El
Dolor de María y la Compasión de Dios
La Cuaresma va llegando
a su final. Y en este último viernes, nos sale al encuentro María. Viernes de
Dolores, decimos, mientras leemos las cifras de muertos y contagiados que
angustian a tantas familias. Y se escucha a lo lejos la violencia, el egoísmo
humano y sus intereses, la soledad no consolada, o los extranjeros que llaman a
puertas ajenas. Para muchos, el viernes de Dolores es todos los días.
El dolor nos iguala. No
entiende de pobres o ricos, ni de fronteras u opciones de vida. Tarde o
temprano nos visita. El dolor, la fragilidad, la vulnerabilidad humana que
forma parte de todos nuestros proyectos. Y nos pone en la frontera, nos empuja
a la desesperación.
En el viernes de
Dolores se nos da una imagen: la madre joven sosteniendo en brazos a su Hijo,
injustamente muerto. Una fotografía del dolor, como puede haber tantas. Así se
le concreta. Contemplamos el icono del fracaso, del límite de lo humano, del
final desesperado. En esa escena nos podemos situar nosotros y los nuestros. Y
nuestros momentos o etapas personales más duros, y esta racha que estamos
atravesando ahora. Por esta escena desfilan las fotografías más desgarradoras
que en estos días nos presentan los medios de comunicación.
Pero sucede algo más.
No es un icono de final, sino de comienzo. Cuando permaneces ahí, y eres capaz
de situarte en los brazos de esa Madre; cuando te lanzas al vacío sin agarrarte
a expectativa ninguna, cuando crees que ya no hay más, porque no puedes más…
Entonces empiezas a entender que la fragilidad es la puerta santa de lo humano.
Y que el dolor no siega la vida porque le deja sus raíces. Que toda debilidad
es abrazada. Y todo sufrimiento acogido y escuchado. A la escuela del dolor
venimos, especialmente en este último viernes de Cuaresma. Para entender en
esta imagen de María la Compasión de Dios hacia nuestra humanidad doliente y
hacia cada uno de sus hijos e hijas.
Fr. Francisco
Javier Garzón, OP
Oración:
Señor,
Dios nuestro:
Tú eres un Dios leal,
siempre fiel a tus promesas.
Haz fuerte nuestra fe,
para que, como María,
sigamos siempre confiando en ti
a pesar del dolor y el sufrimiento.
Otórganos la firme convicción
de que tú estás irrevocablemente comprometido con nosotros
en Jesucristo, nuestro Señor.
Tú eres un Dios leal,
siempre fiel a tus promesas.
Haz fuerte nuestra fe,
para que, como María,
sigamos siempre confiando en ti
a pesar del dolor y el sufrimiento.
Otórganos la firme convicción
de que tú estás irrevocablemente comprometido con nosotros
en Jesucristo, nuestro Señor.
Evangelio: San Juan 10, 31-42
Música para el camino:
"Diario de María" de Martín Valverde.