Santo Domingo de Scala-Coeli Dominicos Córdoba
La gratitud, un estilo de vida (Lc 7, 11-19)
Es casi un lugar común decir que en nuestras
habituales maneras de relacionarnos olvidamos decir gracias y por favor.
Puede que así sea. Y si en efecto es así, es urgente que nos lo miremos porque prescindimos
de dos pequeñas piezas, pero insustituibles, para que nuestra comunicación no
se deshumanice ni tornemos nuestros usos convivenciales en frías imposiciones.
La creencia
cristiana siempre ha hecho gala de que Dios Padre no solo es grande, sino
también generoso, que pone a nuestra disposición todo lo que ayuda a nuestro
crecimiento, grandeza de corazón, ganas de compartir. Porque nuestro Dios no es
un Dios ensimismado, sino un Padre derramado, un derroche de ternura para sus
hijos.
El Maestro de Galilea, en el exclusivo relato del
evangelio de Lucas en la bella parábola del buen samaritano, viene a significar
que el que recibe el don de Dios (vida, amor, salud, gracia, amigos, perdón, familia…)
tiene que ser agradecido. Todo encuentro con nuestros iguales nos enriquece si
lo verificamos desde esta postura básica en nuestra vida; todo encuentro con
Jesús de Nazaret es luz, graciosa provocación para abrir el corazón a la
Palabra, momento gratuito. El creyente tiene en su fe suficientes elementos
para ir contracorriente en cuanto a su capacidad de agradecimiento.
Sí, pero, gratitud ¿por qué? Se pude responder:
Porque sí, ya que el corazón abierto a los demás y a la bondad de Dios Padre no
precisa de singular razón. Y si nos diera por mirar a nuestro derredor, seguro
que haríamos la relación de razones agradecidas interminable. Quede constancia
en este blog de que la gratitud es una noble manera de decir que Dios nuestro
Padre está siempre con nosotros. Por eso mirar la vida y el mundo con amor es
hacer, a nuestro modo, lo que hizo el samaritano que se sintió curado: dio
gracias y alabó a Dios.