Sto. Tomás de Aquino (detalle). Iglesia de Sto. Domingo de Scala Coeli . Córdoba |
“ … Tomás de Aquino, siguiendo la escuela de Alberto Magno,
llevó a cabo una operación de fundamental importancia para la historia de la
filosofía y de la teología; yo diría para la historia de la cultura: estudió a
fondo a Aristóteles y a sus intérpretes, consiguiendo nuevas traducciones
latinas de los textos originales en griego. Así ya no se apoyaba únicamente en
los comentaristas árabes, sino que podía leer personalmente los textos
originales; y comentó gran parte de las obras aristotélicas, distinguiendo en
ellas lo que era válido de lo que era dudoso o de lo que se debía rechazar
completamente, mostrando la consonancia con los datos de la Revelación
cristiana y utilizando amplia y agudamente el pensamiento aristotélico en la
exposición de los escritos teológicos que compuso. En definitiva, Tomás de
Aquino mostró que entre fe cristiana y razón subsiste una armonía natural. Esta
fue la gran obra de santo Tomás, que en ese momento de enfrentamiento entre dos
culturas —un momento en que parecía que la fe debía rendirse ante la razón—
mostró que van juntas, que lo que parecía razón incompatible con la fe no era
razón, y que lo que se presentaba como fe no era fe, pues se oponía a la
verdadera racionalidad; así, creó una nueva síntesis, que ha formado la cultura
de los siglos sucesivos…
... La
vida y las enseñanzas de santo Tomás de Aquino se podrían resumir en un
episodio transmitido por los antiguos biógrafos. Mientras el Santo, como
acostumbraba, oraba ante el crucifijo por la mañana temprano en la capilla de
San Nicolás, en Nápoles, Domenico da Caserta, el sacristán de la iglesia, oyó
un diálogo. Tomás preguntaba, preocupado, si cuanto había escrito sobre los
misterios de la fe cristiana era correcto. Y el Crucifijo respondió: «Tú has
hablado bien de mí, Tomás. ¿Cuál será tu recompensa?». Y la respuesta que dio
Tomás es la que también nosotros, amigos y discípulos de Jesús, quisiéramos
darle siempre: «¡Nada más que tú, Señor!» (ib., p. 320). ”
... santo Tomás nos propone una visión de la razón humana amplia
y confiada: amplia porque no se limita a los espacios de la llamada razón
empírico-científica, sino que está abierta a todo el ser y por tanto también a
las cuestiones fundamentales e irrenunciables del vivir humano; y confiada
porque la razón humana, sobre todo si acoge las inspiraciones de la fe
cristiana, promueve una civilización que reconoce la dignidad de la persona, la
intangibilidad de sus derechos y la obligatoriedad de sus deberes. No sorprende
que la doctrina sobre la dignidad de la persona, fundamental para el
reconocimiento de la inviolabilidad de los derechos del hombre, haya madurado
en ambientes de pensamiento que recogieron la herencia de santo Tomás de
Aquino, el cual tenía un concepto altísimo de la criatura humana. La definió,
con su lenguaje rigurosamente filosófico, como «lo más perfecto que hay en toda
la naturaleza, es decir, un sujeto subsistente en una naturaleza racional» (Summa
Theologiae, Iª, q. 29, a. 3).
La profundidad del pensamiento de santo Tomás de Aquino
brotaba —no lo olvidemos nunca— de su fe viva y de su piedad fervorosa, que
expresaba en oraciones inspiradas, como esta en la que pide a Dios: «Concédeme,
te ruego, una voluntad que te busque, una sabiduría que te encuentre, una vida
que te agrade, una perseverancia que te espere con confianza y una confianza
que al final llegue a poseerte».
BENEDICTO XVI
AUDIENCIAS GENERALES
2 y 16 de junio de 2010
¿Es conveniente orar?
Fueron tres los errores de los antiguos acerca de la oración.
Unos dieron por supuesto que la Providencia no dirige los asuntos humanos, de
donde se sigue que la oración y el culto a Dios son algo inútil. A ellos se
aplica lo que se lee en Mal 3,14: Dijisteis: frívolo es quien sirve a Dios.
La segunda opinión fue
la de quienes suponían que todo, también las cosas humanas, sucede
necesariamente por la inmutabilidad de la divina Providencia, por la influencia
ineludible de los astros o por la conexión de las causas. Según éstos, queda
asimismo excluida la utilidad de la oración.
La tercera fue la opinión de los que suponían que los sucesos
humanos están regidos por la divina Providencia y que no acontecen
necesariamente; pero decían asimismo que la disposición de la divina
Providencia es variable y que se la hace cambiar con nuestras oraciones u otras
prácticas del culto divino.
Todo esto quedó ya refutado; por tanto, nos es preciso
mostrar la utilidad de la oración en tales términos que ni impongamos necesidad
a las cosas humanas, sujetas a la divina Providencia, ni tengamos tampoco por
mudable la disposición divina. Así, pues, para que esto que decimos resulte
evidente, hay que tener en cuenta que la divina Providencia no se limita a
disponer la producción de los efectos, sino que también señala cuáles han de
ser sus causas y en qué orden deben producirse. Ahora bien: entre las otras
causas, también los actos humanos causan algunos efectos. De donde se deduce
que es preciso que los hombres realicen algunos actos, no para alterar con
ellos la disposición divina, sino para lograr, actuando, determinados efectos,
según el orden establecido por Dios. Esto mismo acontece con las causas
naturales. Y algo semejante ocurre también con la oración; pues no oramos para alterar
la disposición divina, sino para impetrar aquello que Dios tiene dispuesto que
se cumpla mediante las oraciones de los santos, es decir: Para que los hombres
merezcan recibir,
pidiéndolo, lo que Dios todopoderoso había determinado darles, desde antes del
comienzo de los siglos, como dice San Gregorio.
Santo Tomás de Aquino
Suma de Teología IV. Parte II-II
Cuestión 83 artículo2.