miércoles, 28 de marzo de 2012

Via Crucis según los textos evangélicos

I. Primera estación: Jesús en el Huerto de Getsemaní

La Ultima Cena ha sido la despedida, rebosante de cariño hacia los suyos. Después Jesús va con ellos al Huerto de los Olivos y allí ora al Padre. Es el momento de aceptar con obediencia de hijo la voluntad divina.

Del Evangelio según San Lucas 22, 39-46
Salió [Jesús] y fue como de costumbre, al monte de los Olivos; le siguieron también los discípulos. Llegado al lugar, les dijo: Orad para no caer en tentación. Y se apartó de ellos como a un tiro de piedra y puesto de rodillas, oraba diciendo: Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Y entrando en agonía oraba con más intensidad. Y le vino un sudor como de gotas de sangre que caían hasta el suelo. Cuando se levantó de la oración y llegó hasta los discípulos, los encontró adormilados por la tristeza. Y les dijo: ¿Por qué dormís? Levantaos y orad para no caer en tentación.


En momentos importantes de su vida Jesús reza: vuelve los ojos al Padre y entabla con Él ese diálogo lleno de confianza, ese diálogo de amor. Y ahora, en el momento decisivo, recurre a la oración. Es en la intimidad de la oración donde descubre, donde también nosotros descubrimos, la voluntad del Padre.  Por eso Jesús ha invitado a los discípulos: "vigilad y orad para no caer en la tentación". Pero ellos no saben ofrecerle el consuelo de estar a su lado, al menos con la plegaria. El poco apoyo de sus amigos, la visión de los tormentos, de la muerte amarga, hace que el Señor sienta tristeza y angustia hasta sudar gotas de sangre. Vemos en toda su profundidad la humanidad del Señor, perfecto Dios y perfecto Hombre, que ha querido entregarse hasta el final.

Oración: 
Señor, en la dificultad buscas la oración, la unión íntima con el Padre. Yo, que tantas veces hago mi voluntad, y me olvido de Ti, quiero pedirte la fuerza para acudir también al Padre en los momentos de alegría o tristeza, de esperanza o desaliento. Para conocer su voluntad y aprender a amarla.


II. Segunda estación: Jesús traicionado por Judas, es arrestado
Los cuatro evangelistas nos relatan este acontecimiento que tan vivamente debió quedar grabado en sus mentes: Le entrega uno de los Doce, uno de sus amigos íntimos, que ahora va a la cabeza de los enemigos del Señor.

Del Evangelio según San Lucas 22,47-48.52-54a
Todavía estaba hablando, cuando llegó un tropel de gente, y el llamado Judas, uno de los doce, los precedía y se acercó a Jesús para besarle. Jesús le dijo: Judas, ¿con un beso entregas al hijo del Hombre? (...) Dijo después Jesús a los que habían venido contra él, sumos sacerdotes, oficiales del Templo y ancianos: ¿Como contra un ladrón habéis salido con espadas y garrotes? Mientras estaba con vosotros todos los días en el Templo, no alzasteis las manos contra mi. Pero ésta es vuestra hora y el poder de las tinieblas. Entonces le prendieron, se lo llevaron, y lo metieron en casa del Sumo Sacerdote.

Judas había sido elegido personalmente por Jesús. Era de los Doce, del grupo inicial que más cerca estuvo de Él: vio sus milagros, escuchó sus palabras de vida. El Señor había tenido con él gestos de confianza y predilección. ¿Cuál es la respuesta? La traición. Judas vende a Jesús por dinero; cambia su amistad por unas monedas. Y la traición, como ocurre en tantas ocasiones, trata de ocultarse con el disfraz, se viste de apariencia: con un beso, gesto de amor y amistad Judas entrega a su Maestro, a su amigo. Y sabe cubrirse las espaldas: junto a él vienen soldados armados. Al Príncipe de la paz vienen a arrestarlo con armas. ¿Por qué lo hiciste, Judas? ¿Por qué no supiste reaccionar ante tu error? ¿Por qué desconfiaste del perdón de quien era todo misericordia?

Oración
Perdóname, Señor, por tantos besos traidores. Que no responda a tu amor con traición o con indiferencia, y si tengo la desgracia de alejarme de Ti, dame la serenidad para reconocer mi error y volver a tu lado.


III. Tercera estación: Jesús es condenado a muerte por el Sanedrín
Los judíos principales buscan cómo deshacerse de Jesús y ahora se les presenta la ocasión propicia. No quieren dejarla pasar, por eso le acusan injustamente y de noche le condenan.

Del Evangelio según San Mateo 26,59-67 
Los príncipes de los sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban un falso testimonio contra Jesús para darle muerte; pero no lo encontraban a pesar de los muchos falsos testigos presentados. Por último, se presentaron dos que declararon: Este dijo: Yo puedo destruir el Templo de Dios y edificarlo de nuevo en tres días. Y, levantándose, el Sumo Sacerdote le dijo: ¿Nada respondes? ¿Qué es lo que éstos testifican contra tí? Pero Jesús permanecía en silencio. Entonces el Sumo Sacerdote le dijo: Te conjuro por Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios. Jesús le respondió: Tú lo has dicho. Además os digo que en adelante veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo.  Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo: ¡Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Ya lo veis, acabáis de oír la blasfemia: ¿Qué os parece? Ellos contestaron: Es reo de muerte.


En estas horas turbias y oscuras van a condenar a muerte al Señor. Quieren matarle, y han amañado el juicio. Lo de menos es si aquel hombre es o no inocente; ellos sólo reparan en que Jesús va contra sus intereses. Y aunque la Ley prohibía juzgar de noche, y sin oir la defensa del reo, no se detienen ante nada: convocan el Sanedrín. No les importa la verdad. Por eso, Jesús calla. Y ahora, que lo vemos frente a sus acusadores, llenos de envidia y de odio, nos conmueve todavía más ese silencio del Señor ante la acusación injusta. Nosotros, que tantas veces buscamos quedar bien, porque la verdad resulta tantas veces incómoda, sentimos el reproche de ese silencio.

Oración
Ayúdame, Señor, a ser siempre comprensivo con los demás; que nunca les juzgue y menos aun les condene. No permitas que se introduzca en mi corazón, el cáncer de la envidia.


IV. Cuarta estación: Jesús es negado por Pedro

Pedro habla confesado que Jesús era el Mesías, y el Señor le había respondido: "tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia". Pero Jesús ahora necesita ayuda, y Pedro flaquea: niega a su maestro, no una sino tres veces.

Del Evangelio según San Mateo 26,69-75
Entre tanto, Pedro estaba sentado fuera, en el atrio; se le acercó una sirvienta y le dijo: Tú también estabas con Jesús el Galileo. Pero él lo negó delante de todos, diciendo: No sé, de qué hablas. Al salir al portal le vio otra vez y dijo a los que había allí: Este estaba con Jesús el Nazareno. De nuevo lo negó con juramento: No conozco a ese hombre. Poco después se acercaron los que estaban allí y dijeron a Pedro: Desde luego tú también eres de ellos, pues tu habla lo manifiesta. Entonces comenzó a imprecar y a jurar: No conozco a ese hombre. Y al momento cantó el gallo. Y Pedro se acordó de las palabras que Jesús habla dicho: Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces". Y, saliendo afuera, lloró amargamente.


Pedro había estado con Jesús desde el principio, desde ese encuentro junto al mar de Galilea, que habla cambiado su vida. Y lo quería de verdad. Era un hombre sencillo y apasionado; entonces, ¿por qué niega a su maestro? Pedro, el impulsivo, el que sabe sacar la espada en un momento delicado, no sabe medir sus palabras, y alardea de que nunca le abandonará: "aunque todos te nieguen, yo no lo haré". Pedro confía más en si mismo que en el Señor, se apoya en sus propias fuerzas, y cuando fallan, se desmorona. Ha entrado en juego la soberbia, se ha fiado más de si mismo que de la palabra de Jesús. Por eso, cuando llega la hora de la verdad, se deja llevar por el miedo a quedar mal ante los demás, por los respetos humanos, y surge la cobardía, el miedo, y la traición.

Oración: 
Señor, yo también, como Pedro, te niego en tantas ocasiones... en lo importante y en lo más cotidiano. Y porque conozco mi debilidad, te pido, Señor, ser humilde en mis palabras y en mis acciones: que me fie de Ti más que de mí.


V. Quinta estación: Jesús es juzgado por Pilato
Los judíos han condenado a muerte a Jesús, pero tienen que ratificar la condena ante los romanos. Por eso, a pesar de ver en ellos unos usurpadores, recurren a Pilato, el procurador romano, que ha de dar el consentimiento.

Del Evangelio según San Juan 18, 36-38. 19, 14-16.
Jesús respondió: Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores lucharían para que no fuera entregado a los judíos. Pilato le dijo: ¿Luego tú eres Rey? Jesús contestó: Tú lo dices: yo soy Rey. Para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz. Pilato le dijo: ¿Qué es la verdad? (...) Era la Paresceve de la Pascua, hacia la hora sexta, y dijo a los judíos: He ahí a vuestro Rey. Pero ellos gritaron: Fuera, fuera, crucifícalo. Pilato les dijo: ¿A vuestro Rey voy a crucificar? Los pontífices respondieron: No tenemos más rey que el César. Entonces se lo entregó para que fuera crucificado.


Pilato ve que le han entregado a Jesús por envidia, por rencillas religiosas; se da cuenta de que no ha hecho niel a nadie..., pero no hace nada por salvarle, porque eso le comprometerla. Es la actitud de tantos, que por no darse un mal rato tratan de pactar con el error, con el pecado. Y para tranquilizar la propia conciencia, pregunta al Señor: ¿qué es la verdad? se lo pregunta a Jesús, que es el Camino, la Verdad y la Vida. Pero, aunque hace la pregunta, no le interesa la respuesta y antes de que le pueda decir nada, se marcha, no quiere escucharlo. Tiene miedo a agotar la verdad, a que la verdad le exija más de lo que él quiere dar. Tiene miedo a perder su posición, y da una sentencia contraria a lo que piensa, lavándose las manos ante su propia injusticia.

Oración:
Señor, en ocasiones vemos claro lo que tenemos que hacer, pero nos preocupan tanto los juicios humanos, que nos volvemos atrás. Que sólo nos preocupe, Señor, acomodarnos a lo que Tú quieras.


VI. Sexta estación: Jesús es azotado y coronado de espinas

Pilato quiere congraciarse con los judios y entrega a Jesús a los soldados para que lo azoten. Para estos romanos es un buen motivo de entretenimiento. Y, al que llaman el "Rey de los judios", le colocan una corona de espinas.

Del Evangelio segun san Mateo 27,26-30
Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de haberle hecho azotar, se lo entregó para que fuera crucificado. Entonces los soldados del Procuradosr llevaron a Jesús al Pretorio y reunieron en torno a él a toda la cohorte. Le desnudaron, le pusieron una túnica roja, y trenzando una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza, y en su mano derecha una caña; se arrodillaron ante él y se burlaban diciendo: Salve, Rey de los judios. Le escupían, le quitaron la caña y lo golpeaban en la cabeza. Después de reirse de él, le despojaron de la túnica, le pusieron sus vestidos y lo llevaron a crucificar.

Pilato busca contentar a los judios; y entrega a Jesús a sus soldados que lo desnudan y lo atan a una columna. Comienzan los azotes sin asomo de piedad: Uno tras otro descargan sus golpes hasta quedar exhaustos. Se producen desgarrones, sufridos en un silencio que no sirve para conmoverlos. A la tortura terrible de los latigazos, se unen los ultrajes, llenos de frivolidad, de unos inconscientes. El Señor, Rey de los cielos y tierra, se ve escarnecido con una corona de espinas, con un manto de púrpura. Y así es presentado por Pilato: "Aquí lo tenéis, éste es el hombre". Nos lo presenta como deshecho de los hombres y vemos en él a nuestro Dueño, a nuestro Señor. Porque es el Hijo de Dios que va a reinar en un Reino sin ocaso.

Oración:
Señor, te vemos llagado y lleno de heridas. Nosotros, que tanto cuidamos de nuestro cuerpo quedamos conmovidos de tu entrega sin límites. Enséñanos a vivir con humildad y pureza de corazón con generosidad y desprendimiento; y a respetar nuestro cuerpo que es morada del Espíritu Santo.


VII. Séptima estación: Jesús carga con la cruz

Los romanos emplearon como pena de muerte la crucifixión. El reo de muerte debía llevar el madero, instrumento de suplicio, hasta el lugar previsto: fuera de la ciudad, para mostrar más claramente que era un indeseable.

Del Evangelio según San Juan 19,16-17
Entonces Pilato se lo entregó para que fuera crucificado. Tomaron, pues, a Jesús; y él, con la cruz a cuestas, salió hacia el lagar llamado de la Calavera que en hebreo se dice Gólgota.

Jesús toma la cruz. La abraza. Y le pesa. Le abre las heridas de sus hombros llagados. Es cruz redentora. ¡Qué duro se hacen los pasos por la Via Dolorosa! En torno a Él se forma un cortejo de curiosos y de gente sin escrúpulos que aprueba la injusticia. Pero, a pesar de su debilidad, avanza sudoroso y sediento, con una sed de amor. ¡Nosotros, ahora, no podemos permanecer impasibles ante el Señor que carga con todas nuestras debilidades. Porque la cruz, que era signo de oprobio, va a ser instrumento de nuestra salvación. Y al contemplar a Jesús sentimos en nuestro interior, una vez más, su invitación constante: "Si alguno quiere venir en pos de mi, niéguese a si mismo, tome su cruz de cada día y sígame".

Oración:
Señor ¿y yo? ¿tomo mi cruz, la mía, la de cada día, la que tanto me cuesta y tanto me santifica? Que no le tenga miedo a la cruz, a esa cruz del dolor, de la enfermedad, de las incomprensiones, de las derrotas. Que sepa ver en ella la voluntad de Dios; porque la cruz, llevada con gallardía es santificante, es redentora. Enséñame, Señor, a amar la cruz, a abrazarme a ella.


VIII. Octava estación: El Cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz
A Jesús le fallan las fuerzas. Pero los soldados quieren que llegue hasta el lagar de la ejecución. Y obligan a un hombre, Simón de Cirene, que viene de su trabajo, a llevar durante un trecho la cruz del Señor.

Del Evangelio según San Lucas 23, 26
Cuando le llevaban echaron mano de un tal Simón de Cirene, que venia del campo y le cargaron la cruz para que la llevara detrás de Jesús.

A veces nos encontramos con la cruz sin buscarla. Simón de Cirene tampoco contaba pensaba encontrarse con el Señor. Habla realizado, como todos los días, su trabajo en el campo, y volvía a casa para el merecido descanso. Sin embargo, los planes de Dios, son distintos y se le exige un esfuerzo añadido. Jesús sale a buscamos cuando menos lo esperamos, y nos pide que le ayudemos a llevar tantas cargos... La redención no es una empresa que hizo el Hijo de Dios, y como tal ya está olvidada. El Señor nos pide que seamos corredentores, que seamos sus hombros en nuestro camino por la vida. Y eso, a pesar de que nuestros planes sean muy distintos. Hemos de saber "cambiar nuestros planes" ante cualquier insinuación del Señor, como Simón.

Oración:
Señor, estás fatigado y nos pides ayuda: has querido necesitar de nuestro apoyo. Enséñanos a tener la humildad de pedir ayuda cuando lo necesitemos. Enséñanos también a ser los cireneos de los demás, sin humillarlos. 
 

IX. Novena estación: Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén    
Jesús carga con la cruz y crece en torno a Él la expectación y la curiosidad: hay gente de todo tipo y condición, entre ellos algunas mujeres, que se lamentan al ver la injusticia que se está cometiendo contra aquel inocente.

Del Evangelio según san Lucas 23, 27-31
Le seguía una gran multitud del pueblo y de mujeres, que lloraban y se lamentaban por él. Jesús, volviéndose a ellas, les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mi, llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos, porque he aquí que vienen días en que se dirá: dichosas las estériles y los vientres que no engendraron y los pechos que no amamantaron. Entonces comenzarán a decir a los montes: caed sobre nosotras; y a los collados: sepultadnos; porque si en el leño verde hacen esto, ¿qué se hará en el seco?

Muchas veces vemos pasar a nuestro lado el dolor: en algunas ocasiones lo padecemos en nuestra propia carne; en otras, quizá no menos dolorosas, lo sentimos a nuestro alrededor: claro y rotundo. El misterio del dolor. Pero no nos engañemos; no valen los lamentos estériles, ni siquiera la "resignación cristiana", sino volver la mirada hacia Jesús, que quiso cargar con el peso de todos nuestros pecados. Es el momento de contemplar a Jesús doliente, que nos invita a purificar ese lamento. A derramar, más bien, las lágrimas por nuestros pecados y por los ajenos. Nos invita al verdadero consuelo: perdonar a los enemigos, desagraviar por tantas faltas de amor, dar esa ayuda eficaz para que el pecador se arrepienta y vuelva los ojos a Dios.

Oración: 
Señor, enséñanos a acoger el dolor como un don que nos acerque a Ti. Que no nos rebelemos cuando las cosas no salen según nuestros deseos.  Enséñanos, Señor, a tener un corazón a la medida del tuyo, que nos lleve a compadecernos de los que sufren y a tratar de consolarlos y ayudarles en sus necesidades.


X. Décima estación: La crucifixión del Señor
Jesús llega al Calvario y allí le despojan de sus vestiduras. Así, desnudo, para mayor vergüenza, lo clavan en la cruz.

Del Evangelio según San Marcos 15, 22-27
Y lo llevaron al lagar del Gólgota, que significa lugar de la Calavera. Y le daban a beber vino con mirra, pero él no aceptó. Y le crucificaron y repartieron sus ropas, echando suertes sobre ellos para ver qué se llevaba cada uno. Era la hora tercia cuando lo crucificaron. Y el titulo de la causa tenla esta inscripción: El Rey de los Judíos. También crucificaron con él a dos ladrones, uno a su derecha y otro a su izquierda.

Esta es la respuesta del hombre a la condescendencia de Dios, que se abaja hasta nosotros: desgarrones al quitarle sus vestidos, martillazos que clavan sus manos al madero, una lanzada que rompe su corazón entregado por nosotros. Al dolor se junta, la indiferencia, la ingratitud... La cruz, signo de oprobio, de fracaso, de negación, va a convertirse en signo de redención, de triunfo. Las palabras de Jesús adquieren ahora su pleno cumplimiento: "Cuando fuera excitado sobre la tierra atraeré a todos hacia mi". El Hijo de Dios nos está invitando a poner la cruz, su cruz, la cruz santificante, santificadora, en la entraña de nuestro ser y nuestro obrar. Porque desde que Cristo subió a la cruz, lo que era patíbulo de bandidos se ha transformado en camino de salvación, en signo de victoria, en trono real.

Oración:
Señor, te has entregado hasta el final, con el desprendimiento más radical. Te has quedado sin nada; sólo con la cruz. Que aprenda, Señor, de la desnudez de la cruz. Que sepa prescindir de tanto superfluo como hay en mi vida: dinero, comodidad, deseo de poder, que tantas veces me lleva a la insatisfacción, a la tristeza. Que te ame, Señor, sin guardarme nada para mi.


XI. Undécima estación: Jesús promete su reino al ladrón bueno
A la derecha e izquierda de Jesús han crucificado a dos malhechores. Y mientras uno lo insulta, el otro reconoce sus errores y se da cuenta de la grandeza del que va a morir junto a él.

Del Evangelio según San Lucas 23,39-43 
Uno de los ladrones crucificados le injuriaba diciendo: ¿No eres tú el Cristo? Sálvate a ti mismo y a nosotros. Pero el otro le reprendía: ¿Ni siquiera tú que estás en el mismo suplicio, temes a Dios? Nosotros, en verdad, estamos merecidamente, pues recibimos lo debido por lo que hemos hecho; pero éste, no hizo mal alguno. Y dacia: Jesús, acuérdate de mi, cuando llegues a tu Reino. Y le respondió: En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso.


Allí está Jesús, cosido al madero, contado entre los malhechores. Estas dos vidas, que también se están apagando junto a El, son el ejemplo de tantas existencias apartadas de Dios; apartadas incluso de los hombres, porque están ancladas en el egoísmo, en la desesperanza, en la falta de ideales nobles. A pesar de las propias limitaciones y errores, no podemos tener una visión pesimista y oscura de la propia vida. La misericordia y la gracia de Dios son más grandes que nuestros fallos. La promesa de Cristo al buen ladrón es una invitación a luchar por amor hasta el último instante. No podemos tener miedo a acogernos al perdón de Dios. No nos ha de preocupar perder alguna escaramuza, lo importante es luchar por ganar la última batalla.

Oración:
Señor, nos vemos pecadores, y nos avergüenza no haber estado, no estar, a la altura de las circunstancias. Que sepamos, Señor, estar muy pegados a Ti; y que te "robemos" el cielo, como hizo el ladrón arrepentido.
  

XII. Duodécima estación: Jesús colgado en la cruz, su Madre, el discípulo
La profecía del anciano Simeón se cumple ahora en Mar'a: la Madre de Jesús está en el Calvario, al pie de la cruz, contemplando la agonía de su Hijo. Junto a ella Juan, el discípulo amado. Y algunas santas mujeres.

Del Evangelio según San Juan 19, 25-27.
Estaban junto a la cruz de Jesús su madre y la hermana de su madre, María de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, dijo a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Después, dice al discípulo: He ahí a tu madre. Y desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa.

María ha querido asociarse a la obra de nuestra salvación. Unida especialmente a su Hijo, su corazón de madre se ve traspasado por un dolor hecho de entrega. Ella, que dijo al ángel: "hágase en mi según tu palabra", vuelve ahora a renovar esa entrega total, absoluta a los planes de Dios. Contempla Jesús a su Madre y se cruza entre ellos una mirada de ternura, de amor sin tasa. No ha querido reservarse nada y nos la entrega. María es ya madre de todos los creyentes, porque ha creído contra toda esperanza que se cumplirían las promesas de Dios. Y el Señor nos invita también a nosotros, como a Juan, a acogerla en nuestro interior, a tener plena confianza en ella, a poner en sus manos nuestras preocupaciones y alegrías, para que las presente al Padre.

Oración: 
Santa María, Madre de Jesús y Madre nuestra, tú, que estuviste asociada más íntimamente que nadie al misterio del sufrimiento redentor de Cristo, enséñanos a permanecer unidos a Él y a Ti como hizo Juan, el discípulo amado.


XIII. Décimo tercera estación: Jesús muere en la cruz
Son las tres de la tarde. El sufrimiento llega hasta el limite. Pero antes de morir, Jesús perdona a sus verdugos, y en actitud profunda de oración y de obediencia, entrega su vida al Padre. Se ha consumado la redención.

Del Evangelio según San Marcos 15, 33-37.
Y al llegar la hora sexta, toda la tierra se cubrió de tinieblas hasta la hora nona. Y a la hora nona exclamó Jesús con fuerte voz: Eloí, Eloí, ¿lamá sabacthaní? que significa: Dios mio, Dios mio, ¿por qué me has desamparado? Y algunos de los que estaban cerca, al oírlo decían: Mirad, llama a Elías. Uno corrió a empapar una esponja con vinagre y, sujetándola a una caña, le daba de beber, mientras dacia: Dejad, veamos si viene Ellas a bajarlo. Pero Jesús, dando una gran voz, expiró".

Colgado del madero, sólo y abandonado de todos, Jesús quiere abrazar a todo hombre. A cada uno de nosotros. Se ha inmolado hasta el sacrificio supremo. Quiere apurar el cáliz hasta la última gota y hace aprenda de su vida al Padre. Todo queda consumado. Las tinieblas y la oscuridad llenan la tierra porque el hombre no ha querido reconocer la luz verdadera. Jesucristo ha traspasado la barrera de la muerte, se ha dejado arropar por ella. También en esto nos da ejemplo: no teme a la muerte, porque la muerte no es el final, porque la muerte es el paso que nos lleva a la vida verdadera, a la vida eterna que Dios ha preparado para sus hijos. ¡Jesucristo con su muerte y resurrección nos ha concedido la herencia eterna; somos ya hijos de Dios!

Oración: 
Señor, has bebido el cáliz de la pasión hasta el final. Tú dijiste que "no hay mayor amor que el de dar la vida por los amigos". Has dado tu vida por amor. Haz que yo aprenda a entregar mi vida a Ti y a los hermanos que me necesiten.


XIV. Décimo cuarta estación: Jesús es colocado en el sepulcro

Nicodemo y José de Arimatea, discípulos ocultos de Jesús, piden su cuerpo a Pilato para darle sepultura. Lo desclavan piadosamente, lo envuelven en un sudario y lo colocan en un sepulcro nuevo que está en un huerto cercano.

Del Evangelio según San Marcos 15, 42-47.
Y llegada ya la tarde, puesto que era la Parasceve, que es el día anterior al sábado, vino José de Arimatea, miembro ilustre del Consejo, que también él esperaba el Reino de Dios y, con audacia, llegó hasta Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilato se sorprendió de que ya hubiera muerto y, llamando al centurión, le preguntó si efectivamente habla muerto. Cerciorado por el centurión, entregó el cuerpo a José. Entonces éste, habiendo comprado una sábana, lo bajó y lo envolvió en ella, lo depositó en un sepulcro que estaba excavado en una roca e hizo arrimar una piedra a la entrada del sepulcro. María Magdalena y María la de José observaban donde era colocado.

José de Arimatea y Nicodemo son ahora, en los momentos más difíciles, cuando todos huyen, los que dan la cara. Se preocupan del cuerpo del maestro, ofreciéndole lo único que pueden: un lagar para su reposo. El que nació sin nada, yace ahora en un sepulcro que no es suyo. Se ha despojado de todo, de su propia vida, para que nosotros vivamos la Vida de los hijos de Dios. Es tiempo de espera. Es la hora del silencio, de descubrir que nuestro lugar definitivo no es la tierra, sino que estamos hechos para el cielo. Y sentimos la esperanza de que Cristo resucitará, de que todo es posible si damos cauce a nuestro amor. Porque todo no acaba en la cruz. El Señor ha vencido a la muerte. Va a resucitar glorioso y triunfa para siempre en el cielo, a la derecha del Padre.

Oración: 
¡Tú, Señor, has muerto por nosotros, y no nos podemos quedar parados, sin hacer nada! Haznos descubrir, Señor, que hay mucho que cambiar en nuestra vida; que es hora de tomar decisiones, de empeñarnos en ser como Tú quieres, respondiendo a lo que nos pides. ¡Nunca es demasiado tarde!

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