“Entre todas las muestras de caridad que
nuestro Salvador nos descubrió en este mundo, con mucha razón se cuenta por muy señalada la institución del
santísimo Sacramento. Por lo
cual dice san Juan que habiendo el Señor amado a los suyos que tenía en el
mundo (esto
es, a sus escogidos), en el fin de la vida señaladamente los amó (Jn 13,1);
porque en este tiempo
les hizo mayores beneficios y les descubrió mayores muestras de su amor. Pues,
para entendimiento destas palabras —que son fundamento, así deste misterio, como
de todos los demás
que se siguen—, conviene presuponer que ninguna lengua criada es bastante para declarar la grandeza del amor que Cristo tenía a su eterno Padre, y
consecuentemente a los hombres
que él le encomendó. Porque, como las mercedes y beneficios que este Señor, en cuanto hombre, había recibido deste soberano Padre fuesen infinitas, y la
gracia otrosí de su ánima
(de donde procede la caridad) fuese también infinita, de aquí es que el amor
que a todo esto
respondía era tan grande, que no hay entendimiento humano ni angélico que lo
pueda comprehender.
Pues, como sea propio del amor desear padecer trabajos por el amado, de aquí nace que tampoco se puede comprehender la grandeza del deseo que Cristo
tenía de beber el cáliz
de la muerte y padecer trabajos por la gloria de Dios y por la salud de los
hombres, que él
tanto deseaba por su amor.
Mas, ante todas estas cosas, este mismo amor le hizo ordenar un sacramento admirable, el cual, por doquiera que le miréis, está echando de sí llamas y
rayos de amor. Por donde el
que desea saber qué
tan grande sea este amor,
ponga los ojos en
este divino Sacramento y considere los efectos y propósitos para que fue instituido, porque
estos le darán nuevas
ciertas de la grandeza de la caridad que ardía en el pecho de donde este
sacramento procedió.
Porque todos los indicios y señales que hay de verdadero y perfecto amor, en
este divino
Sacramento se hallan.
Porque, primeramente, la principal señal y obra del verdadero amor es
desear unirse y hacerse
una cosa con lo que ama. De donde viene a ser que, el que ama, todos los
sentidos tiene
en la cosa que ama: el entendimiento, la memoria, la voluntad, la imaginación,
con todo lo
demás. De suerte que el amor es una alienación y destierro de sí mismo, que
nace de estar el
hombre todo trasladado y trasportado en el amado. Pues este tan principal
efecto de amor nos
mostró Cristo en este sacramento; porque uno de los fines para que lo instituyó
fue para incorporarnos
y hacernos una cosa consigo, y por esto lo instituyó en especie de manjar, porque así como del manjar y del que lo come se hace una misma cosa, así
también de Cristo y del
que dignamente lo recibe; como él mismo lo significó, diciendo: El que come mi
carne y bebe
mi sangre, él está en mí y yo en él [Jn 6,56]. Lo cual se hace por la
participación de un mismo
espíritu que mora en ambos, que es como estar en ambos un mismo corazón y un ánima; de donde se sigue una misma manera de vida, y después una misma
gloria, aunque en grados
diferentes. Pues ¿qué cosa más para preciar y estimar, que esta?.
La segunda señal y obra de verdadero amor es hacer bien a la persona amada
y darle parte
de cuanto tiene, después que le ha dado su corazón y a sí mismo. Porque el
verdadero amor
nunca está ocioso, ca siempre obra y siempre trabaja por hacer bien a quien
ama. Pues ¿qué
mayores bienes, qué mayores dadivas, que las que nos da Cristo en este
sacramento?
Porque en él se nos da la misma carne y sangre de Cristo, y el fruto que
con el sacrificio
de esta misma carne y sangre se ganó. Da manera que aquí se nos da el panal juntamente con la miel, que es Cristo con sus merecimientos y trabajos, de
que aquí nos hace partícipes
por virtud de este sacramento, según la disposición y aparejo del que lo recibe.
La tercera señal y obra de amor es desear vivir en la memoria del amado y
querer que siempre
se acuerde dél; y para eso se dan los
que se aman, cuando se apartan, algunos memoriales y prendas que despiertan esta memoria. Pues por esto ordenó
también el Señor este
sacramento: para que en su ausencia fuese memorial de su sacratísima Pasión y
de su persona.
Y así, acabándolo de instituir, dijo: «Cada vez que celebráredes este misterio, celebradlo en memoria de mí» ; esto es, para acordaros de lo mucho que os
amé, de lo mucho
que os quise y de lo mucho que por vuestra causa padecí. Pues quien esta
memoria, con
tales prendas y memoriales, nos pedía, ¿con qué amor es de creer que nos amaba?
[Cuarta señal] Mas no se contenta el verdadero amor con sola la memoria,
sino sobre todo
pide retorno de amor, porque toda otra paga tiene por pequeña en comparación
desta; y a veces
llega este deseo a tanto, que viene a buscar maneras de bocados y artificios
para causar este
amor, cuando entiende que no lo hay. Pues hasta aquí llegó el soberano amor de
Dios, que,
deseando ser amado de nosotros, ordenó este misterioso bocado, con tales
palabras consagrado,
que, quien dignamente lo recibe, luego es herido y tocado deste amor. Pues ¿qué cosa más admirable que esta?
La quinta señal y obra de amor (cuando es tierno) es desear dar placer y contentamiento al que ama, y buscarle cosas acomodadas para esto; como
hacen los padres a los hijos chiquitos, que les procuran
y traen algunas cositas que sirvan para
su gusto y recreación. Pues esto mismo hizo aquí este soberano amador de los hombres
ordenando este sacramento,
cuyo efecto propio es dar una espiritual refección y consolación a las ánimas puras y limpias, las cuales reciben con él tan grande gusto y suavidad,
que, como dice santo Tomás,
no hay lengua que lo pueda explicar.
La última señal y obra de amor es desear la presencia del amado, por no
poder sufrir el tormento
de su ausencia. Esto verá quien leyere los extremos que hacía la madre de
Tobías por la
ausencia de su hijo [cf. Tob 10,4-7], y lo que hizo el patriarca Jacob por la
vista de José, pues a
cabo de ciento y treinta años de edad partió con toda su casa y familia para
Egipto por ver —antes
que muriese— con sus ojos lo que tanto amaba su corazón (cf. Gén 45,28); porque la condición del verdadero amor es querer tener presente lo que ama,
y gozar siempre de su
compañía. Pues por esta causa este divino amador instituyó este admirable
sacramento, en que
realmente está él mismo en substancia, para que, estando este sacramento en el
mundo, se
quedase él también con nosotros en el mundo, aunque se partiese para el cielo.
Lo cual es manifiesto argumento
de su amor, y
de lo que él
deseaba nuestra compañía, porque la grandeza deste amor no sufría esta ausencia tan larga.
Y hacer él esto con nosotros fue la mayor honra, el mayor
provecho, el mayor consuelo y mayor remedio que nos pudiera quedar en este mundo, para que en
él tuviésemos en
quien poner los ojos, a quien llamar en nuestras necesidades, a quien hablar
cara a cara cuando
nos fuese menester, cuya presencia despertase nuestra devoción, acrecentase más nuestra reverencia, esforzase nuestra confianza y encendiese más nuestro
amor.
(Fr. Luis de Granada)