La
fiesta de Nuestra Señora del Rosario fue instituida por el Papa dominico san
Pío V el 7
de Octubre, aniversario de la victoria obtenida por los
cristianos en la Batalla naval de Lepanto (1571), atribuida a la Madre de Dios,
invocada por la oración del rosario. La celebración de este día es una
invitación para todos a meditar los misterios de Cristo, en compañía de la
Virgen María, que estuvo asociada de un modo especialísimo a la encarnación, la
pasión y la gloria de la resurrección del Hijo de Dios.
Según
la tradición, la Madre de Dios, en persona, le enseñó a Santo Domingo de Guzmán
a rezar el rosario en el año 1208 y le dijo que propagara esta devoción y la
utilizara como arma poderosa en contra de los enemigos de la
Fe.
¿Por
qué esta sencilla oración es tan querida para los dominicos? Quizás porque en
el corazón de nuestra tradición teológica persiste una aspiración a la
sencillez. Santo Tomás de Aquino decía que no podemos comprender a Dios porque
Dios es esencialmente sencillo. Su sencillez supera todas nuestras
concepciones. Estudiamos, afrontamos problemas teológicos, ponemos a prueba
nuestros espíritus, con el fin de acercar el misterio de quien es total
sencillez. Debemos ir más allá de la complejidad para llegar a la sencillez.
Cada
"Avemaría" evoca el viaje individual que cada uno de nosotros debe
hacer, del nacimiento a la muerte. Está marcado por el ritmo biológico de toda
vida humana. El señala los tres únicos momentos de nuestra vida de los cuales
podemos estar absolutamente seguros: hemos nacido, vivimos ahora y moriremos un
día. El comienzo, el principio de toda vida humana, la concepción en el seno
maternal. El ahora nos sitúa en el momento en que nosotros pedimos a María sus
oraciones. Tiene en cuenta la muerte, nuestra muerte. Es una oración
increíblemente física. Está marcada por el inevitable drama corporal de todo
ser humano que ha nacido y debe morir.
Se
han comparado los misterios del Rosario a la Suma Teológica de Santo Tomás.
Cuentan, a su manera, cómo todo viene de Dios y todo vuelve a Dios ya que cada
misterio del Rosario forma parte de un único misterio, el de nuestra Redención.
"Llevar nuevamente todas las cosas bajo un solo Señor, el Cristo, tanto
los seres terrestres como los celestes"(Ef.1,10).
Se
podría, pues, decir que cada "Avemaría" representa una vida
individual, con su historia entera de la vida a la muerte. Pero todas estas
"Avemarías" están ensartadas en una historia más amplia, la de la
Redención. Tenemos necesidad de dos dimensiones, una historia a dos niveles.
Necesito dar forma y sentido a mi vida, a la historia de mi carne y de mi
sangre, con mis fracasos y mis éxitos. Si no hay lugar para mi historia
individual, me perderé en la historia de la humanidad ya que Cristo me dijo:
"Hoy estarás conmigo en el paraíso". Tengo necesidad de este Avemaría
individual, mi pequeño drama personal, para hacer frente a mi pequeña muerte
personal. Mi muerte no significa, quizá, gran cosa para la humanidad, pero para
mi será más bien importante.
Es
verdad que rezando el Rosario no se piensa siempre en Dios: Se puede continuar
durante horas sin el menor pensamiento. Pero uno está sencillamente ahí y dice
sus oraciones. Y esto también puede ser bueno. Cuando recitamos el Rosario,
celebramos que el señor está verdaderamente con nosotros. Estamos en su
presencia. Repetimos las palabras del ángel: "El Señor está contigo".
Es una oración de la presencia de Dios.
No
tratemos, pues, de pensar en Dios mientras rezamos el Rosario. Al contrario,
saboreemos las palabras del ángel dirigidas a cada uno de nosotros: "El
Señor está contigo". Nosotros repetimos continuamente las mismas palabras
con la exuberancia vital e inagotable de los hijos de Dios que se alegran de la
Buena Nueva.
(Extractos
de la conferencia de Fray Timothy Radcliffe, OP.,
en la 90ª Peregrinación del Rosario)
en la 90ª Peregrinación del Rosario)