Servir solidez
No faltan quienes, ante el vértigo de los cambios
tan numerosos como rápidos que se operan en nuestro mundo, denominan a nuestra
sociedad moderna como sociedad líquida, queriendo
significar así que las condiciones contextuales en las que nos movemos cambian
antes que nuestras formas de actuar se consoliden en unos hábitos y rutinas determinados.
Inmediata consecuencia: que nuestra sociedad no puede mantener su perfil ni su
rumbo de forma consistente durante mucho tiempo. Lo mediato: perder el norte,
vaciar de fuerza normativa la cultura e incluso nuestro modo de vida,
fascinación por lo que no te hace pensar y se digiere, por epidérmico, con peligrosa
facilidad. Si esto fuera poco, los logros individuales por mor del trabajo y el
esfuerzo no se consolidan en bienes duraderos, porque todo está convulso, pues
lo que ayer era pasivo pasa a ser activo en un lapso de tiempo reducido; las
capacidades y destrezas derivan, a su vez, en incapacidades obsoletas que
abonan, en el mejor de los casos, perplejidad ante la vida cuando no una
actitud de anomia que resta valor a todo lo que a uno le rodea.
En este medio hay que predicar el evangelio de
Jesús de Nazaret; confiando más en la fuerza de la Palabra que en las propias estrategias
pastorales que, por demás, bueno es que brinden siempre a la persona solidez de
valores, confianza en su personal proyecto, apertura a la construcción de un nosotros comprometido y estimulante. La
cultura moderna seguirá con su genuina liquidez, con las aguas movedizas que
marean a la humanidad, pero el creyente, de la mano del Maestro, debe servir a
la no fácil tarea de recuperar un perfil humano sólido y esperanzador capaz de
apertura a los demás y, sobre todo, al Otro por excelencia. Éste Otro gusta ser
buscado y servido en todo ser humano que nos acompaña en el camino de la vida.
Vale la pena que nuestra vida sea menos líquida y más sólida con aportes que
dan fuerza a nuestro corazón, campo donde se siembra la Palabra.
Fr. Jesús Duque OP.