Santo
Domingo de Scala-Coeli * Dominicos * Córdoba
Poner deberes a Dios
La precariedad en la que nos desenvolvemos los
humanos, cuya vigencia el creyente admite sin reservas, nos empuja a decirle a
nuestro Padre Dios lo que nos apremia, lo que somos, lo que deseamos con urgencia,
lo que nos gustaría, lo que tiene que hacer en nuestro favor y ¡ya! No
merecemos, pensamos, que nos responda con su silencio, porque para algo creemos
en Él, nos decimos con ademán convincente. Después de todo no somos tan malos y
nos portamos bien con él, aunque cabe en nuestra conducta necesaria mejoría.
¡Pobre Padre, nuestro Dios! Lo tenemos aturdido al
no dejamos de martillearlo con nuestras pequeñas grandes cosas noche y día;
perplejo, porque le hacemos saber que esperamos de él beneficios que no están
en su mano, la cual, además, no tiene varita mágica alguna; desconcertado,
cuando le hacemos relación de nuestros supuestos méritos, en alarde mendaz,
para inclinar su voluntad a nuestro interés; cansado ante tamaña estolidez de
sus hijos que le decimos lo que tiene que hacer con nosotros y con nuestra parentela.
A propósito de la página evangélica que narra la
parábola del fariseo y el publicano cuando suben al templo a orar (Lc 18, 9-14),
y aún admitiendo con asombrosa facilidad la insolencia de la actitud del
fariseo, no acabamos de caer en la cuenta de que se trata no tanto de un modo
de orar, cuanto de una manera de vivir ante Dios y los hermanos. Puede que nos
sintamos seguros al admitir que nuestra vida es grata a Dios y que nos ocupamos
en condenar a los demás. Terrible ingenuidad la nuestra. ¿Nos atreveremos a
cambiar? ¿Dejaremos de hacer relación de nuestros supuestos méritos y, al contrario,
abriremos nuestro corazón a la fecunda misericordia del Padre? ¿Reconoceremos
sin complejos la restauradora mirada compasiva que Dios tiene siempre con
nosotros, aunque estemos ayunos de méritos y títulos religiosos? ¿Dejaremos, de
una vez, a nuestro Dios ser Padre de misericordia?