domingo, 8 de octubre de 2017

La mesa de la Palabra: Los reginaldos



Los reginaldos

Con los ecos de Santa María del Rosario, la advocación mariana de los hermanos predicadores, resonando aun en el corazón, es bueno evocar al inglés Chesterton cuando escribía sobre lo que Jesús de Nazaret ocultaba en todas sus tareas salvadoras con nosotros: su inmensa y limpia alegría. No solo Domingo de Guzmán prodigaba gestos de franca alegría con sus hermanos, en particular con la juventud de uno y otro sexo, pues entendía que la vida había que celebrarla y la predicación del evangelio debía vencer la tristeza e ignorancia de las gentes. Con estos antecedentes, el bueno de fray Reginaldo de Orleans, en los últimos momentos de su vida, nos dejó dicho que no perdiéramos el tiempo en ponderar su acertada decisión de hacerse fraile dominico, porque había vivido como fraile dominico de una manera tan feliz, tan extraordinariamente a gusto, que su vida de fraile carecía de mérito.

La celebración de la vida, incluso con sus teclas negras cual piano, nos pide a los predicadores que la Palabra predicada la vivamos y bebamos como vino nuevo para curar heridas, robustecer esperanzas, ejercer de quitapesares en el día a día, operar cual bálsamo que lima aristas y olvida amarguras. Que predicamos, hermanos reginaldos, la buena noticia de Jesús de Nazaret, no fastos ni efemérides históricas. Que formamos parte de un manojo de hombres y mujeres que han hecho del evangelio vida y alegría y, cuando fue preciso, supieron ser voz de humanidad y consuelo, de denuncia y superación. Aunque experimentemos, como nuestros antepasados, el malestar de la incomprensión incluso de algunos sectores de la Iglesia, no nos queda más remedio que dejar que Dios viva en nosotros para que nuestro mundo sienta a este Dios, puro amor. Que no nos olvidemos de vivir la fuerza que viene de la Palabra, el torrente de vida que la misma Palabra conlleva y acertemos a servirla con alegría, sensibilidad con los tormentos de hoy y confianza en su fecundidad. Sin mérito alguno, porque como dominicos nos sentimos muy a gusto, como el bueno de fr. Reginaldo de Orleans.


Fr. Jesús Duque OP.