingo acababa de lanzar a su Orden, sus primeros hermanos, a lo desconocido para los hombres, aunque muy conocido por parte de Dios.
Aquellos primeros fueron a Roma, España, París, Tolosa y Prulla.
(Basado en el texto “Narración sobre Santo Domingo” (1256), de Humberto de Románs).
ORACIÓN.
Padre Domingo, que dispersaste a tus frailes
para la predicación sin miedo a la fragilidad
de la Orden recién nacida,
infunde en toda la familia Dominicana el espíritu misionero
para que, a pesar de nuestra debilidad,
llevemos la luz de la Palabra a toda la tierra.
Alienta el quehacer de los misioneros
para que, siguiendo tus huellas,
prediquen sin desfallecer
y repartan el don de Dios entre los pobres.
Acompáñalos para que esa luz de la Palabra
ilumine su caminar y puedan ser testigos de la Verdad,
sintiéndose íntimamente unidos a toda la Creación.
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